Vivimos en una época en la que, cada vez más, las mujeres toman conciencia de la ocurrencia de la violencia doméstica, su concepto, sus complejidades, cómo denunciar y vivir después de ser víctima de violencia por razón de género. No es ni ha sido fácil para ninguna mujer sufrir cualquier tipo de violencia y resignificar el sufrimiento en la lucha, el aprendizaje y la enseñanza.
Todas las que tenemos una historia de supervivencia y constancia, aprendemos a ser acogedoras con otras mujeres y el conocimiento es una de nuestras más fuertes herramientas de superación. El escenario mundial es impactante y las estadísticas ya no nos permiten omitir ninguna tranquilidad.
Según un estudio de la Base de Datos Mundial de la Organización Mundial de la Salud, se estima que por lo menos veintisiete por ciento de las mujeres entre quince y cuarenta y nueve años han sufrido alguna forma de violencia doméstica al menos una vez en sus vidas y, desafortunadamente, en las últimas décadas el número no ha cambiado significativamente.
A pesar de no tener un carácter excluyente absoluto, las situaciones de emergencia derivadas de las desigualdades socioeconómicas son factores de riesgo cruciales para niñas y mujeres. Esto se debe a que, en los países más desarrollados, la agenda de violencia basada en género se enfrenta con menos estigma debido a una mayor implementación de políticas públicas, ya sea en el sector de la educación, la seguridad pública o la salud. Así, la acción del gobierno es incuestionablemente fundamental para combatir la violencia contra las mujeres.
El Brasil, por ejemplo, ocupa el quinto lugar en el ranking de violencia contra la mujer, en una lista de casi cien países; la misma colocación para los feminicidios, una muerte cada siete horas, destacando que el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística registra que la mayoría de los feminicidios cometidos ocurren dentro del hogar. Es lamentable que nuestro contexto histórico nos ha llevado a vivir una realidad fáctica contra la cual nos oponemos diariamente.
Pero entre muchos instrumentos normativos convencionales y constitucionales que buscan reducir las disparidades entre hombres y mujeres (Carta de las Naciones Unidas, Declaración Universal de los Derechos Humanos, Convención Interamericana sobre la concesión de los Derechos Civiles a la Mujer, Convención sobre los Derechos Políticos de la Mujer, Pacto de San José de Costa Rica, Convención de Belém do Pará, Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la Mujer – Cedaw…), la ley brasileña titulada Maria da Penha, Ley nº 11.340 fue sancionada el 7 de agosto de 2006 por el entonces presidente electo Luiz Inácio Lula da Silva, cuya protagonista es Maria da Penha Maia Fernandes, crea mecanismos para frenar la violencia doméstica y familiar contra la mujer que, nos guste o no, es una consecuencia brutal de la desigualdad de género.
Así, el artículo séptimo nos trae la definición de los cinco tipos de violencia en este contexto, a saber, la violencia física, psicológica, sexual, patrimonial y moral. Cada uno de estos delitos implica varias conductas implícitas en las que se encuadran. Entonces ¿por qué es tan importante en nuestras vidas? Fue un marco legal que pretendía combatir y prevenir la violencia doméstica y familiar. La evolución de las normas que protegen la integridad de las niñas y mujeres necesitaban escuchar el desamparo que sufren las sociedades en este punto específico.
Muchas mujeres han sido protagonistas en la historia mundial y en la lucha por sus derechos. Desde luego, Maria da Penha Maia Fernandes es una mujer brasileña cuya historia representa un símbolo de fuerza abrazado por el mundo entero y los movimientos que defienden esta causa. En efecto, su ejemplo de lucha y de voz es un gran legado para todas nosotras y por eso el silencio nunca será una opción de protección, sino de miedo o complicidad. Como mucho nos ha enseñado, una de sus frases más llamativas: “La vida empieza cuando acaba la violencia”.
Practicar cualquier tipo de violencia o intensificar la discriminación contra las mujeres sigue siendo un mal cultural secular y todavía estamos atrapados en esta pesadilla que es mayoritariamente masculina. Sí, porque como repetimos “no todos los hombres, pero siempre un hombre”. Asimismo, «todo hogar es una casa, pero no toda casa es un hogar». Pausa para una reflexión: los hombres no son monstruos, un monstruo es cualquiera que ataca, independiente del sexo.
Aprendemos en la práctica el significado de los dichos populares cuando nos enfrentamos al fruto de la mala conducta derivada de un machismo estructural que es un sistema, de la mala educación que guía a los seres humanos en rebaños e increíblemente a muchas mujeres sumisas. Ninguna casa donde impere la amenaza al bienestar y la violencia será un hogar verdadero y mantenemos nuestra voz lista para solicitar una llamada de socorro cuando la necesitemos.
En cuanto a los últimos años, según el Foro Brasileño de Seguridad Pública, durante la pandemia de la Covid-19, la incidencia de violencia contra niñas y mujeres aumentó considerablemente debido a la mayor permanencia en los hogares cerca de sus familias y se realizó al menos una denuncia por minuto. Esta realidad es insostenible.
En cambio, y afortunadamente, no todos los hogares son escenario de violencia doméstica y familiar. Sí, hay familias felices y bien estructuradas. Hay muchos hombres y mujeres que son dignos de respeto y que valoran la familia y la seguridad de sus familiares. Pero este artículo se centra en un tema extremadamente delicado. Es necesario reafirmar que imponer el respeto a las prácticas familiares abusivas y decir un “basta” no es oponerse a la construcción de una familia, sino buscar utilizar medios civilizados para saber cómo mantenerla y hasta qué punto es seguro seguir viviendo los mismos patrones de comportamiento.
El diálogo entre familiares y la ayuda de profesionales capacitados pueden resolver casos menos graves y reparar muchos daños. No olvidar que denunciar en una comisaría especializada en este tipo de delito también es una de las mejores formas de pedir ayuda y poner la violencia practicada o situaciones de riesgo en conocimiento de las autoridades competentes, como la policía y la justicia. Es inevitable revisar los canales de atención en cada localidad antes de intentar hacerlo.
Y si en otros tiempos éramos consideradas diosas madres, símbolos de vida, fecundidad, poder, maternidad y creación que el devenir de la historia nos ha oscurecido y llevado al culto de sociedades patriarcales donde el hombre es considerado desde entonces el mayor proveedor y gobernante, recordemos esto cada día y noche: que no nos convertimos en víctimas frágiles y impotentes, solo hubo un redireccionamiento de las relaciones sobre el significado del origen de los poderes y la dominación del género masculino con un sesgo severamente opresor en detrimento del género femenino.
Es una cuestión de construcción de conceptos que somos plenamente capaces de cambiar. Por tanto, recordemos esto en nuestros sueños que hemos soñado y a través de los libros que hemos leído porque eso nos alimenta y nos da esperanza y nunca nos permitirá sucumbir a la base del victimismo. Alimentar la esperanza es un dolor, pero también un fortalecimiento.
Incluso la más delicada de las mujeres es una fuente inagotable de fortaleza y esto no es poesía porque la vida de las mujeres se trata tanto de resiliencia como de supervivencia, es puramente real. Todo nuestro cuerpo es un arma de guerra contra la violencia. La más fuerte, la voz. Y más aún, nuestra historia, nuestra ancestralidad, nuestras leyes, es lo que nos protege y nos permite creer que nuestros derechos están protegidos, a pesar de las fallas y lagunas. Por eso luchamos.
Por fin, recapitulemos siempre que los derechos de las mujeres son derechos humanos, un paso increíble en la evolución de la humanidad hacia la libertad y la paz.