Minnie Mouse se acicala para celebrar los 30 años de Disneyland París, poniéndose pantalones azules en lugar del tradicional vestido rojo que usa desde hace 93 años. Su diseñadora, Stella McCartney, indica que este es un “símbolo de progreso para las mujeres de las nuevas generaciones” y anuncia que para el Día Internacional de la Mujer se venderán camisetas con esta nueva imagen.
La verdad es que no es la primera vez que a Minnie la visten con pantalones. Tanto la línea de cruceros Disney como los Almacenes Barneys, ya la habían presentado con nuevo look hace unos años atrás y no se armó la polémica que esta vez generó el anuncio desde París, sobre todo por parte de la cadena Fox, que lo tildó de maniobra izquierdista para distraer a la gente de los verdaderos problemas, pero también por modificar los tradicionales dibujos animados para complacer a una “generación de cristal” que se ofende por todo. Una muestra de que estos temas tienen más espacio para ser parte del mainstreaming que antes.
Varias lecturas podemos darle a esta noticia desde nuestra mirada feminista
Algunas mujeres se alegran de ver a Minnie en pantalones. Lo asocian con una reforma liberadora y empoderadora, que enseña a las niñas que pueden vestirse como ellas quieran. Creen en la potencia del mensaje, sobre todo porque proviene de una de las empresas más grandes e influyentes del mundo y que eso es aprovechable con fines educativos por el impacto que puede generar la transmisión de valores más afines a las nuevas realidades. Un 85% de las lectoras de la conocida Revista Elle, por ejemplo, dijo estar muy complacida con este cambio en una encuesta flash que lanzaron en días pasados.
Otras rechazan el mensaje, lo ven como una manipulación marketinera, una suerte de “purple wahsing” que usan muchas empresas para mostrar una cara desprovista de machismo y en pro de valores de modernidad en favor de las mujeres, aun cuando internamente aplican prácticas discriminatorias o explotadoras contra sus empleadas. Advierten además que la verdadera motivación es meramente comercial y que no realizan un trabajo de fondo con sus públicos internos y comunidades cercanas, que demuestren un real compromiso con el desarrollo de las mujeres.
En lo personal creo que los valores sociales en torno al respeto a la libertad de elección de las mujeres, que el movimiento feminista ha promovido, han sido claves en el cuestionamiento de las tramas que ofrecen algunas de las más famosas películas de Disney, usualmente cargadas de estereotipos machistas y sexistas.
No son sesgos fáciles de identificar porque con ellos nos criamos y condicionaron en gran medida la forma como nos comportamos en la adultez, las creencias que sostenemos y las expectativas que albergamos por el hecho de ser hombres o mujeres. Pero al ser señalados y cuestionados, otras formas de actuar emergen, sin necesidad de atarlo todo al juicio de lo femenino o lo masculino.
Un estudio realizado en 2016 halló que, en niñas de dos años, la exposición a las princesas de Disney se asocia con un comportamiento femenino mucho más próximo a los estereotipos. Esto apoya la idea de que la influencia de los medios de comunicación masiva no es inocua ya que moldea actitudes y conductas desde la más temprana infancia. Estos y otros hallazgos han llevado a Disney en años recientes a generar nuevos contenidos en sus historias, más inclusivas y respetuosas con los ideales de solidaridad, igualdad y libertad: princesas sin príncipes, heroínas como protagonistas, guerreras rebeldes que no se dejan someter.
El uso del pantalón como símbolo
Que una mujer hoy en día se ponga pantalones no llama la atención de nadie. Pero desde la primera vez que eso ocurrió no han pasado ni cien años. Como toda expresión de género, la vestimenta es una construcción cultural que nos asignan de acuerdo con el sexo con el que nacemos. Naces hembra y entonces se espera que seas femenina (falda, vestido, rosa, olorosa, amable, sumisa). Naces hombre y tienes que ser masculino (pantalón, corbata, azul, agresivo, proactivo, competitivo). Si siendo mujer haces algo masculino o viceversa, la presión social te castiga.
Se dice que cuando las mujeres empezaron a usar pantalones por allá por los años 30, comenzó la verdadera revolución, porque como ninguna otra prenda, esta asegura libertad de movimiento, que es justamente la principal bandera del feminismo. Hacia los años 50 se popularizó más su uso por su sentido práctico sobre todo en el ámbito laboral y hacia los 60 ya estaba plenamente asumido por la mayoría de las mujeres, no sin dejar de recibir críticas o burlas por parte de maridos, padres, jefes al mostrarse empantalonadas.
Aun así, el uso de pantalones por parte de las mujeres sigue estando prohibido por muchas leyes, reglamentos, religiones, empresas u organismos públicos. Aunque parezca increíble, en Estados Unidos a las mujeres no se les permitió usar pantalones en la cámara del Senado hasta 1993. Todavía hoy en muchas empresas se exige a las mujeres el uso de vestido para trabajar y quedan escuelas que prohíben el uso de pantalón como uniforme a las niñas. Por eso, aunque parezca pasado de moda el mensaje de la Mc Cartney, todavía es necesario abogar por el progreso hasta en los detalles más básicos.
La expresión “ponerse los pantalones” refleja el estereotipo que asocia una prenda tradicionalmente masculina con la acción, el poder, la autoridad. De aquí que, cuando las mujeres comenzaron a usarlos -principalmente las feministas-, tal hecho se interpretó como una rebelión política, un llamado a la provocación o como dijo un periodista en 1968 “una destrucción a las normas de género”. Junto a la corbata, el pantalón es sin duda, la pieza del armario que mejor refleja el mandato patriarcal.
Una oportunidad para revisar sexismo
Poco a poco, gracias al feminismo, se ha ido rompiendo esa lógica sexista en torno al género, pero aún estamos lejos de haberla superado, porque entre otras cosas, como especie, somos conservadores y cualquier intento de transformación nos pone en el terreno de la incertidumbre y la resistencia. Y porque, además, mucha gente sigue creyendo que lo femenino y lo masculino debe seguir marcando la pauta en el proceso de socialización, en lugar de descartar el concepto opresivo que encarna y promueve.
Celebro que, en lugar de cancelar las viejas películas o muñecos o princesas, con todo y sus incorrecciones políticas, estos se mantengan, y que Disney esté colocando la etiqueta de advertencia en sus producciones: “Estos estereotipos estaban equivocados entonces y lo están ahora. En lugar de eliminar este contenido, queremos reconocer su impacto dañino, aprender de él y generar conversaciones para crear juntos un futuro más inclusivo. Disney tiene un compromiso para crear historias con temas inspiradores que reflejen la rica diversidad de la experiencia humana en todo el mundo”.
Si el mensaje de que mujeres y hombres podemos ser libres y usar prendas de vestir sin ataduras de género, llega de forma más rápida y contundente con la imagen de una Minnie en pantalones, pues entonces bienvenida sea.