El abuso sexual en la relación con mi cuerpo

El abuso sexual en la relación con mi cuerpo
diciembre 10, 2022 Carla Michelle Aponte

Llevaba años queriendo escribir sobre esto y no lo había podido hacer: primero, porque me llevó 11 años poder colocarlo en palabras en un espacio de terapia; después pasé un tiempo más procesándolo y desde entonces hasta ahora entendiendo sus secuelas en mi vida y sobre todo en mi cuerpo.

El abuso sexual es de esas cosas que en la vida de las mujeres, lamentablemente, está presente como una constante, ya sea como experiencia vivida, tener una conocida que lo vivió o tener el miedo de vivirlo porque estamos expuestas a eso.

Haber sido abusada sexualmente se queda como parte de tu historia, pero no la define. Sin embargo, hay una pregunta que cada tanto me sigo haciendo: ¿Qué hubiese sido de mi vida si eso no hubiese pasado? Aun después de los años de resignificación en terapia, entiendo que eso no lo voy a saber y que no sirve de mucho seguir haciéndome esa pregunta. Pero a veces todo lo que te toca vivir para resignificarlo es tan jodidamente pesado que la fantasía de que todo hubiese sido más ligero, si eso no hubiese sucedido, es tentadora.

De todas las cosas que están relacionadas a ese hecho, hay una en particular de la que deseo hablar más abiertamente, y es cómo el abuso sexual ha influido en el tipo de relación que tengo con mi cuerpo.

Fui abusada sexualmente cuando tenía 8 años por alguien de la familia y que en ese entonces, aunque me doblaba la edad, seguía siendo menor de edad.

No fue hasta los 13 años que, en medio de una charla donde hablaban sobre el abuso sexual infantil y las mejores formas de prevenirlo, me enteré que lo que hicieron conmigo a los 8 años, era abuso sexual.

No hablar de algo no significa que no pasó.

A los 19 empecé a padecer de un trastorno de alimentación (bulimia) y en ese tiempo acudí a un psicoterapeuta porque los episodios eran cada vez más frecuentes: podía vomitar 3 veces en un día, estaba fuera de mí y no sabía como salir de ese problema.

En ese proceso de tratamiento para la bulimia, fue cuando pude, por primera vez, decirle a alguien lo que me había pasado, después de 11 años de silencio afuera, pero de mucho ruido interno, ruido que a medida que crecía se iba intensificando y mi forma de calmarlo era tragando, no solo emociones, sino también comida.

Después del terapeuta, hablarlo con mis papás fue parte de la terapia. Un par de años después lo pude hablar y decir abiertamente en una reunión familiar. Aunque no lo creía, cada vez que lo ponía en palabras, de a poquito, se salía de mi cuerpo.

Migré de Venezuela en 2018 y pensaba que no podía irme con cosas pendientes: mi pendiente era poder decirle en la cara a la persona que me había abusado que lo que había hecho estuvo mal.

Con todo el miedo recorriéndome el cuerpo, por un momento me invadió ese pensamiento de “ya está, Carla, ya ha pasado mucho tiempo, ¿para qué hablar de esto?”, y allí recordé que no podía convertirme en las personas que me silenciaron, que ahora era una adulta y que quizás la niña, por miedo, nunca dijo nada, pero la adulta podía.

Tenía que hacerle sentir a mi niña interior que ya no había miedo, que ahí estaba yo para defenderla y que nadie más le haría nada. Así fue como pude hablar y enfrentar a esa persona, recibí una disculpa que con el tiempo acepté, no por ella, sino por mí. Y ahí aprendí que disculpar también es desear que esa persona no forme más parte de tu vida y quererla lo más lejos posible de ti.

Y aquí viene la pregunta que siempre le hacen a la víctima: ¿por qué no denunciaste? o ¿por qué tardaste tanto en decirlo?

No denuncié porque en ese entonces no tenía la información que manejo ahora sobre abusos y procesos legales, pero principalmente porque la poca energía que tenía cuando lo pude hablar la estaba usando para reconstruirme internamente.

Por mucho tiempo de mi vida, me cuestioné el porqué sentía que el abuso no me había afectado en nada. Eso era lo que creía. Hasta que llegó la bulimia y entendí mucho.

Un abuso sexual físico es de esas cosas que se te meten en el cuerpo y te aprietan el alma, hasta quedar en silencio; se te mete en el cuerpo para poder salir de la mente, y una vez allí, en el cuerpo, tu mente empieza a sentir que esa parte no es tuya porque es muy dolorosa como para reconocerla.

Después de años en mi espacio psicoanalítico, entendí que esa no fue la primera vez que había sido abusada y que tampoco fue la última.

