La religión judeocristiana y la colonialidad: imposiciones patriarcales de subordinación sobre el cuerpo de las mujeres y la pérdida de su identidad.

La religión judeocristiana y la colonialidad: imposiciones patriarcales de subordinación sobre el cuerpo de las mujeres y la pérdida de su identidad.
julio 10, 2023 Feminismo INC

Por: *Arisbeth Ipatzi Paredes

            

“Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo.

Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”.[1]

 

Introducción.

La religión ha sido durante muchos años un eje sobre el que ha girado la vida de la mayor parte de la población, y ha impuesto a la figura de María como un ideológico aspiracional de castidad, y pureza incuestionable, además de representar a la mujer maternal que profesa un amor incondicional hacia su hijo, siendo ella un ser obediente y sumiso[2], cargando consigo la etiqueta de ser quien “lleva en su vientre el fruto bendito”, pues es “María la madre de Dios”, denostando la necesidad imperiosa de remarcar, el “ser de, el pertenecer a”, un ser masculino que es quien otorga su identidad.

Por otro lado, Dios, un ser independiente, masculino, hegemónico heterosexual, que personifica la figura de un ser “supremo” y “piadoso”, representa no solo al hombre, también al “padre”, quien “hace su voluntad, en la tierra como en el cielo”[3] y que además de encarnar al ser que “salva al mundo”, a su vez consolida a la figura del varón por encima de la mujer, simbolizando una desigualdad de género[4] desde el inicio de los tiempos, configurando a un sistema heteropatriarcal binario, que no se enfrasca únicamente dentro del régimen de creencias, sino que se lleva a la práctica diariamente en el entorno social.

Dios, una deidad masculina impuesta por hombres blancos, que en su nombre eliminaban la fe ginecrática, ya establecida, de tribus en “el nuevo mundo”, desapareciendo todo aspecto femenino en las creencias para que fueran ahora estos nuevos mitos patriarcales interpuestos los que dominaran el nuevo territorio, y utilizaran el cuerpo de las mujeres también como zona de conquista.

Por lo tanto, en este texto se abordarán algunos aspectos puntuales acerca de la religión y su relación con la subordinación del cuerpo de las mujeres, y la pérdida de su identidad, pretende ser un trabajo objetivo dentro de lo que se puede entender como objetivo en medio del análisis de los mitos religiosos asi como un sucinto acercamiento a aspectos que abordan la perspectiva de la colonialidad del poder, buscando la resignificación de la mujer en estos contextos.

La fe de las mujeres distorsionada por ideologías judeocristianas patriarcales.

A las mujeres, desde tiempos inmemoriales, se les ha restado independencia y la capacidad de poder identificarse a sí mismas con una deidad distinta, que tenga dotes más allá de los que establecen las ideas judeocristianas; su valor ha quedado mermado y únicamente reside en su capacidad reproductiva y maternal. La personificación de un ser masculino, como el “todopoderoso” y “procreador”, ha logrado eliminar a las diosas femeninas que representaban no solo a la naturaleza, sino también a la sexualidad, y la fertilidad, pues como lo establece Silvia Tubert, en el libro “figuras de la madre”, en los primeros tiempos de la cultura Mesopotámica, se adoraban a “dioses” de sexo femenino.[5]

Nintur e Ishtar son nombres de algunas de las deidades más importantes en esta cultura, donde la naturaleza, la fertilidad y la sexualidad se encontraban personificados en la madre, mujer y diosa[6]. Pero con el paso del tiempo, la imposición de la “necesidad” de una figura masculina como parte del sistema de creencias, hizo que las mujeres que adoraban estas divinidades tergiversarán su propia fe, para enfocarse en que el mundo que antes giraba en torno a las mujeres bíblicas ahora se centrara en la necesidad de producir descendientes varones,[7] pues para las mujeres en “el libro sagrado” lo único valioso es el poder de procrear.[8]

Es en ese momento que las mujeres pasan de ser seres politeístas femeninos, a ser quienes otorgan ahora su confianza a aquel que denosta su autoridad a través de la imposición, pues para que las mujeres acepten su poder toma a la fertilidad como parte de su dominio, utilizando a su vez la infertilidad como una herramienta para ese objetivo, así lo demuestra la historia de Sarah, la esposa de Abraham. [9]

Es entonces cuando recae el poder de la fertilidad y la castidad en las manos de un ser que aun sin tener útero, es por su voluntad que se tiene la capacidad de procrear, incluso al mismo mesías, es por su elección si las mujeres pueden ser madres, incluso sin tener la posibilidad de elegirlo, como María, que es la elegida por él, es la “bendita entre todas las mujeres”, y no hay espacio para el debate.

