Por María Alejandra Mancebo*
El patriarcado, para diversos autores, es el orden social basado en un modo de discriminación cuyo paradigma es el hombre; por tanto, es un sistema socio-cultural que perpetúa las desigualdades en perjuicio de las mujeres y también de determinados hombres que no responden a sus designios.
Las definiciones acerca del patriarcado son innumerables, pero básicamente puede definirse como una forma de organización política, económica, religiosa y social basada en la autoridad y el liderazgo de unos pocos varones sobre el resto de la humanidad. Según Alda Facio (2005) se trata de un sistema que justifica la dominación sobre la base de una supuesta inferioridad biológica de las mujeres; de allí que para la autora este tenga su origen histórico en la familia, cuyo mando lo ejecuta el padre y este lo generaliza a todo el componente social.
Pero si bien es cierto que cuando se habla de patriarcado la palabra evoca al pasado y a estructuras primitivas, la realidad es que el patriarcado está más vigente que nunca, al punto de que continúa definiendo la cotidianidad de hombres y mujeres, al ser el constructo primario sobre el que se asienta la sociedad.
Así mismo, no podemos obviar que este se mantiene como consecuencia de la existencia de un conjunto de instituciones en la sociedad que se articulan para mantener y reforzar el dominio patriarcal; expresado en un orden social, económico, cultural, religioso y político que sigue determinando que las mujeres estén subordinadas a los hombres. En otras palabras, la ideología patriarcal no sólo explica y construye las diferencias entre mujeres y hombres como biológicamente inherentes y naturales, sino que mantiene y agudiza otras formas de dominación.
Para entender y desarticular el patriarcado y su dominio, se hace necesario aproximarnos al feminismo, entendido como las reflexiones y actuaciones orientadas a acabar con la subordinación, desigualdad y opresión de la que son víctimas las mujeres; y lograr, por tanto, su emancipación y la construcción de una sociedad en la que ya no tengan cabida las discriminaciones por razón de género.
Al respecto, Alda Facio (2002) describe el feminismo como un movimiento social y político, pero también como una ideología y una teoría que parte de la toma de conciencia de las mujeres como colectivo humano subordinado, discriminado y oprimido -por el colectivo de hombres en el patriarcado- para luchar por la liberación de su sexo y sus derechos. Es por esta razón, que cuando se habla de feminismo se alude a profundas transformaciones en la sociedad que afectan necesariamente a hombres y mujeres.
Siguiendo a Facio, el moderno entendimiento de lo que conforma el patriarcado y su sistema de dominación, son producto de las teorías feministas; es decir, de un conjunto de saberes, valores y prácticas explicativas de las causas, formas, mecanismos, justificaciones y expresiones de la subordinación de las mujeres que buscan transformarla. Así, el interés por la problemática de género es más que académico, involucra un deseo de cambio y la emergencia de un orden social y cultural en el cual el desarrollo de las potencialidades humanas esté abierto tanto a las mujeres como a los hombres. Se trata, en definitiva, del cambio de una forma de vida y de la ideología que la ha sustentado por miles de años.
La consolidación del movimiento feminista en el siglo XX puede situarse en la década de los 60, época en la cual los movimientos de mujeres comienzan a demandar no solo el reconocimiento de sus derechos, sino también, la incorporación de la perspectiva femenina en la concepción de la sociedad moderna. Se demandaba la intervención de la mujer en la cultura, ya no como un elemento pasivo, sino en un rol protagónico capaz de reestructurar profundamente la subjetividad del mundo contemporáneo.
Pero si queremos precisar esos movimientos en América Latina, la catedrática Lola Luna (1993) señala que desde finales de los setenta en la región se engendró un brote de movimientos sociales, entre ellos el de las mujeres. La emergencia de estos movimientos guarda una estrecha relación con la crisis política de los Estados y la crisis del desarrollo que conllevo a que se excluyera a un sector de la población, ante lo cual los movimientos sociales de la mujer se constituyeron como una expresión política frente al Estado que no les representaba, al mismo tiempo que se consolidaron como una crítica al modelo de desarrollo.
Los movimientos sociales de las mujeres se desarrollaron de la mano de lo político, dado que históricamente su participación fue limitada y en algunos casos inexistentes. Pero al mismo tiempo que las mujeres eran excluidas del ámbito público, ese mimo patriarcado las cercaba en el espacio privado como madres y esposas, como productoras y reproductoras de la moral social. Por ello, resulta interesante como los movimientos feministas en América Latina se han expandido hacia otros movimientos de mujeres. A ello se refiere según Lola Luna (1993) el concepto de «movimiento social de mujeres» o «movimiento amplio de mujeres» utilizado frecuentemente en la reciente literatura feminista latinoamericana sobre movimientos sociales.
La situación social de las mujeres avanza con los cambios que han ocurrido en América Latina, como bien lo describe Norma Villareal (1994) ya son más las mujeres que se desplazan entre las grandes ciudades y las zonas rurales, es mayor la autonomía personal y la movilidad social; evidenciamos un mayor índice de mujeres empleadas en la economía formal, lo cual se encuentra asociado al incremento del acceso de las jóvenes a la educación. Además de ello, la participación de las mujeres en la administración política y espacios de toma de decisiones ha crecido considerablemente, sin embargo, continúa sin ser suficiente.
Es por este motivo que los movimientos sociales se ven redichos por las fuerzas emergentes que imponen nuevos temas a la agenda de las luchas sociales; en el caso de los movimientos de mujeres, estos continúan caracterizándose por la fuerza y heterogeneidad de quienes lo integran, pero siempre organizándose en torno a un proyecto cultural que exige el quebrantamiento de la dominación patriarcal.
Bibliografía
Luna, Lola. (1993) Feminismo: encuentro y diversidad en organizaciones de mujeres latinoamericanas 1985-1990. Homines, Volumen 17, número 1 y 2, San Juan.
Luna, Lola y Villarreal, Norma. (1994) Movimientos de Mujeres y Participación Política en Colombia 1930-1991. Universitat de Barcelona, Barcelona.
Facio, Alda & Fries, Lorena. (2005) Feminismo, género y patriarcado. Revista Academia. Año 3, Número 6. Buenos Aires.
Facio, Alda. (2002) Con los lentes de género se ve otra justicia. El otro derecho, número 28. Bogotá.
*María Alejandra Mancebo
Feminista y cofundadora de Cata Jurídica con Tacones. Consultora en el área penal de Empresas Trasnacionales. Asesora externa de la Universidad Yacambú. Docente Universitaria. Ex funcionaria Pública por más de 25 años. Miembro de Capitulo Venezuela del Colegio Internacional de Estudios Jurídicos de Excelencia Ejecutiva / CIDEJ. ORCID:https://orcid.org/0000-0002-0208-0134. Instagram:@maria_alejandra_mancebo_ @catajuridicacontacones Linkedin: @Maria Alejandra Mancebo.