¿Criminales o libres?, ¿estigmatización o apoyo?, ¿trauma o liberación?
Son miles las preguntas y cuestionamientos que surgen cuando una mujer, frente a una situación de embarazo no deseado –y es importante hacer énfasis en las palabras “no deseado”– decide no llevar a término el mismo (Interrupción Voluntaria de Embarazo IVE), ya que en el momento en que externaliza o materializa su decisión, se convierte de forma inmediata en “pecadora”, “criminal”, “cobarde”, “asesina”, “insuficiente” y “sinvergüenza”, por mencionar algunos de los adjetivos calificativos; esto ocurre de cara a la sociedad, su familia, su pareja y las redes que, creía, eran de apoyo.
De inmediato, a a ese factor de estrés, con promesas de cambios definitivos a su vida, se le suma toda la presión social, los convencionalismos, los señalamientos desde posiciones ortodoxas, los mandatos religiosos, el reproche moral, las posibles represiones legales, el trato frío e impersonal de los actores de los centros de salud que realizan el procedimiento de manera clandestina (la realidad en la mayoría de los países en Latinoamérica), la búsqueda nerviosa de pastillas abortivas en el mercado negro antes de que el tiempo se agote, la desinformación y tergiversación conveniente sobre el tema y, por supuesto, no faltaba más: el juego perverso de la “papa caliente” entre políticos y juristas que no hacen sino sacar justificaciones insuficientes e insatisfactorias, ignorando el verdadero problema de salud pública que subyace al aborto clandestino, quienes pretenden que restarle importancia a la realidad o sancionarla. Todo esto tiene un efecto disuasivo en aquellas miles de mujeres que no están dispuestas a enfrentar una maternidad forzada, independientemente de las razones por las cuales la consideren de esta manera.
Con este artículo, no pretendo tomar posiciones ciegas, mucho menos develar perspectivas o juicios personales, tampoco declararme como una militante a rajatabla de algún colectivo pro aborto ni de los grupos provida que persiguen a sus congéneres como si de una cacería de brujas se tratase. Por el contrario, pretendo señalar con flechas, banderas y luces, pero intentando mantenerme desapegada de las pasiones que nos nublan los sentidos, una realidad que hora tras hora, día tras día y año tras año, se intenta disfrazar, minimizar, olvidar e inclusive, enterrar y, con ella, se dejan atrás a todas aquellas mujeres que lejos de decidir interrumpir su embarazo por ser “cobardes” u “homicidas”, encuentran la fuerza y valentía a rastras para mostrarse a favor de una maternidad comprometida, consciente, libre y voluntaria, sin llevar a término embarazos no deseados, en momentos desafortunados y en condiciones muchas veces precarias.
Estas valientes mujeres tampoco deciden romantizar la maternidad, ni ser parte de fantasías perfectas en donde la vida se les arregla con una bendición que no están preparadas para recibir y, nada de esto quiere decir, que aquellas van con sonrisas, bombos y platillos a interrumpir sus embarazos. Por el contrario, tienen exactamente el mismo derecho que aquellas que deseaban sus embarazos y que, por razones ajenas a su voluntad no pudieron continuarlos, a experimentar los sentimientos de tristeza, pérdida, vacío y duelo en general, ya que a la fecha, no he escuchado el primer testimonio de una mujer que declare que su experiencia de aborto fue una experiencia feliz aunque se mantenga la misma convicción respecto de haber tomado la mejor decisión.
Tal vez, para este momento, salten aquellos fanáticos de los grupos provida y me fusilen con críticas masivas, me tilden de cómplice, me acusen de insensible y digan que formo parte una generación deteriorada, potencial causa perdida y sin arreglo. Sin embargo, mis palabras no van dirigidas a cambiar o romper sus sistemas de creencias, tampoco a revivir discusiones ancestrales; mis palabras van dirigidas para todas aquellas mujeres que ejercieron o pretenden ejercer un derecho sobre su propio cuerpo, salud, vida y libertad, sin cuestionamientos, si reproches, sin juzgar sino solo para acompañar y abrazar.
Todas las personas tenemos una voz que merece ser escuchada y no hay ley humana que pueda ser lo suficientemente poderosa para silenciar la libertad, especialmente en casos como estos, en donde la libertad es sobre el propio cuerpo y, las consecuencias físicas, emocionales, psicológicas, económicas, sociales y demás, recaen sobre la mujer, quien es la que tiene la última palabra en todo este asunto.