La mujer en la religión representada como la incubadora del salvador, no tiene más identidad que la que el mismo dios le otorga, sin la opción de decidir llevar o no al hijo que le fue encomendado, subordinada a los fines que la masculinidad busca e impone, representa un desequilibrio total entre la finalidad de existir de hombres y mujeres.

 Mujer: figura del pecado y de la subordinación.

Existe un complejo de inferioridad que se transmite y se sostiene a lo largo del tiempo, como lo menciona Sara Molpeceres, en “Aspectos femeninos de la divinidad en la literatura mística de las tres culturas”, en la cosmovisión cristiana lo femenino parece demonizado, desterrado, impuro, un ejemplo de ello es Eva[10], quien no cuenta con su propia individualidad, pues es creada “a partir de” la costilla de Adán, denostando la propiedad de la que era parte, pues es el hombre quien está hecho a imagen y semejanza de dios, y ella es solo la segunda copia de lo divino[11], representa al pecado mismo encarnado en mujer, porque es quien, con su incitación, lleva al individuo a faltar a dios y aquel sin criterio propio obedece ciegamente, siendo la causante de que ambos sean expulsados del paraíso, y de quien la ignominiosa condena es parir a sus hijos con dolor, y ser dominada por un hombre.[12]

Este pequeño fragmento del génesis es el claro ejemplo de que no existe ningún tipo de independencia femenina, dentro de la cosmovisión de la fe cristiana no se cuenta con la posibilidad de tomar decisiones propias, pues lo que la biblia deja entrever es que el propio criterio de la mujer afecta a otros, que el tener ansia de comer del árbol “del conocimiento” (y no metafóricamente), no es aceptado para una mujer, erradicando, por lo tanto, la posibilidad de tener voz y voto dentro de estos dogmas judeocristianos patriarcales.

Siempre es la figura de la mujer pecadora quien es mencionada en la biblia, llámese Eva o Lilith, quien según el mito hebreo es la primera esposa de Adán, y fue hecha del mismo polvo que él, sin embargo, en su negativa de doblegarse ante los deseos sexuales del hombre, quien buscaba poseerla debajo denostando su dominio, y ante su cuestionamiento sobre dicha práctica, señalando la igualdad entre ambos, y sin asumir el yacer en esa posición, este buscando doblegarla a obedecer, desconociendo la igualdad con la que habían sido creados, por lo que Lilith pronunciando el nombre de dios, se elevó por los aires y lo abandono.[13]

La leyenda, por tanto, condena a la insubordinada, rebelde y lasciva Lilith al castigo eterno de perder cada día un centenar de sus hijos[14], pero también al olvido y a la condena de ser considerada un ente maligno por el hecho de buscar un trato igualitario. La religión contrasta entonces a Lilith con Eva, que, pese a ser originariamente “la culpable” del pecado original, no deja de ser la figura de la “madre”, y, por tanto, merecedora de cierto respeto en alguna medida[15], mientras que Lilith es la que conduce al peligro sobrenatural, y es condenada a vivir en el exilio social, por el hecho de rebelarse contra un rol pasivo que no estaba dispuesta a asumir en un mundo que desde su “creación” se denostó machista y patriarcal.

Es entonces cuando en la religión las mujeres asumen el rol de subordinadas, con la pasiva Eva como ejemplo; sin tener el derecho a decidir sobre su propio cuerpo, como la virgen María, idealizada siempre por ser la “madre incondicional” o la virgen de Guadalupe, quien además de ser un símbolo “maternal” y de siempre tener la necesidad de requerir a una figura masculina para ser escuchada y poder cumplir sus deseos, también es la causante de destruir la fe sobre otras deidades femeninas al ser impuesta por los colonizadores.

