Lo maravilloso de la lectura es que te transporta a otras escenarios y, cuando el libro es el adecuado, algo dentro de ti conecta con esa historia, con esos personajes o simplemente con ese contexto. Al leer ese libro en particular, algo dentro de ti se enciende y queda en tu memoria para siempre.
Para mí, uno de esos libros fue Ifigenia por Teresa de la Parra, diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba, una historia que leí en tres ocasiones diferentes, con tres edades distintas.
Al principio, y en ese momento siendo contemporánea con la querida María Eugenia Alonso, me causaba gracia su personalidad, sus anhelos y frustraciones. Que la protagonista escribiese sus pensamientos y soñase despierta la hacía una persona simpatiquísima, me fascinaba su rebeldía y cuestionamiento ante las normas de una sociedad caraqueña del siglo XIX que, si francamente la protagonista no las entendía, yo, siendo de otro tiempo, las entendía mucho menos, y debo decir que, incluso al leerlas me parecían increíblemente absurdas y un poco ridículas.
Más avanzada en edad, decidí leer esa obra nuevamente. María Eugenia me seguía pareciendo simpática, elocuente y con un potencial absolutamente maravilloso, una mujer adelantada a sus tiempos, pero en el lugar equivocado y por ello, incomprendida y sumamente limitada en su accionar y la materialización de sus deseos.
En esta ocasión, me impactaba mucho más el desenlace del libro, ese que quizás en la primera leída no detallé, o con el que simplemente no conecté. Un final que a mi parecer, más que triste, era sumamente injusto para María Eugenia, y francamente, un poco indignante, pero que, al final de cuentas, era el que Teresa le había asignado a su obra y no se podía cambiar. No lo negaré, en esa segunda leída, cuestioné mucho a Teresa y el por qué de ese desenlace frustrante donde se sentía la tristeza de María Eugenia y ese sinsabor que dejaron esas últimas páginas.
Mucho tiempo después, ese libro de tamaño bolsillo y ya de hojitas amarillas por el tiempo, me guiñó el ojo por tercera vez. Aún cuando ya sabía lo que pasaría lo leí nuevamente con el mismo interés y el mismo cariño, obviamente como en ocasiones anteriores, la reflexión luego de finalizada la lectura fue distinta.
Esta vez, veía reflejada en María Eugenia y su pseudónimo a las abuelas, bisabuelas y tatarabuelas, a las mujeres conocidas y anónimas que me precedieron, a aquellas que vivieron en una sociedad que, aún siendo en mi mismo país, era sumamente distinta a la mía, una con limitaciones importantes y que de manera bastante categórica, cortaba alas a los sueños y anhelos que ellas pudiesen tener. Una sociedad donde el rol de la mujer estaba muy bien definido y donde la libertad individual se vivía prácticamente en soledad y sin oportunidades de expresarla al mundo.
Leer a Ifigenia me permitió entender en una muy pequeña medida el por qué las mujeres de cierta época, eran como eran y actuaban como lo hacían. La misma Teresa, y su maravillosa María Eugenia, me hicieron pensar en mis predecesoras, ellas, quiénes, francamente, hicieron lo que podían desde el espacio que tenían.
Mujeres que en diferente cuantía, intentaban desde su ámbito de acción, impactar poco a poco en el orden social en el que vivían, fuese activamente peleando por sus derechos, a través de la crianza de sus hijos, en los consejos a sus nietas, en impulsar a sus hijas a lograr aquello que ellas no pudieron conseguir en su momento. Esas, que pusieron un granito de arena para que las mujeres del futuro, pudiesen experimentar algo completamente diferente a lo que ellas vivieron.
Este año, ese diario de esa señorita que escribía porque se fastidiaba, esa obra “mala influencia” que escandalizó a la sociedad venezolana en su momento y que fue alabada por la crítica europea, se vuelve centenaria. 100 años de una historia de lectura obligatoria que presenta una mirada al pasado, una posibilidad de comprensión hacia nuestras antecesoras, una posibilidad de introspección y de entendimiento con nuestro pasado, presente y por qué no, nuestro futuro.
Aunque aún siguen existiendo muchas Marías Eugenias e Ifigenias, también hay muchas Teresas, voces que se alzan y buscan su manera de crear condiciones mejores para las mujeres del presente y futuro, mujeres que se atreven e incomodan, mujeres que marcan pauta y que inspiran e invitan a otras a encontrar su libertad, su voz y su lugar en el mundo.
Simplemente, gracias Ifigenia por existir y permitirnos conocer tu historia y gracias Teresa por tu disrupción y entregarnos como legado una obra tan necesaria como esa.