La muerte y la hipocresía: El derecho a la vida en medio de una discusión estéril

La muerte y la hipocresía: El derecho a la vida en medio de una discusión estéril
mayo 27, 2022 Aglaia Berlutti
texas

La noticia es aterradora por sus implicaciones. Un hombre de 18 años disparó a quemarropa contra niños de una escuela primaria de Texas. El agresor, que no tenía ningún antecedente policial ni psiquiátrico, mató antes a su abuela, también a disparos. Llevaba un rifle de asalto, con el que se enfrentó a la policía, un arma que pudo comprar con toda la libertad que le brindan las leyes de su país.

Escucho la información y siento un terror angustioso difícil de describir. Me recuerda, con inquietante claridad, los límites entre la defensa de la vida — la real disposición a la protección de la integridad — y la hipocresía cultural. El peso de un tipo de horror que es imposible de describir y algo mucho más doloroso: la cuestión sobre cómo se analiza el control, el poder y la ley en nuestra cultura. Y por supuesto, el inquietante rasgo en el doble discurso — la doble mirada, la condición del absurdo — en la forma en que se profundiza en los parámetros sobre la defensa de lo que consideramos de valor en la sociedad contemporánea.

Sé de lo que hablo. Vivo en el tercer país más violento del mundo. Los enfrentamientos armados no me resultan desconocidos. Mucho menos, las consecuencias inmediatas que acarrean. Vivo en una ciudad en que hubo una batalla campal a disparos por más de cuarenta y ocho horas. Todo ocurrió a tres cuadras de mi casa. Sé diferenciar el sonido de una bala de cualquier otro estallido inofensivo. Sé lo que debo hacer si escucho una descarga de munición pesada. Todo eso lo aprendí durante los primeros años de mi vida.

No se trata que la violencia me resulte desconocida. Pero lo que ocurrió en una escuela primaria de Texas, me paraliza de miedo por un hecho puntual. Por una idea que no dejo de pensar desde que leí los nombres de las 19 víctimas, la mayoría niños menores de doce años. Es más fácil comprar un arma en EEUU que practicarse un aborto. Es más sencillo acudir a una tienda especializada para comprar municiones que podrían desencadenar un tipo de violencia aterradora, que una mujer disponga de su cuerpo de la forma en que crea conveniente.

Sí, sé en qué piensa, hipotético lector. Sé muy bien que debe parecer oportunista que se compare al aborto con una tragedia a la escala de la que aconteció en Uvalde. Qué, como seguramente, la gran excusa para evitar una comparación semejante es una específica. Una mujer queda embarazada porque lo desea, no puede evitarlo o es su naturaleza. Un ataque armado es un crimen. De modo que ¿Cómo me atrevo a establecer un paralelo entre ambos puntos? ¿Cómo soy capaz de profundizar en un tema como el aborto, mientras los padres de Uvalde lloran a sus hijos?

Le diré cuál es la razón por la que lo hago, por la que es pertinente la diferencia, por la que es necesaria la comparación. La defensa de la vida es una totalidad de decisiones y no sólo una forma de control. Una manera de ejercer dominio histórico sobre la mujer y mucho menos, una idea que pueda establecer los límites de hasta dónde se debe proteger a la comunidad, la ciudadanía, a un país de la violencia.

¿Por qué es más sencillo comprar un arma en Texas que practicarse un aborto en la misma jurisdicción? ¿Por qué hay una resistencia absoluta a cualquier regulación en el porte de armas y sí, un completo apoyo legal a poner trabas al derecho de la mujer a decidir sobre su capacidad reproductiva? Sí, conozco todas las objeciones: un aborto trunca la posibilidad de una vida. Pero, como diría Margaret Atwood hace poco ¿A qué llamamos vida? ¿A un conjunto de células que se reproducen?

Para entender la cuestión acerca de esa vida, habría que preguntarse a qué llamamos ¿alma? ¿espíritu? ¿ka? ¿Coinciden todas las creencias? ¿debería una ley estar basada en un hecho abstracto que resulta subjetivo por necesidad? ¿Quién puede, con los elementos de la ley en mano, asegurar cuando comienza la conciencia, si a eso nos referimos? ¿Cuál es el principio exacto en que una vida — tal y como la concibe un número considerable de ciudadanos — es proclive de ser considerada viable? ¿hay un acuerdo general en algo semejante? Y de haberlo ¿cómo se construye una visión sobre el tema semejante? ¿Cómo se unifican teorías teológicas con el magma de la ley?