Al retirar a las mujeres esa capacidad de poder identificarse con un ser similar, que se pueda visibilizar en su humanidad, y que no sea usado para oprimir y subordinar a las mujeres, comienza la incapacidad de distinguir entre sumisión, obediencia y fe ciega, e incuestionable, es a partir de aquí donde las mujeres se relacionan con las figuras santificadas desde la frustración y la culpa, desde la imposición del miedo, a sufrir las consecuencias del pecado, por el hecho de no cumplir con las expectativas de la obediencia que la religión impone, de ejercer la sexualidad sin libertad por el temor de caer en una falta que ofenda a dios, o de cumplir o no con el papel de madre que impone dicha fe.

En el camino donde se intentan cubrir todas esas expectativas impuestas, las mujeres pierden su identidad, y la capacidad de toma de decisiones sin que en ellas no medien creencias impuestas, perspectivas masculinas, ideas patriarcales, hechas para dominar su actuar, e imponer siempre a los hombres, incluso por encima del criterio de cada una.

 Dios: una deidad reflejo de la imposición.

Como se ha tratado a lo largo de este texto, las mujeres, al ser representadas con deidades virginales sumisas y apacibles, son dominadas por seres masculinos patriarcales, los cuales buscan únicamente establecer su superioridad, por lo tanto, de esto derivan dudas como ¿en qué momento somos a imagen y semejanza hombres y mujeres?, y ¿Por qué precisamente a semejanza de un ser masculino?, ¿De dónde surge la necesidad de proporcionarle a una deidad imaginaria un género para poder mandar sobre el resto?, ¿No puede ser acaso un dios femenino, o sin género?

Ethel Katz de Barylka, en su texto “hablando de dios en femenino”, menciona que dios no es de ningún género, es un ente incorpóreo e inmaterial que carece de identidad y de propiedades sexuales, y, por lo tanto, carece de imagen alguna,[16] sin embargo, a lo largo del tiempo este ser ha caído en una tipología masculina, la replicación del discurso común de un dios varón, ha recaído en la dominación paternalista, sobre las mujeres.

El simple hecho de hablar de un dios masculinizado establece un discurso meramente patriarcal, pues este no deja lugar ni espacio para aspectos femeninos, un somero y representativo ejemplo de ello es la “santísima trinidad”, que, a pesar de llevar connotaciones femeninas, la misma está constituida por “el padre, el hijo, y el espíritu santo”, todos ellos personajes masculinos, que abarcan todo espectro sin dejar libertad u oportunidad a vertientes de otro tipo.

Poco o nada sabemos acerca del pensamiento femenino acerca de dios[17], y con ese desconocimiento las mujeres han crecido, hablando de una deidad ajena a ellas e incapaces de identificarse con dicho ente, que no otorga espacios ni equitativos, ni de ningún otro tipo, pues este es quien decide sobre lo que más “les conviene” aunque eso implique que les reste autoridad sobre sí mismas.

Es entonces la religión un ideológico patriarcal que establece su poder sobre las mujeres a través del miedo, del castigo, de la sumisión, por medio de imágenes virginales y puras que nada tienen que ver con una perspectiva real de lo que implica ser mujer, es entonces dios y las imágenes puritanas, doblegadas, y maternales la tesis de la religión, y la antítesis, por lo tanto son, aquellas mujeres, enajenadas a estas mitologías, liberadas de estas creencias, que buscan encontrarse a sí mismas, y tener control sobre sus cuerpos, así como el poder de decisión, y alternativas que rompan con estas ideas implantadas a lo largo de su vida.

No existe un precedente que pueda utilizarse como referencia para medir que tanto daño ha causado para la mujer la imposición de la religión en la sociedad, porque no sería conveniente para las instituciones que la practican y, por lo tanto, que la respaldan, pues sin importar que tanta afectación deja a su paso, sobre todo para las mujeres, esta seguirá siendo impuesta como una alternativa de “salvación”, aunque aún se desconozca si la salvación es de una misma, o del patriarcado religioso.