No obstante, los sistemas políticos, jurídicos y religiosos, todos ellos pertenecientes o dominados por sistemas androcéntricos, criminalizan a estas mujeres sin discriminación de ningún tipo. Por supuesto, es de los pocos espacios en donde no importa la edad, la etnia, la raza, ni la condición socioeconómica; en Venezuela, todos los hijos de la revolución son bienvenidos a la patria y pobre de aquella que sea descubierta actuando en nombre propio o ayudando a otra, ya que el delito establecido en el Código Penal se queda corto para los cuentos y nuevos tipos penales a los cuales serán sometidas en otro largo y doloroso proceso, ya que nos encontramos en el país en donde la palabra “imposible” adquiere connotación solo cuando lo buscamos en el diccionario.
Al respecto, ya que me introduje en estos caminos de resaltar las falencias políticas y que, tal vez, no acusé en vano a los grupos religiosos y fanáticos, colocaré un ejemplo de un caso conocido sobre una valiente activista que colaboró con una adolescente que, producto de una violación, experimentó un embarazo no deseado y que juntas lograron interrumpir el mismo. No obstante, la consecuencia jurídica y política fue privarla de su libertad. Me permito tomar esta referencia con base en el enjuiciamiento de activistas y mujeres por esta causa, para resaltar la poca empatía y consideración que se tiene, inclusive, entre mujeres.
A la par de este caso, surgió un debate interesantísimo entre militantes de ambos grupos y recuerdo con claridad, que una de estas chicas sugería que si producto de una violación, una mujer resultaba en estado, esa era la voluntad de Dios y había que brindarle atención sin que la posibilidad del aborto entrase a relucir. Recuerdo que me sorprendió e inquietó profundamente esta posición de una chica tan joven. Lo primero que se me vino a la cabeza, como una mujer que también recibió educación católica fue: “dudo mucho que dentro del plan de Dios para un ser humano se encuentre la violación de una adolescente, mucho menos que desee sancionarla con la crianza de un niño producto de una situación de violencia” ¿De qué tipo de Dios vengativo, malintencionado, violento y cruel estaríamos hablando?
Sin embargo, me alarmó mucho más que esta misma chica tuviese alcance y pudiese reproducir este mensaje, a mi parecer irresponsable, entre su generación, animándolas a dar la espalda, quizás a quien más pudiese necesitarla en un momento determinado ya que, como es conocido, se estima que en promedio cada 30 minutos una mujer es víctima de violencia sexual y, mis estimadas y estimados, nadie se encuentra exento de vivir de forma directa e indirecta esto.
Al final, este caso que narro, fue polémico y muchísimas mujeres se unieron en la causa por defender los derechos y la libertad de esa activista, las redes se convulsionaron, muchas levantaron la voz y protestaron al respecto. Sin embargo, el tiempo pasó y como suele suceder en estas latitudes, la realidad no es muy distinta: el aborto sigue siendo criminalizado, las mujeres son las grandes victimarias, los derechos humanos de las mujeres son un periódico de ayer, la violencia es el pan nuestro de cada día y es mejor que se salve quien pueda de no tener que enfrentar una decisión tan compleja en una situación de vulnerabilidad absoluta.
Ahora bien, como en todo, existen atenuantes y agravantes sociales: aquellas mujeres que deciden interrumpir sus embarazos porque el feto presenta malformaciones, patologías ineludibles o que pudiesen poner sus propias vidas en riesgo, son abrazadas, perdonadas inclusive, se les acompaña de forma apropiada en su duelo y se les llena de consideraciones, son expiadas de su pecado de forma casi inmediata porque, por supuesto, ¿Cómo pudieses traer vida a este mundo para que sufra a causa de una enfermedad?, ¿Serías humano, misericordioso y bueno?, ¿Qué pasará cuando no puedas atenderlo?, ¿Qué sucederá cuando no pueda tener una vida normal, común y corriente?, lo mismo ocurre con aquellas que padecen un aborto involuntario.
Claro, frente a estos escenarios se nos hace muy fácil poner en marcha la empatía, sin embargo, cuando el embarazo de una mujer pone en jaque su proyecto de vida, cuando no se tienen los medios económicos para proporcionar a ese ser una vida de calidad, cuando es producto de una situación de abuso emocional o físico, cuando sucede con una persona con la que no existe ningún tipo de estabilidad emocional, cuando te encuentras desempleada, cuando simplemente no deseas ser madre, pues allí el panorama cambia por completo.
