Una vez al mes maldigo con todo mi aparato reproductor. Y no solo por los dolores varios, la incomodidad del sangrado y la sensibilidad que me provoca la hormonación. No. Odio la regla porque cada vez que llega tengo que esconderme.
Nadie puede saber que estoy menstruando, si no me va a tocar lidiar con la idea de que todos crean que estoy sucia o fingir que me dan gracia los típicos comentarios de “con razón estás insoportable, es que tienes la regla”. Tengo que hacer maniobras de ninja para ir al baño a cambiarme sin que nadie sepa cuál es mi propósito, me toca disimular los cólicos porque eso es “puro show” y alejarme de las actividades que impliquen movimiento porque puede aparecer la temida mancha.
Pero yo también me pregunto, si la menstruación llega todos los meses y me toca vivir con ella hasta que tenga que cambiarla por la menopausia ¿por qué me enseñaron a ocultarla como si esa sangre viniera de un crimen encubierto?
Aunque la menstruación es una condición física con la que lidiamos muchas personas (Sí, porque no es algo que solo le pasa a las mujeres), este tema es un tabú que, por alguna razón, no nos atrevemos a superar como sociedad.
Actualmente, nos encontramos en un mundo en el que todas las personas menstruantes sufrimos exclusión y vergüenza por nuestros procesos fisiológicos, un hecho que atenta directamente con nuestra dignidad humana.
Esta brecha marcada por estigmas y privaciones nos lleva a ser víctimas de prejuicios y discriminación. La idea de que el sangrado es sucio e impuro nos ha llevado a restricciones culturales que van desde Nepal, en donde la tradición de chhaupadi prohíbe a las mujeres cocinar y dormir en casa, hasta la misma Venezuela.
Mi abuela siempre me decía, muy seria, que si intentaba batir claras de huevo con la regla no iban a subir. Tampoco me dejaba acercarme mucho a la cocina cuando sabía que estaba menstruando. Una vez también escuché a una amiga decir que no se podían cargar bebés recién nacidos con el periodo porque se “ponían quejones”. Todas afirmaciones sin basamento científico, ni el más mínimo sentido (con todo respeto).
Esta prohibición intrínseca y absurda nos ha llevado a alejarnos voluntariamente de actividades deportivas o reuniones sociales. De allí también viene la idea de que las personas que menstrúan tienen menores capacidades físicas o incluso emocionales.
Hasta yo misma he llegado a decir “no puedo tomar esta decisión, tengo la regla”. Todo porque nadie se molestó en explicarme que los cambios de humor tienen que ver con la sobreproducción hormonal y que no a todas las personas les pasa igual. Puede que yo me sienta más sensible e irritable durante esos días, pero mi vecina pasa la menstruación y ni siquiera se da cuenta.
¿Por qué no nos cuentan nada de esto? Porque parece que ignorar la menstruación es una política de Estado que se extiende desde la comunidad hasta las escuelas. Esto hace que la sociedad en general tenga un completo desconocimiento de lo que es el periodo y solo se valga de las ideas preconcebidas del pasado. Toca aprender de la menstruación en el momento que llega y llevarla escondida tras el manto de la vergüenza.
En una de mis primeras menstruaciones, cuando estaba en la escuela, saqué una toalla sanitaria de mi bolso para ir al baño. Algo normal. Hasta que una compañera vio que no llevaba el arma del crimen en las manos, a la vista de cualquier curioso. Me detuvo con un reproche y me dijo que la escondiera, porque le estaba avisando a todos que tenía la regla.
Ese pequeño momento me hizo replantearme todo, ya no era una niña, ahora tenía que cuidarme cuando iba al baño. Tener una toalla en las manos significaba exponerse, como llevar una letra escarlata que te delata como impura.
En pleno proceso de entendimiento de mi cuerpo, el entorno me enseñó a sentir vergüenza de él.
El estudio Retos e Impactos del Manejo de Higiene Menstrual para las Niñas y Adolescentes en el Contexto Escolar presentado por la UNICEF Perú en 2020, señala que el 95% de las niñas siente incomodidad en el colegio durante la menstruación, 99% sienten vergüenza y el 57% ha escuchado burlas de sus compañeros, por lo tanto prefieren no hablar del tema. El estudio puntualiza varias problemáticas, entre las que se encuentran: falta de información, vergüenza, tabú, violencia, bullying y servicios higiénicos inadecuados.
Según los datos de UNICEF el 10% de estas niñas no sabían que era la menstruación porque nunca les hablaron de ello y que la poca información que reciben en la escuela solo tiene que ver con el riesgo de quedarse embarazadas.
Por esto resulta urgente garantizar el derecho a la información, y no solo para las niñas. Si todos conocen lo que significa menstruar y lo asumen como algo normal, nadie más tendrá que sentir vergüenza o miedo por los procesos de su cuerpo.
Porque estoy segura de que si le pregunto ahora mismo a un hombre cómo funciona el ciclo menstrual no va a tener ni la más mínima idea. Entonces ¿Cómo se comprende y se respeta algo que no se conoce?
Cambiar la forma en la que funcionan las instituciones y la mentalidad de una sociedad retrógrada no es fácil y claramente no voy a hacerlo con estas palabras. Pero yo decidí dejar de esconderme, comenzar a hablar al respecto y aprovechar las herramientas disponibles para vivir mi vida al máximo.
Quiero ser como esas mujeres que hablan de su cuerpo con orgullo y que no conocen la vergüenza, ellas me enseñaron que sangrar una vez al mes no es una condena y que es importante dejar de verlo como un castigo. Me gusta creer que cada quien, desde su espacio, puede convertirse en agente de cambio.