Muchos más padres de lo que pensamos, se desentienden de su responsabilidad desde el momento de enterarse de un embarazo. Pero también están los que aun reconociendo jurídicamente a sus hijos y viviendo en una relación estable, sienten que eso de bañar niñitos, alimentarlos, hacer tareas, despertar a medianoche a calmar llanto, llevar a piñatas o ir al pediatra o al colegio a resolver temas relacionados con sus hijos e hijas, no es con ellos. Los más adelantados incluso hablan de ayudar o cooperar, pocos lo asumen como una responsabilidad propia.
Y es que hablar de la participación de los varones en los cuidados de su descendencia es un tema de modernidad. La naturalización de la división sexual del trabajo no hizo cuestionable el desapego de muchos padres de las labores de crianza, más allá de proveer para la casa, convirtiéndola en una tarea delegable mayoritariamente en la madre.
Es cierto que en los últimos años se han registrado cambios importantes sobre todo en sectores clase media educada, hombres jóvenes y urbanos. Esto gracias al movimiento feminista, al problematizar la ausencia del padre como un asunto de interés público y no como algo que se atiende al interior de cada hogar. Sin embargo, aun en este siglo, involucrar a los hombres en el ámbito de los cuidados sigue siendo un desafío pendiente y necesario para favorecer la igualdad.
El modelo “madre hay una y está sola”
Lamentablemente el modelo tradicional aún persiste en la inmensa mayoría de hogares latinoamericanos, aun cuando ambos padres trabajen en la calle y sean proveedores, como lo demuestran las Encuestas de Uso del Tiempo que se han publicado recientemente en Latinoamérica. Varios factores son causa y efecto de esta situación, como la falta de guarderías u hogares de cuidado diario accesibles o la brecha salarial entre géneros a favor de los hombres y que son la principal causa para que muchas mujeres abandonen el trabajo remunerado asumiendo el rol de madres a tiempo completo, “como naturalmente debe ser”, dirán algunos.
El modelo machista tiene entre sus particularidades el alentar a los hombres a regar su semilla sin ocuparse mucho de hacerse cargo de los frutos. Por supuesto, esto tiene sus variantes en función de la educación y nivel socioeconómico, pero en general, en el imaginario masculino, eso de criar, es cosa de madres.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida /ENCOVI, 2022, a pesar de que hay menos mujeres viviendo solas que hombres, las cargas familiares y la prevalencia de la mujer como jefa de hogar aumentan en hogares monoparentales o donde hay más familiares viviendo en un mismo espacio. 53% de las mujeres que son jefas de hogar están divorciadas, son viudas o están solteras, por lo que les toca asumir situaciones de jefatura, generalmente en pobreza extrema y en hogares con arreglos familiares extensos que pueden suponer algún apoyo o aumentar la carga.
Aproximadamente nueve de cada diez hogares con jefatura femenina están en situación de pobreza en Venezuela, advierten desde Prodavinci y ANOVA Policy Research, en el estudio “Autonomía perdida: ¿Qué pasa con la fuerza laboral femenina en Venezuela?”: “En los últimos 8 años, las tasas de pobreza en hogares liderados por mujeres solteras son en promedio 13 puntos porcentuales mayores que las de hogares liderados por hombres solteros y 2 puntos porcentuales mayores que los hogares biparentales. La baja participación laboral femenina, las limitaciones económicas de los trabajos informales y las desigualdades con base en los roles de género –reforzados durante la emergencia humanitaria– limitan la independencia económica de las mujeres venezolanas”. ¿Cómo asegurar una crianza adecuada en medio de este cuadro tan desolador que les ha tocado vivir a tantas venezolanas sin el apoyo de políticas públicas que reconozcan estas realidades?
No sé si las nuevas generaciones de padres quieren estar más implicados en la vida de sus hijos y si están más dispuestos a involucrarse en las tareas que de forma sexista se han asignado a las mujeres. Pero es vital que esto se promueva, porque facilitaría de forma más expedita la tan deseada igualdad de derechos entre mujeres y hombres como valor social esencial.
Ventajas de la paternidad implicada
Numerosos estudios reportan que, padres verdaderamente involucrados, ayudan a los niños, a sus madres y a la economía a prosperar. Mientras más hombres compartan la responsabilidad del hogar y crianza de los hijos, más mujeres podrán salir al mercado laboral, con la consecuente mejora de los indicadores de crecimiento económico de los países.
Las niñas que crecen en un hogar con un padre que comparte las tareas domésticas, aspiran a trabajos menos tradicionales y potencialmente mejor pagados. Los niños que ven a sus padres compartir las tareas del hogar son más afines a la idea de prodigar cuidados a su familia cuando son adultos.
La paternidad implicada hace a los hombres más felices y saludables y ven en la relación con sus hijos una fuente de bienestar y felicidad, con esperanza de vida mayor, con mejor calidad de vida. Incluso, cuando el hombre se involucra, la tasa de problemas asociados a violencia doméstica se reduce.
Ideas que pueden funcionar
Crear planes de acción para promover la paternidad involucrada, no violenta e igualitaria de hombres y niños para compartir los cuidados y trabajo no remunerado; poner en práctica bajas paternales pagadas; compartir data para medir en cada país el impacto social de hombres en su rol de padres involucrados; reconocer la diversidad de los cuidados que ofrecen los hombres y apoyarlos en todas sus formas y alentar a las mujeres a desafiar las normas sociales que impiden a los varones participar de la crianza y cuidados familiares, son iniciativas que pueden cambiar las regla de juego y transformar el rol masculino en el ejercicio de una paternidad verdaderamente responsable.
Quizás la clave para que el cambio real se dé, reside en la revalorización del trabajo de los cuidados. Que se entienda al trabajo de crianza como algo bonito, disfrutable y recompensante, pero sobre todo compartible.
“Mi papá me cuida”, “mi papá me mima”, “mi papá me enseña”, “mi papá friega, plancha, lava” … la apuesta es que las concepciones tradicionales vayan flexibilizándose a través de la presentación de una imagen diferente de la figura paterna, de forma que ellos sean cada vez más conscientes de las múltiples actividades que pueden realizar como padres y vean en ello una posibilidad y elección a futuro.