Allí no hay luto que valga ni consideración alguna, advertimos de inmediato que será una decisión monstruosa con castigos infinitos, te ganarás la lotería con el boleto directo al infierno, te perseguirá el dolor y el arrepentimiento, tendrás que reprenderte de por vida, te sentirás miserable y nunca podrás tener una vida plena y feliz porque… ¿Qué mujer que atenta contra la naturaleza e interrumpe el caudal de la vida tiene derecho a continuar? Acá no hay atenuantes de ninguna naturaleza, todas son excusas y actos de egoísmo dirían los mirones de galería, porque la mujer tiene el deber impuesto y el rol inevitable de ser madre y, de pagar, por las consecuencias de sus actos; obediencia y sentido del sacrificio, atención a los hijos, devoción al padre y complacencia social, ese es el mandato divino y humano.
En última instancia, no faltará quien diga: “Pudieses darlo en adopción”. Claro, como no pensar que esa otra solución es la segunda que es válida al 100%, déjennos convertirnos en madres para luego ofrecerlo al mejor postor o para entregarlo al organismo nacional encargado de las adopciones –cuyo funcionamiento es «maravilloso», no lo olvidemos, dentro de Venezuela y en Latinoamérica en general– y despersonalizar la situación como si se tratase de dar en adopción a un pequeño cachorro que me topé por la calle.
Pero no, me permito en un acto de libertad informar a la sociedad civil, a los grupos provida, a los que juzgan y, por encima de todo, a las mujeres que deciden que este es su derecho, un derecho humano irrenunciable, que ningún Dios mandará las 10 plagas de Egipto a su casa, que no serán sancionadas con lágrimas eternas, que no nacieron para complacer y atender mandatos distintos a lo que dictamine su consciencia, que son las únicas que conocen los motivos por los cuales actúan, que su cuerpo no es un mero canal o un simple medio, que no deben explicaciones a nadie y que tienen derecho a construir y vivir sus vidas en sus propios términos.
Por otro lado, a ustedes, políticos y abogados que pertenecen al poder legislativo, y que tienen en sus manos despejar el camino para lograr la despenalización del aborto, les hago un llamado de atención para que reflexionen con la mente abierta y practiquen también la empatía pero, si eso no es suficiente, para que logren comprender que las mujeres interrumpían, interrumpen y seguirán interrumpiendo sus embarazos en el futuro, no importa que tan severas sean las leyes al respecto.
Poco importa que sea difícil acceder a los medios para lograrlo, es una realidad que está, existe y no puede ignorarse. Si nos remitimos a la estadísticas, de aquellos casos informados, entre el año 2015 y el año 2019 se reportaron un estimado de 121 millones de embarazos no planificados, de los cuales 73 millones concluyeron en abortos y, en aquellos lugares en donde existen leyes prohibitivas o restrictivas, el porcentaje de IVE es alarmante, aún y cuando deban practicarse en centros clandestinos, en condiciones de salubridad inadecuadas, sin redes de apoyo propicias y bajo riesgo de ser procesadas penalmente.
Ahora, que he logrado captar su atención, me permito señalarles que esta situación, en los términos planteados, se traduce en un problema de salud pública y, en efecto, es parte inherente de sus funciones en las posiciones que han asumido de cara a los ciudadanos que con tanto énfasis celebran representar.
Para aquellos que decidí llamar “público de galería”, porque observan la situación, opinan al respecto (usualmente en perjuicio de la mujer), critican, anuncian lo que “harían si estuviesen en esa posición” (pienso que las posturas inflexibles son las que comúnmente son puestas a prueba, es decir, coloquialmente, hay que estar en la candela para genuinamente saber de qué eres capaz), señalan, humillan, insultan, cuestionan y dan la espalda con indiferencia, les ruego como ser humano y como mujer, que guarden silencio, ya que si no suman, mejor no resten.
Por último, me dirijo a aquellos que creen en la libertad, que no penalizan ni criminalizan, que creen que el mundo y sus espacios son flexibles, que no cuestionan, que son y dejar ser a los demás, que apoyan y acompañan, que practican la empatía y no solo profesan de ella, que se instruyen y ponen al servicio de los demás sus herramientas, que creen que atender las causas sociales y dirigirnos de humano a humano es una vía adecuada para construir un mejor futuro, a ellos… Gracias por contribuir, no hay causas perdidas mientras exista la voluntad por luchar.
En conclusión, las mujeres debemos ser valientes cuando asumimos la maternidad y también debemos ser valientes cuando decidimos no llevar a cuestas una maternidad forzada, no hay una sola a la que el miedo y la incertidumbre no le invada los rincones de la mente, no existe alguna a la que no le corra sangre por las venas, que no tenga sueños, un proyecto de vida, expectativas, esperanzas y demás.
Así que, a todas ustedes, un aplauso de pie.
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Comment (1)
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¡100% de acuerdo! Esto ocurre y seguirá ocurriendo. No podemos tapar el sol con nuestros prejuicios y religiones.
¡Necesitamos más empatía!