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Por: Vanessa Marcano Boos
Con este testimonio llegó mi hija de quince años a casa, luego de haber ido a una fiesta de cumpleaños de un compañero de clases. Llegó indignada por lo que había ocurrido, y al mismo tiempo desconcertada y confundida.
Habían estado jugando al juego de las sillas musicales, ese en el que un grupo de personas giran en torno a un grupo de sillas mientras la música suena, y al parar, cada una debe ocupar un asiento. La persona que se queda sin silla es desechada.
En ese juego, el animador hombre de la fiesta, dió la instrucción que debían ser las chicas las que comenzaran la ronda. Súbitamente, el grupo de chicos, los hombres, comenzaron a apostar a su “jugadora” favorita, increpándolas y presionándolas para que ganaran, y gritando todo aquello que habían apostado por la de su preferencia: Aposté mi móvil por ti, aposté mi camiseta, aposté mi dinero, entre otras.
Ante tal escena mi hija tuvo varias sensaciones que no supo identificar en el momento pero que posteriormente logró ubicar y verbalizar. “Mami me sentí como una cosa, sentí que estaban apostando a un caballo”. Además, me comentó “por cierto, nadie apostó por mí”. Es decir, ante tal situación, adicionalmente, se vio afectada o quebrada su autoestima. ¿No es una historia de terror?
Afortunadamente, mantengo una relación cercana con ella, de constante reflexión conjunta de lo que ocurre en nuestro entorno. Como madre, estoy atenta y alerta a cualquier comentario, historias del colegio, y diálogos entre las amigas que vienen a casa.
Voy a conectar esta anécdota con dos eventos más, uno de ellos, una charla que tuvimos en el colegio acerca de Internet, y su uso consciente, así como los riesgos a los que se someten nuestros adolescentes. Con gran sorpresa aprendimos que en el tercer lugar de los juegos preferidos por estudiantes son las aplicaciones de apuestas.
En México es cada vez más visible, en medios tradicionales de comunicación y redes sociales, que seamos abordados por comerciales que te invitan a apostar, sin ningún tipo de aviso preventivo, sin advertencias para menores de edad que los están consumiendo, y sin ningún tipo de horarios. Incluso te ofrecen una cantidad considerable para iniciarte en ese mundo. Como si fuera poco, son ahora varias plataformas en constante competencia por lograr la atención y la captación de nuevos adeptos.
Estas aplicaciones o webs, se basan en la “gamificación”, un sistema de premios, incentivos y algoritmos, que lo que generan es una gran adicción, y una entrada segura a la ludopatía.
Nuestros hijos e hijas adolescentes, están expuestos a tal punto a estas invitaciones e incentivos, que están logrando una “normalización” de este formato, que ha llevado a replicar dicha experiencia las fiestas de cumpleaños. Incorporando al discurso y prácticas cotidianas, el juego, las apuestas, y sobre todo, cómo éstas son prácticas de masculinidad.
El motivo de aquel cumpleaños, fue ambientado en un casino. Había ruletas, había mesas de blackjack, había una variedad de formas de apuestas como medio de diversión. Alrededor de dichas mesas, había pendones en forma de cartas, y obvio, fichas para ganar y apostar.
El momento cumbre, fue que las niñas adolescentes de la fiesta fueran el foco, para apostar por ellas, por su desempeño, con chicos alrededor emitiendo consignas y porras que “animaran” a ganar a su elegida.
Vale la pena reflexionar acerca, de cómo el capitalismo neoliberal está traspasando las fronteras de nuestras interacciones sociales, está determinando las fuentes de diversión entre adolescentes, cómo está permeando y ensanchando su “target”, pasando de adultos a jóvenes e infancias, promoviendo prácticas mercantilistas que profundizan la masculinidad hegemónica, cosifican a las niñas y a las mujeres como foco de una diversión androcéntrica, y cómo el dinero es el medio para lograrlo.
La familia es el entorno por excelencia de la socialización de los roles de género. Es allí en el que se afianzan creencias, expectativas sociales sobre qué es ser mujer y qué es ser hombre, y todas las prácticas que “deben” ejercer cada uno. En el entorno familiar verbalizamos juicios, estereotipos, que llevan a nuestras infancias a formarse en esos roles.
Me gusta hablar con mi hija acerca de en dónde realmente está el valor de una persona. Creo que allí está la batalla que debemos dar. Sobre todo porque vivimos en un contexto de altísima presión por aparentar, por mostrar, por consumir, por tener. Como si el valor de una persona está allí. ¿Dónde está el valor de una persona? ¿Está en lo que muestra, lo que tiene, lo que compra, lo que viaja?.
Me gusta recuperar el valor asociado a la empatía, la conexión emocional con otras personas, los talentos, los aprendizajes, las habilidades que cultivas, todo aquello que te hace mejor persona en lo cotidiano, lo social, lo grupal.
El individualismo y la mercantilización nos está llevando a extremos impensables, a poner el valor de las personas en un lugar asociado al consumo y el poder adquisitivo. O como por ejemplo, en esta fiesta de 15 años dedicada a la celebración del dinero, las apuestas, las fichas y la cosificación de las compañeras.
A mi hija la hice repetir dos veces en voz alta: “Puedo decir que NO, ante una situación o invitación con la que no me siento cómoda. Digan lo que digan los adultos cercanos o mis compañeros de clases. Digo NO sin sentirme culpable o rechazada”.
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Vanessa Marcano Boss
Empresaria y Consultora
Co-fundadora de FemData Consultoría : Una Consultora en igualdad de género
Máster en Violencia de Género. Universidad Complutense de Madrid.
Especialista en Políticas del Cuidado, Políticas Públicas con Perspectiva de Género y Masculinidades con Impacto Social.
Máster en Medios y Educación.
Ganadora de WAYRA, Google for StartUps y Programa IBM-IESA.
Autora del libro: «Aliados por la Igualdad. Las 100 preguntas más frecuentes que se hacen los hombres en tiempos de feminismo, igualdad e inclusión».
Mamá de Julieta y Venezolana que vive en Ciudad de México