La semana pasada unas 7000 manifestantes marcharon en Madrid por la aprobación inmediata de la ‘Ley Orgánica Abolicionista del Sistema Prostitucional’, después de que el Congreso español aprobara la ley del solo sí es sí, dejando por fuera medidas contundentes para acabar con la prostitución, salvo la prohibición de anuncios publicitarios que la promocionen, cediendo así a las presiones de algunos partidos políticos y del propio lobby pro proxenetista.
Coincido con las convocantes y voceras de la manifestación sobre las razones que fundamentaron este reclamo, ya que vistos los testimonios de muchas mujeres que han salido de estas redes, la prostitución es una práctica grave de violencia sexual que compromete la vida, la seguridad y la dignidad de las mujeres.
El sistema prostitucional pone como materia prima y objeto de esclavitud sexual, los cuerpos de los mujeres, básica y casi exclusivamente los de las más pobres, excluidas y vulneradas. Por eso llamamos prostituidas y no prostitutas o trabajadoras sexuales, a las víctimas de este engranaje que se ceba sobre sus necesidades de supervivencia.
En una democracia que se respete no debería ser posible tolerar la explotación sexual de las mujeres, pero vistas las resistencias a legislar por abolirla y sí por regularla, entiendo sin asombro, que son múltiples los intereses económicos que desde el poder patriarcal se quieren proteger.
Máxima demostración de poder
“La prostitución es el resultado de la dependencia completa de las mujeres respecto de los hombres y de la ausencia total de leyes que les garanticen un mínimo de beneficios materiales”, nos dice una feminista argentina. En efecto, que los hombres paguen por usar sexualmente a las mujeres y que la sociedad acepte que con pagar ya tiene derechos sobre ellas como quien compra un objeto, las deja en situación de inferioridad, alejadas del más básico respeto a sus derechos humanos.
Tolerar por ejemplo, que a los jóvenes machos se les lleve a prostíbulos como parte de un ritual de iniciación, práctica que es común en nuestra cultura, es salvaje y primitivo. Es una violación pre pago que el dinero no borra, porque esas mujeres no pueden decir que no, ni consentir, ni elegir, por más que lo disfracen de empoderamiento o libertad personal.
Es la demostración de una postura hipócrita que condena y rechaza socialmente a las mujeres prostituidas pero que las usan para sus propios beneficios. Es la evidencia más poderosa que tenemos las feministas sobre la forma como opera la supremacía masculina a través del control de nuestros cuerpos y del ejercicio reiterado de los privilegios de los varones sobre las hembras.
¿Qué pide el abolicionismo?
El abolicionismo pide poner el foco en el proxeneta y en los consumidores de prostitución. Que sea un delito y se penalice a los puteros, a los dueños de burdeles y a quienes intermedian en esta industria muy relacionada con la trata y la pornografía.
A las prostituidas darle una salida a su situación brindando protección, vivienda, trabajo, o por lo menos oportunidades para que tengan más opciones de dónde elegir. A las migrantes ayudarlas con permisos de trabajo o repatriación si es su deseo y sacarlas de la situación de dominación y sumisión en las que son colocadas para poder sobrevivir.
No es verdad que el abolicionismo busque acabar con las prostitutas, no se cuestionan sus decisiones personales, sino las razones económicas, políticas y sociales que las llevan a ser prostituibles. El abolicionismo rechaza cualquier tipo de sanción contra las prostituidas y exige para ellas garantía de recursos que les permita ganarse la vida sin tener que mercantilizarse a sí mismas.
Suecia es un ejemplo de aplicación del modelo abolicionista.
En 1999 se aprobó la prohibición de compra de servicios sexuales a través de una ley que fue pionera en su visión abolicionista atacando el problema desde la demanda, castigando a quienes compran y mantienen el sistema y no sobre las explotadas y al mismo tiempo, ofreciendo prestaciones y seguridad social a las víctimas de prostitución.
El resultado que se observa más de 20 años después de la puesta en marcha de esta ley es una reducción importante de la prostitución callejera. Hace 4 años además, se aprobó la Ley de Ofensa Sexual basada en el principio del consentimiento, que contempla que una persona sometida a trata no puede realizar una acción sexual voluntaria, con lo que se puede acusar de violador al cliente. Como vemos, con voluntad política y cierto grado de civilidad todo es posible.
Feminismo es abolicionismo
Basta ya de suponer que los hombres tienen derecho a hacer lo que les plazca con las mujeres. No es un asunto de moral pacata ni mojigatería, sino de política y ética humana. No es una posición conservadora la de aspirar a abolir la existencia de la prostitución como alternativa vital, sino super radical. Conservadurismo es querer que las cosas sigan como siempre y mantener intacto el privilegio masculino a alquilar mujeres a su antojo.
El movimiento feminista tiene que trabajar para acabar con este crimen porque es la más palpable y extrema demostración del desequilibrio de poderes entre hombres y mujeres, y al mismo tiempo, es necesario tomar distancia de los intentos por regular tamaña explotación, porque sería legitimar la violencia contra las mujeres como si fuese una nueva forma de empoderamiento.