Así se llama una novela mexicana que están transmitiendo en la tele por estos días. Me enteré por un avance de la programación así que no sé que de que va, pero me lo imagino, porque tal situación forma parte de un elemento cultural del cual uno se entera que pasa con cierta frecuencia, sobre todo en un hospital ante una enfermedad grave del pater familis, o en su velorio, cuando se aparecen hijos y consortes desconocidas hasta el momento por la familia formal del señor.
Casualmente por estos días ha estado circulando en redes un caso que se dio en 2014 en Escocia: Mary Turner Thomson descubrió que su esposo, norteamericano, tenía 13 hijos con al menos 6 mujeres. El decía que era inspector de la CIA y que por ello tenía que viajar mucho, hasta que una de sus mujeres contactó a las otras y entre todas lo denunciaron. Lo calificaron de bígamo serial y está cumpliendo prisión. Esta experiencia le permitió a Turner escribir “The Bigamist” un libro donde comparte su experiencia para ayudar a posibles víctimas a prevenir los males que ella sufrió producto del engaño marital.
Por estas latitudes sin embargo, el que un hombre tenga “un segundo frente” como coloquialmente se le llama, parece que es más aceptado, dándose no pocos casos donde la esposa oficial termina criando a los hijos habidos fuera de su matrimonio. Siempre me ha llamado la atención la capacidad que tienen los hombres de tener múltiples relaciones de pareja simultáneas, apartando los casos de evidente «anomalía» o «disfunción social» en el que caen personas moralmente cuestionables.
Al decir relaciones de pareja no me refiero a la infidelidad que se comete al tener sexo con otra persona en medio de una unión estable. Existe evidencia sobre la normalidad estadística de este comportamiento en todas las sociedades humanas y también es sabido que no tiene distinciones de género (varía la incidencia según sociedades y culturas, pero en general, hombres y mujeres son infieles en condiciones más o menos similares). Lo que me llama la atención es el patrón, tan común en Latinoamérica y el Caribe, de hombres que estabilizan varias relaciones de pareja, muchas veces con hogar e hijos en cada una.
Lo más común es que estas relaciones foráneas se mantengan en silencio y bajo engaño, pero en no pocas ocasiones el doble o triple vínculo es público y notorio. Me decía el electricista de la oficina “yo tengo 16 muchachos en 4 mujeres… no me alcanza para mantenerlos a todos, pero los domingos en mi casa hago un hervido de res para que todos mis hijos vengan a comer”. No hay distinciones de nivel socioeconómico o clase social acá, salvo el mayor esfuerzo por ocultar a la otra familia por parte de los más pudientes, por un tema de formas quizás.
No cabe duda de que se trata de una práctica social del patriarcado, porque su opuesto (mujeres con más de un hogar alternativo con hijos) es mucho más difícil y duramente penalizado. En los casos masculinos hay mucho de tolerancia social a esa práctica, definida a través de escasas y poco rigurosas sanciones y por cierto folclorismo en torno a sus implicaciones: «…los hombres son así», «…él quiere mucho a sus hijos y aporta lo necesario para que funcione la casa»… “lo mismo le hizo mi papá a mi mamá” y otras racionalizaciones parecidas.
En mi opinión, el modelo machista y patriarcal facilita una educación masculina cargada de estereotipos sobre el liderazgo, la guerra y la dificultad o imposibilidad de que los hombres se relacionen con las mujeres a un nivel no sexual, que puedan ser amigos, que sea razonable ser feliz sin expandir falsamente su ego infantil con nuevas conquistas con las que no solo se intercambie un rato de cama.
Pero por encima de todo esto, el patriarcado se consolida en la creencia de que la masculinidad va asociada a fertilidad, virilidad y descendencia, lo cual pone a muchos en la tarea de demostrar, sobre todo ante los otros machos de la manada, que son hombres de verdad. Como me decía el electricista aquel con mucha seriedad y recogimiento: “es que creo que estoy llamado a cumplir el mandato que me dio Dios de regar mi semilla”. Y ya sabemos que quien tiene la semilla tiene el poder.
Muchas mujeres aceptan este modo de vida porque fueron criadas bajo la égida del androcentrismo, el hombre como centro en torno al cual la vida gira y sin el cual no es posible sobrevivir. El hombre trofeo, el salvador, el proveedor único. El que dice cómo y cuándo y con quién. Mujeres paridoras educadas para ser rescatadas y mantenidas por un hombre, agarrando aunque sea fallo y adoctrinadas en la creencia de que ser madre es lo mejor que les puede pasar en la vida. Mitos todos que urge derribar para que se abran posibilidades de relaciones más sanas y equivalentes entre ambos géneros.
Mi mensaje a las mujeres que están involucradas en una relación así, vivida como fuente de sufrimiento personal y familiar, es que cuestionen la normalidad con la que esta conducta machista es asumida socialmente, que venzan la presión de tener que aceptar una realidad no deseada, -que sepan que sí es posible tener otras aspiraciones en la vida- y que busquen en otras compañeras amigas el apoyo que se requiere, como en el caso de la escocesa, para poner límites a quien usa el engaño y la mentira como estilo de vida en sus relaciones de pareja.