Aun cuando los esfuerzos feministas por vencer los estereotipos y roles asignados al sexo han dejado frutos positivos y han abierto caminos a muchas mujeres para desempeñarse en espacios históricamente hiper masculinizados, se sigue perpetuando el modelo que las relega a funciones de servicio y apoyo.
Desde 1930, en los Estados Unidos se comenzó a popularizar la clasificación de los trabajadores por el color del cuello de su uniforme en el ambiente laboral. En ese momento se hizo la distinción entre trabajadores de cuello azul (los que realizaban labores físicas y de manufactura) de los de cuello blanco (aquellos que desempeñan trabajos de oficina más administrativos y profesionales). Esa terminología sigue siendo utilizada hoy en día, clasificando a los trabajadores cuello blanco como más productivos, capacitados y receptores de mejores salarios, que los de cuello azul.
Más recientemente surgieron otras clasificaciones como la de trabajo de cuello dorado (altamente calificados como emprendedores y científicos), cuello verde (especialistas en producir bienes y servicios para el medio ambiente), cuello negro (dedicados a la industria minera y extracción de petróleo, pero también al trabajo ilegal) y los de cuello rosa (dedicados a la industria de servicios).
El cuello rosa discrimina
Un trabajo de cuello rosa es uno que tradicionalmente se ha reservado solo para mujeres. El término fue acuñado a fines de la década de 1970 por la escritora y crítica social Louise Kapp Howe para denotar “a las mujeres que trabajan como enfermeras, secretarias y maestras de escuela primaria”. Estos puestos no eran trabajos administrativos, pero tampoco eran trabajos manuales. Se trata de un trabajo de oficina mayoritariamente ocupado por mujeres, por razones principalmente de género. Según reporte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) el 70% de las mujeres tienen puestos de trabajo en el campo del cuello rosa, como la industria de servicios de alimentos y cosméticos.
Los típicos espacios rosa son el de secretaria, niñera, enfermera, trabajadora doméstica, recepcionista, tutora, cosmetóloga, mucama o ama de llave, florista, vendedora minorista de ropa o bisutería, maestra (sobre todo pre-escolar o educación especial), cajera, administradora, relacionista pública, peluquera, manicurista, cocinera, masajista, artesana y similares.
Se les llama también “gueto rosa” (pink ghetto) como una manera de describir los límites que tienen las mujeres para avanzar en sus carreras, ya que estos trabajos suelen ser “un callejón sin salida, estresantes y mal remunerados”. Es un mecanismo de exclusión institucionalizado, una suerte de segregación vertical, que impide el ascenso a posiciones de real poder en las empresas, relegándolas a funciones como recursos humanos, servicio al cliente y otras labores “blandas” que no conducen habitualmente a la alta dirección.
Los trabajos cuello rosa gozan de poco prestigio y son mal remunerados, quizás por eso no son de escogencia usual por parte de los hombres, habituados como están, por razones culturales, a disponer de poder y dinero. Algunos hombres se han ido incorporando a estas labores porque al intensificarse los avances tecnológicos, desaparecen los puestos de cuello azul, teniendo que migrar entonces a los puestos más feminizados. Pero esto ocurre con la consecuente discriminación que recibe quien está violando mandatos de género, llegándose a cuestionar su virilidad por hacer “trabajos de mujer”. Así de sexistas estamos.
Por qué sucede
A las mujeres siempre se les asignó la responsabilidad del funcionamiento del hogar y se las hizo dependientes financieramente del marido. Al insertarse en el mercado laboral de la post guerra a mediados del siglo pasado, la forma como consiguieron hacerlo fue a través de labores ajustadas a este rol, como los cuidados, la asistencia y los servicios. Comenzaron como telefonistas, trabajadoras sociales, bibliotecarias, costureras y demás labores consideradas de poca importancia, rutinarias, con menores responsabilidades y de menor salario que el de los hombres, quizás para no encontrar tanta resistencia a su atrevida incursión en el medio productivo.
Los cuidados, la salud o la educación, son empleos esenciales para la sociedad, “pero a menudo se pagan menos, están devaluados y carecen de oportunidades claras para avanzar en la carrera”, concluye el informe “Más allá de los trabajos de cuello rosa y la economía social 2023” de la OCDE. La brecha salarial es un fenómeno real y demostrable que se anida en este tipo de labores, consideradas marginales por aportar poco valor agregado a la economía productiva.
Esos sectores de cuello rosa, se ven más reflejados en los trabajos de la categoría de Empresa Social y Solidaria (ESS), que, según la Organización Internacional del Trabajo “hace referencia a las empresas y organizaciones (cooperativas, mutuales sociales, asociaciones, fundaciones y empresas sociales) que producen bienes, servicios y conocimientos que atienden las necesidades de la comunidad a la que sirven, con objeto de lograr objetivos sociales y medioambientales específicos y de fomentar la solidaridad”.
El hecho de que las mujeres son la mayor proporción de la fuerza laboral de las ESS, no es una buena noticia si se las sigue encasillando en sectores feminizados que replican la asimetría de poder y la subordinación jerárquica en relación con los hombres y sus cuellos multicolores. Todo lo que refuerce estereotipos basados en prejuicios es dañino para la economía y la sociedad en su conjunto.
Eliminar el género en las ocupaciones
La idea del color rosa, como identificador de las vocaciones y dedicación de las mujeres, debe ser erradicada. Envuelve un montón de creencias asignadas al sexo que son arbitrarias e injustas. Lo femenino, condena. Perpetuar este modelo, a través de cursos feminizados que usualmente se les dan a las mujeres, porque son eso, mujeres, forma parte de un cuerpo de políticas equivocadas de “empoderamiento” buscando que logren autonomía financiera, pero reforzando roles y estereotipos sexistas. Eso tiene que desaparecer.
El camino es más sensibilización y educación que desmonte sesgos que hacen ver como “natural” el que una mujer se dedique a este tipo de labores de soporte y apoyo. Pero también revalorizarlas para que cada vez más hombres puedan dedicarse a su ejecución sin temores ni vergüenzas y para que se vea que si existen, es porque son funciones que agregan valor económico y, por lo tanto, sus actividades y perfiles ocupacionales pueden y deben estar mejor consideradas y remuneradas.