Al mirarte al espejo ¿A quién ves? ¿Cómo tratas a esa persona que te mira de vuelta? ¿Cuánto tiempo le dedicas?¿Cómo cuidas a esa persona? ¿Le das la importancia que merece? Son preguntas que pueden parecer un poco raras y holísticas si se quiere, pero resultan en un ejercicio interesante que vale la pena hacer ocasionalmente y cuyas respuestas pueden ser insumos bastante preciosos para el presente y futuro que deseas construir para ti.
El autocuidado y el bienestar son temas bastante densos, pero internalizarlos resulta aún más complejo por la cantidad de aristas que tocan. Ciertamente, existe un sinfín de personas que hablan de estos temas y socialmente estamos mucho más abiertos a hablarlos, aunque siendo honestas, siempre hay una parte de nosotras que se resiste o se resiente al acercarnos por primera vez a estos tópicos.
Y es que, como mujeres siempre se nos ha inculcado que somos cuidadoras por naturaleza, el cuidar de otros es parte de lo que somos, de nuestra esencia y casi que nuestra razón de ser, pero ¿Adónde queda el cuidarnos a nosotras mismas y de procurar nuestro propio bienestar?
Esto último es algo que no necesariamente todas aprendemos desde pequeñas, sino que adquirimos gracias a experiencias que nos enfrentan con una premisa muy sencilla: el principal compromiso de cuidado debe ser hacia ti misma. Y no, no se trata de alguna especie de rasgo egoísta ni ególatra sino algo básico que todo ser humano debe poner en práctica: velar por su propio bienestar (en todas sus facetas).
Lo sé, decirlo es más fácil que hacerlo, especialmente porque las responsabilidades del día a día hacen que no siempre estemos en nuestro propio top de prioridades. Adicionalmente, a veces estamos tan inmersas en ese torbellino de cosas diarias que suceden de manera frenética que ni siquiera se nos pasa por la mente dedicar unos minutos al día a nosotras mismas y hacer algo que efectivamente sea en pro de la construcción nuestro bienestar (físico, mental y/o espiritual). Básicamente: Se nos olvida quitar el piloto automático y mirar de manera consciente lo que hacemos, practicar la introspección.
Es ese último paso el que nos lleva a reconocernos como mujeres, nuestro valor, nuestra confianza, nuestra manera de sentir, pensar y actuar, así como ayuda a identificar nuestros deseos, necesidades, fortalezas y debilidades. Ese encuentro con nosotras mismas es increíblemente necesario para nuestro bienestar integral. Piénsalo ¿Cuándo fue la última vez que quitaste ese piloto automático y te detuviste a conversar contigo misma sobre ti y las diferentes áreas de tu vida? ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo para ti y por ti?
Ese reconocimiento es una labor diaria que requiere de consistencia y persistencia. Míralo de esta forma, si te esmeras en cuidar a otros ¿Por qué no tener esa dedicación hacia ti misma? Si pones esfuerzo en cultivar una relación con otros personal o profesionalmente ¿Por qué no cultivar una relación contigo misma? Y no me refiero a que debes hacer un cambio radical y mucho menos verlo bajo una óptica de presión o incluso de obligación, al contrario, ese reconocimiento debe venir desde el amor a ti misma, la paciencia y la compasión (por favor, no seas tan dura contigo) y sobre todo debes hacerlo cuando realmente lo sientas porque ningún proceso forzado da resultado.
Seamos honestas, la relación más larga y duradera que tendremos es con la persona que vemos en el espejo todas las mañanas al despertar, entonces ¿Por qué no cuidarla y procurar su bienestar? ¿Por qué no dedicarle palabras y acciones bonitas? Y sobre todo ¿Por qué no conocerla y reconocerla al punto de entablar un diálogo sano que lleve a su crecimiento?