En Texas, no hay dudas sobre ese apartado. La capacidad reproductiva debe controlarse, evitar por todos los medios al alcance de la ley, que se pueda hacer uso de la voluntad para interrumpir un proceso de gestación. En Texas, la idea que una persona pueda tener el derecho de asumir la responsabilidad sobre gestar y dar a luz es impensable.

O limitada a una diatriba política que no incluyen los derechos reproductivos como inalienables y personalísimos. Se invoca el derecho a la vida, la necesidad de proteger, cualquiera sea el costo, al futuro de una posibilidad que todavía no es otra cosa que células en formación. Que no haya una disposición legal que pueda proteger a la determinación del propio cuerpo de manera plena. ¿El motivo? El valor del futuro, de lo que pueda prometer el fruto de la concepción. Nada más importa y la ley de Texas lo deja claro en cada oportunidad que puede.

Pero nadie objeta que una persona de 18 años pueda comprar armamento de guerra sin una sola traba que analice su capacidad psiquiátrica. En Texas se invoca la salvedad constitucional que cada ciudadano estadounidense tiene derecho a defenderse. Hacerlo sin importar que un arma, en realidad tiene el único objetivo de matar. Ya sea oculta bajo la cama, en la tienda o sobre el aparador. Ya sea que el que la sostenga tenga las mejores intenciones y una formación sólida acerca de lo que desea hacer con una herramienta creada específicamente para asesinar.

En Texas, un hombre de 18 años, que todavía no puede beber una cerveza, puede obtener un arma por el equivalente a tres sueldos mínimos en una cadena de comida rápida. En Texas matar es tan sencillo que resulta escalofriante el pensamiento, las implicaciones que tenga. En Texas, el hecho de la tenencia del armamento capaz de asesinar, no atraviesa los mismos pruritos morales que el aborto. Nadie se pregunta por la vida del otro, por los que morirán en la posible defensa. Nadie se cuestiona la idea sobre matar o morir. En el caso de las armas, la cuestión es clara. Un texano puede matar para defenderse. Pero una mujer en el mismo estado no puede interrumpir un embarazo, no importa que le asista la razón, que sea su decisión. Que la haya meditado, profundizado y sea lo mejor para su vida.

De modo, que aquí el tema es el control. No de las armas, que nadie lo desea. Es sobre la capacidad reproductiva femenina. El útero convertido en objeto legal, como no lo es una bala o un rifle ¿La respuesta a eso? No se puede comparar un aborto a comprar un arma. Lo escucho a diario, veo discusiones parecidas que me causan escalofríos. No se puede comprar un puñado de células con la salvedad que un adulto, pueda sostener un arma y disparar para ¿defenderse? Se trata de un análisis inquietante.

En Texas se invoca a Dios para limitar el derecho a decidir y disponer de la capacidad reproductiva. Pero para analizar el riesgo del asesinato, ninguna razón moral es suficiente. Ojo por ojo, diente por diente. También es bíblico ¿no es así? En Texas, un ciudadano puede ir a una tienda, comprar cualquier arma de su preferencia. Es su sagrado derecho. Uno amparado por la ley. ¿Cuál es el límite entonces de la percepción del derecho sobre el cuerpo y el futuro en este caso? ¿Dónde está la invocación divina que se insiste es la traba mayor para evitar el aborto como un derecho inalienable y personalísimo?

Un hombre de 18 años disparó contra niños porque pudo. Porque el sistema legal de su país le ampara. El mismo sistema legal en el estado en que nació, prohíbe y condena los derechos sobre el cuerpo y la reproducción. ¿Qué tan hipócrita puede ser que sea más sencillo disparar que abortar? ¿Cuál es la vida que se defiende? al final, la cuestión es tan simple como inquietante. A nuestra sociedad no le importa la vida en absoluto. Le interesa el control de ciudadanos que, durante buena parte de la historia, se consideró de segunda categoría. Algo tan inquietante como para que la tragedia de Texas tenga más aristas de las evidentes, más horrores que los obvios. Y al final, una mirada más dura sobre la identidad actual.

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Foto AP

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