La controversia y la necesidad de debate: sí, hay que enfrentar — pero no acallar — las voces incómodas. 

La controversia y la necesidad de debate: sí, hay que enfrentar — pero no acallar — las voces incómodas. 
noviembre 9, 2021 Aglaia Berlutti
chappelle

Antes del estreno de su polémico monólogo «The Closer», David Chappelle dijo que el especial sería el último “por un tiempo”. Lo hizo, por supuesto, con toda la intención de dejar en claro que el programa levantaría polvareda. Es un truco viejo que Chappelle ha utilizado más de una vez. Lo hizo, cuando en el 2017 defendió a Louis C.K. por las acusaciones de abuso sexual en su contra — admitidas por el mismo comediante — y además, dejó en claro que a pesar de la polémica, “cancelar” era la peor opción. La incendiaria proclama se incluyó en “The Bird Revelation” y a continuación, Chappelle dejó caer que provocar el debate y el escándalo, era su forma de llamar la atención de varios temas a la vez. Después, desapareció de forma intencionada y en varias entrevistas admitió que parte de su intención era sin duda, crear una condición de incomodidad a partir de la idea de enfrentar “la sensibilidad” de nuestra época.

“La sensibilidad de nuestra época”. Cuando leí la frase años atrás, me pregunté si el gran dilema de Chappelle era tener una única manera de enfrentar el cambio social a su alrededor. Después de todo, resultaba muy sencillo levantar polvareda, enfrentándose al movimiento #MeToo, #TimeUp y otros, a través de la polémica y la provocación. Chappelle se burla de las feministas, también de los grupos vulnerables. Lo hace con una retorcida y precisa conciencia del impacto que tendrá sus chistes, insinuaciones y afirmaciones, pero en especial, con la atención puesta en su capacidad para la controversia. Chappelle desea que el fuego arda, que las redes sociales se enfrenten con su nombre como bandera. Lo disfruta y también lo articula en un discurso explosivo y estructurado para desafiar el tejido del cambio social. Chappelle no es sólo un comediante sino un agente de choque que sabe que lo es y utiliza esa cualidad, como parte de un espectáculo mayor.

De modo que cuando vi The Closer, me pareció un subrayado de sus típicas y ya conocidas ideas sobre el racismo, la comunidad LGTB+ y queer, del feminismo y el hombre blanco norteamericano. Para Chappelle, la incomodidad es el objetivo. Pero también, enfrentarse a lo que considera una especie de muro social que señala e identifica como la cultura de la cancelación. Para Chappelle no es importante si ofende a un conglomerado o si esa cualidad de ofensa es selectiva, general o puntual. Critica, se mueve al borde del odio y evita ser acusado de lo obvio, con una puesta en escena astuta.

Chappelle sabe qué hacer para despertar la rabia, pero no para encender todas las hogueras a la vez. Quiere que el malestar invada a lo que considera grupos de poder o que él asume, en todo caso, poderosos. Para el comediante, el punto básico radica en la punta de lo que toca. Se burla de hombres blancos, mujeres trans y feministas por igual. Se mofa del racismo, elabora retorcidas elucubraciones sobre ideas sensibles y desata lo inevitable. Una inmensa, incómoda y dolorosa discusión colectiva que casi llega a puntos nuevos y que reafirma algunos planteamientos y descarta otros.

¿Es Chappelle un héroe? No, es un millonario comediante con la visibilidad suficiente para incomodar con una precisión quirúrgica. Uno, además, que sabe lo que hace. No es un mártir de sus principios, tampoco “arriesga” su carrera. Luego de su lanzamiento el 5 de octubre, “The Closer” se mantuvo entre los diez programas más vistos en Netflix. De modo que la teoría popular sobre el mesianismo de Chappelle de tocar de manera agresiva temas sensibles para provocar el pensamiento, es una idealización de su ambición. El comediante creó un monólogo que toca las finas líneas de lo que podría considerarse violento para provocar con exactitud lo que logró: una extensa, incómoda — y redituable para él — controversia sobre temas específicos. ¿Hay odio y prejuicio en su monólogo? Lo hay, de la misma manera en que lo hubo en todos los anteriores. ¿Es motivo suficiente para que el programa salga del aire? ¿para condenar a Chappelle al ostracismo social?