Salí de la cama de mis papás hasta los 10 años aproximadamente, cuando me di cuenta que ese no era mi lugar. Sin embargo, durante todo ese tiempo, estuve expuesta a experiencias a las que no debía estar expuesta, estar en el medio de la intimidad de una pareja cuando eres una niña también es una forma de abuso. Por eso, no pude reconocer que, a los 8 años, no estaba bien cuando otra persona quería explorar mi cuerpo.

Tampoco está bien cuando creces, te desarrollas y en la calle, por ser mujer, quedas expuesta a acoso callejero; a comentarios que no pediste sobre tu cuerpo; cuando te miran con ese tipo de mirada que te invade, te hace sentir vulnerable y te da asco; cuando dices no, pero alguien no lo entiende y sigue insistiendo; cuando estás ebria y alguien quiere aprovecharse y manosearte; o cuando alguien asume, por el tipo de cuerpo que tienes, que tiene derecho a tocarlo o invadirlo. Todo eso sigue siendo una forma de violencia contra tu identidad y que recae toda en tu cuerpo.

El abuso y la vulneración de un cuerpo en diferentes formas, en todas dolorosas, todas dejando su huella, angustia, miedo, asco, rabia, dolor, impotencia. Todo estaba allí en mi cuerpo. Un cuerpo que había aprendido a separar de mi cabeza. En mi cabeza, estaba lo racional, lo que sí podía controlar. En mi cuerpo, había dejado todo lo demás, eso que no quería saber y, aun peor, que no sabía cómo manejar.

Con la terapia para la bulimia, entendí que los cánones de belleza estética y la presión por tener un tipo específico de cuerpo hacen mucho daño, que ese mensaje transmitido de generación en generación es una cárcel, pero también entendí que la historia personal influye, que no tener un lugar seguro para ser niña, para aprender a reconocer y expresar emociones, no tener contención y sentirte abandonada, todo sumado (lo social y personal) produce una mezcla muy tóxica.

Hay momentos en donde no reconozco lo que veo en el espejo. La imagen que ven mis ojos no es la que tiene mi mente. Cuando hay cambios en mi cuerpo, a mi mente le lleva mucho tiempo reajustarlo y, en el medio, me ataco. Antes lo hacía con comida; ahora es con reproches y con desvalorización.

Mi tema con el cuerpo no pasa por ese miedo (que también nos inculcan a las mujeres) de ser bonita o no. Ya no tengo problema por tener un cuerpo grande y gordo. Mi tema con el cuerpo pasa por no poder reconocerlo, por desconectarme de mí, de él.

 ¿Cómo cuidas algo que tu mente no ve o no quiere ver?

¿Cómo te das cuenta de sus señales y de lo que necesita si tu mente no lo registra?

¿Cómo amas algo que está lleno de emociones dolorosas?

A veces esa desconexión ocurre paulatinamente cuando no me genero esos espacios de conexión, cuando hay detonantes en el exterior que reviven emociones o recuerdos incómodos o cuando mi mente ansiosa se queda pegada en pensar y no sentir.

¿Cómo me doy cuenta?

A veces cuando físicamente tengo muchas dolencias que no se explican, cuando no puedo verme en el espejo porque no tolero lo que veo, no lo reconozco, cuando no leo las señales básicas de necesidad del cuerpo o cuando subo mucho de peso en periodos cortos y ni me doy cuenta hasta que no me queda la ropa (como me pasó esta última vez).

¿Qué hago para conectarme con mi cuerpo?

Primero resignificar para volver a conectarme. De resto, no hay fórmulas mágicas.

Hablar mucho y no callarlo, por más pena que me dé.

Moverme para sentir que mi cuerpo está vivo.

Estar atenta a mis sentidos para volver a registrar sensaciones, los olores, lo que veo, el frío, el calor, el sudor, el hambre, la saciedad, el cansancio, el sueño.

Estar acompañada en el proceso. Antes solía vivir estos momentos sola porque siempre aprendí que era así como lo solucionaba. Ahora me gusta sentirme acompañada, que me escuchen, que al menos intenten entenderme y que estén allí, no para que resuelvan algo, sino para no sentirme sola mientras yo me reconecto.

Nosotras no somos nuestro cuerpo, pero tampoco somos sin el cuerpo. Las mujeres somos una construcción de muchos elementos y el cuerpo es ese hogar que habitamos y que nos lleva en este recorrido que se llama vida. Es el que engrana e interactúa con todo lo demás.

De allí lo importante de estar conectadas, alineadas en armonía con él, y eso no significa que no habrá días en que algo nos incomode o que deseemos sea diferente, por el contrario, significa transitar todos los procesos del cuerpo, sentirlo, escucharlo, moverlo, saber que es valioso y sacar de él todo eso que le hace carga: expectativas, críticas, experiencias dolorosas  y emociones no tramitadas.

Gracias por llegar hasta acá, y si te sentiste conectada con algo: Te abrazo y te digo que no estás sola.

@SoyCarlaMichelle

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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