Vivimos tiempos oscuros, todos los días nos llegan noticias de guerra y de muerte que se van extendiendo por distintas partes del mundo. En medio de la desolación y la violencia de los conflictos armados, se devela una oscura realidad que no podemos ignorar: la agresión sexual sistemática hacia niñas y mujeres.
Aunque los horrores de la guerra pueden manifestarse de múltiples maneras, la agresión sexual se convierte en una constante inquietante en estos escenarios. Esta realidad es el triste resultado de un problema mucho más profundo y arraigado en nuestras estructuras sociales.
No todas las guerras se libran en campos de batalla bajo el retumbar de balas; algunas se desarrollan en el silencio de la esfera social y cultural. Existe una guerra que ha perdurado a lo largo de la historia y que ha dejado un sinnúmero de víctimas, muchas de las cuales han permanecido en las sombras de la historia: «La guerra del patriarcado». Una serie de innumerables batallas invisibles, en las cuales las mujeres siempre resultamos ser las más afectadas.
El patriarcado, un sistema de dominación y control en el cual los hombres ostentan un poder desmedido sobre las mujeres, se ha infiltrado en todos los aspectos de la vida a lo largo de la historia de la humanidad. Aunque en las últimas décadas hemos avanzado considerablemente en la lucha por la igualdad de género, aún subsisten muchas formas de discriminación y opresión que afectan a mujeres y niñas en todo el mundo.
Uno de los aspectos más dañinos de la guerra del patriarcado es la violencia de género. Millones de mujeres y niñas sufren violencia física, sexual o psicológica a manos de hombres cada año.
En el ámbito laboral, las mujeres también experimentamos desigualdades y discriminación salarial. A pesar de que hemos demostrado sobradamente nuestra valía en todos los ámbitos, continuamos enfrentando obstáculos para acceder a posiciones de liderazgo y recibir un salario justo. Estas situaciones perpetúan la desigualdad económica entre los géneros.
La falta de acceso a la educación y a atención médica adecuada también nos afecta significativamente en esta guerra contra las mujeres. En muchas partes del mundo, las niñas son privadas de educación debido a normas culturales y sociales que perpetúan la desigualdad de género. Además, seguimos enfrentando dificultades para acceder a servicios de salud sexual y reproductiva, lo que limita nuestra autonomía y capacidad para tomar decisiones sobre nuestro propio cuerpo y salud.
La cosificación de mujeres en los medios de comunicación y la cultura popular se convierte en otra arma poderosa en esta guerra. Las imágenes estereotipadas y sexualizadas de mujeres contribuyen a la normalización de la violencia y la desigualdad de género, afectando nuestra salud física y mental y perpetuando una cultura que nos reduce a simples objetos de deseo.
Ahora bien, en el contexto de los conflictos armados, todas estas vulnerabilidades derivadas de la discriminación y desigualdad de género se acentúan. Las estructuras de poder y control que subyacen en la sociedad se explotan y exacerban. Mujeres y niñas enfrentamos un riesgo significativamente mayor de ser víctimas de agresiones sexuales, incluyendo violaciones, esclavitud sexual y violencia Intrafamiliar.
El abuso sexual en conflictos armados se convierte en una táctica utilizada por los perpetradores como un medio de control, humillación y degradación de las comunidades a las que se dirige. No se trata solo de una expresión de violencia física, sino también de un ataque a la dignidad de las mujeres y un intento de socavar nuestra posición en la sociedad. Esta forma de violencia perpetúa la noción de que las mujeres somos objetos desechables en medio de la guerra, y refuerza la supremacía masculina.
La conexión entre la agresión sexual en conflictos armados y la guerra eterna del patriarcado es innegable. La guerra es el escenario más crudo y desgarrador de una lucha de género que se extiende mucho más allá del campo de batalla. Las raíces profundas de la discriminación de género se entrelazan con la violencia en tiempos de guerra.
Para cambiar esta realidad debemos seguir combatiendo al patriarcado en todas sus expresiones. La igualdad de género debe ser promovida y defendida en tiempos de paz y conflicto.