No lo creo. Eso a pesar de sentir preocupación por los conceptos que emite en The Closer. A pesar de que me sentí personalmente insultada por varios de las cosas que dijo. Pero silenciar a Chappelle implica que el debate a marras también quede anulado, que se disminuya y se minimice la percepción sobre por qué su idea de la confrontación es algo a lo que debemos enfrentar con argumentos, no con silencio. David Chappelle habla de la cultura de la cancelación para enaltecer su capacidad para provocar, para señalar esa opción de la censura y para encontrar una forma de confrontar dentro de la confrontación. ¿Es un genio Chappelle? No, simplemente es un hijo de internet, uno que analiza el humor como fenómeno social, un estudioso de la potencia del idioma. ¿Es un erudito Chappelle? En realidad, se ha curtido en escenarios, en discusiones, disfrutando del escándalo. Lo que encumbra a Chappelle es caminar en la cuerda floja sin caer.

Eso a pesar del escándalo que “The Closer” provocó. No obstante que Jaclyn Moore, la show runner “Dear White People” (también de Netflix) renunciara en medio de la polémica. Moore, blanca y trans, insistió en que Chappelle debía ser silenciado. De inmediato, la reacción fue la contraria: Moore fue cuestionada por dar forma a un programa en el que se habla de la vida de la comunidad afroamericana, siendo blanca. También, B. Pagels-Minor, un empleado negro trans no binario de Netflix, se convirtió en centro de la protesta y la presión. Empujó el ojo mediático al interior de Netflix y lo alejó del debate sobre Chappelle y la forma de utilizar a la prensa, medios y la opinión general en beneficio de su carrera y la controversia.

¿La solución entonces es no protestar? El dilema, no es la ausencia de la protesta. Es, en realidad, la capacidad de la protesta para ser efectiva para sacudir el altar de Chappelle — creado por él mismo — como controversial y en especial, como hombre “incómodo”. La noción que el comediante sostiene sobre la necesidad de insultar, denigrar y menospreciar con un supuesto lenguaje de la calle para que la polémica ocupe un espacio singular dentro de la cultura popular. ¿Es peligroso el fenómeno Chappelle? No lo es, en la medida que el comediante sabe que su puesta en escena depende de su habilidad para ponerse en el centro del debate, para lanzarse a las llamas y llamarse a sí mismo prisionero de corrientes de información. En medio de cambios estructurales y colectivos, Chappelle representa la connotación sobre las aristas de ese gran enfrentamiento de voces y filosofías que ocurre a todo nivel en todas partes.

feminismoY sin duda, para Chappelle es muy sencillo adueñarse de esa brecha. Bautizarla como su trinchera y utilizarla a su favor. Es una idea común y popular en nuestra época, en la que el reconocimiento de los derechos del otro parece agresivo. Pero también es una que ya se analiza desde la perspectiva académica. Lo ha hecho Maggie Nelson en su libro On Freedom, en la que insiste de “volver a la libertad con toda sus dificultades y su incomodidad”. La escritora, que está convencida que la llamada cultura de la cancelación es un límite bastardo entre el estigma y la negligencia en la forma en que comprende la libertad, es también una audaz defensora de lo subversivo. Pero a diferencia de Chappelle no se considera una heroína de lo trágico, una mártir moral ni tampoco un símbolo de los tiempos tumultuosos de la opinión crítica.

Para Nelson toda la percepción del tema se resume a algo básico: nuestra cultura necesita debatir y si un agente incómodo promueve esa discusión, quiere decir que es necesaria. “Si algo debe ocultarse, simplemente simboliza lo prohibido. Lo que realmente deja de tener relevancia se ignora y desaparece. ¿Puede decirse que temas como el racismo y la homofobia han desaparecido del discurso general? La respuesta es más que obvia y la solución es evidente. «Debemos seguir debatiendo, luchando, batallando y expresando ideas sobre el bien y el mal en cada oportunidad que nos sea posible, sean del agrado del colectivo o no” dice en su libro.

¿Es Chappelle necesario? Lo pienso mientras veo el programa, en el que se regodea como hombre de mediana edad con una considerable fortuna, de importancia política considerable y de un peso que le evita consecuencias inmediatas. Lo primero que dice Chappelle en su monólogo es acerca del dinero, del COVID y como afectó a los desposeídos. Lo dice en el tono en que podría hacerlo alguien que sufre una situación semejante. Lo dice con un pretendido dialecto — físico y verbal — de hombre de la calle. Que no lo es. Chappelle se sabe estrella, ha recibido más de 20 millones de dólares por provocar. ¿Necesario? Me hace reír la idea porque en realidad la pregunta es otra.

¿Es Chappelle inevitable? Lo es. Habrá hombres y mujeres como Chappelle a lo largo de la historia que se extiende en el futuro, que usarán los rescoldos del fuego de discusiones mayores para convertirlos en dividendos y una marca. ¿Eso es malo o bueno? En realidad, en una sociedad que consume contenido y lo traduce en opinión, la controversia ¿será un experimento exitoso o no? Eso incluye claro, el hecho que la libertad para expresar ideas incómodas choca de forma frontal con la necesidad de salvaguardar el discurso colectivo del odio y extremismo. “¿Cómo podemos defender la libertad coartando lo que puede o no decirse? No importa lo incómodo que resulte, lo peligroso que parezca, la expresión nació para englobar un tipo de percepción sobre lo moral que puede estar equivocado, pero nunca, puede ser disminuido, menospreciado o silenciado» dice Maggie Nelson en su libro.

En los primeros meses del 2021, Netflix eliminó algunos capítulos de “Chappelle’s Show” de la tabla de contenidos, por petición de Chappelle. Lo hizo, quizás, para hacer su material más potable, menos agresivo. Una maniobra brillante que convirtió a The Closer en tanto más duro por carecer de material de comparación. A pesar de la disminución del material, Chappelle sigue obteniendo unas abultadas ganancias. Las mismas que obtiene en sus presentaciones en vivo, como el evento que siguió a la emisión de The Closer en Hollywood Bowl. Una audiencia selecta con abultadas billeteras. Una que incluía a Stevie Wonder, Brad Pitt y Tiffany Haddish. Chapelle es poderoso y sabe que lo es. También sabe que, para seguirlo siendo, debe despertar situaciones incómodas como la que ocurrió con la huelga del 20 de octubre en Netflix o las discusiones en las redes sociales.

Chappelle habla con frecuencia de la cultura de la cancelación. Pero es precisamente esa idea lo que lo mantiene en el centro de la atención. Lo que lo hace símbolo de un debate que no le interesa pero que promueve como una forma de apuntalar su mito. El rebelde, el subversivo, el insumiso. El hombre que habla de la calle para la calle. Uno que se enfrenta a una cultura con sensibilidades nuevas porque sabe que esa grieta lo hace notorio. Después de todo, pienso divertida, lo único que no se cancela al final, son los cheques. Y menos para Chappelle, tan consciente del lugar de dónde llegan.

¿Es inevitable Chappelle? Lo es y todos los que vendrán después, que, como él, descubrirán lo redituable del escándalo. Pero la discusión y la evolución del pensamiento colectivo también son inevitables. Apago el televisor y suelto una carcajada. Al final, todos los discursos se erosionan. Además de las polémicas, claro. Con eso cuento a futuro. Inevitable, también.

 

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