El colonialismo y la subordinación del cuerpo de las mujeres.

En los párrafos anteriores se ha hablado sobre la imposición del dios masculino hegemónico, heterosexual, y de la mujer como imagen virginal y pura, sin embargo, resulta irónico que, aquellos que valoraban la castidad eran los mismos que la rompían, cometiendo abusos sexuales en contra de las mujeres “del nuevo mundo”.

La religión judeocristiana formó parte del colonialismo y tomo un papel esencial dentro del mismo, pues dicha devoción racializada justifico y acompaño los procesos de conquista, sobre las mujeres de color, que no formaban parte de su elite.

Entiéndase por mujeres de color, (como lo explica María Lugones, en su obra “colonialidad y género”), a todas aquellas mujeres no blancas, víctimas de la colonialidad del poder y de la colonialidad de género.[18]

Dicha connotación no se trata solo de un marcador racial, sino que es una frase que toman como propia las mujeres indígenas, negras, cherokees, puertorriqueñas, chicanas, mexicanas o cualquiera que no entrara en el estándar de mujer blanca, y sufriera las consecuencias de la colonialidad de género.[19]

Es entonces que a los “pueblos nuevos” que ya contaban con deidades femeninas, se les fue impuesto por medio de la colonialidad a un ser supremo masculino, con lo cual, desplazaron la primacía de lo femenino, superponiendo el poder del varón sobre el de la mujer.[20] Además de que con estas imposiciones lograron ganar tierras y la dependencia de las tribus,[21] generó también alianzas con los nativos, las cuales evidentemente se volvieron coaliciones patriarcales, alejando a las mujeres de todo poder que les perteneciera, de toda posibilidad de elección, incluso de su propia identidad.

Todo ello conllevó al menoscabo de las mujeres, y a la destrucción de los gobiernos matriarcales, y a la tergiversación de tradiciones e ideologías, ahora convertidas en versiones misóginas; esto logrado por parte de los patriarcas que no eran indios o de los indios que se patriarcalizarón.[22]

Por lo tanto, a las mujeres les es arrebatado nuevamente el derecho de gobernar, de dominarse a sí mismas, de encontrarse fuera de un entorno masculinizado, cuando antes ellas habían formado parte primordial de un sistema bilateral, ahora eran recluidas a papeles subordinados y degradantes en un entorno unívoco.

Un ejemplo claro, fue la esclavitud a la que fueron sometidas, esta fue la primera forma “institucionalizada de dominio” como lo establece Gerda Lerner, en su libro “la creación del patriarcado”[23] donde la sexualidad fue utilizada como moneda de cambio, además de la capacidad de procreación que estaba a merced de quien poseyera a dicha mujer, pues la violación en contra de las mujeres que eran tomadas como esclavas, además de desmoralizar al enemigo y castrarlo simbólicamente, también las deshonraba a ellas.[24]

Por lo tanto, como menciona Lerner, la mujer fue concebida con una autonomía menor a la de los hombres,[25] pero ¿Qué tanta autonomía (por muy poca que sea) puede tener una persona que no puede reusarse a ser vendida o violentada?, ¿Cómo se coloca el prefijo auto antes de la oración “mujer esclavizada” que cuyo “trabajo” era ser obligadas a prestar servicios sexuales a sus amos, sin que resuene como algo irónico?, es evidente que bajo ese contexto las mujeres pierden toda capacidad de emanciparse, dejando de lado la denominación de humanas, y se convierten entonces en objetos, son usadas como mercancías, y como instrumentos.

Incoherentemente, es la colonialidad la que impone la esclavitud, pero se horroriza ante prácticas homosexuales o sodomicas que eran aceptas y practicadas por diversas tribus, las cuales también se guiaban por un régimen ginecrático[26], el colonizador blanco, por lo tanto, estableció su poderío a través de la imposición de creencias acerca de un dios masculino, y por medio de la captación de hombres nativos, que adoctrino con ideologías patriarcales, logrando que fueran estos los que despojaran a las mujeres de su poder.

Además de todas esas aversiones, el colonizador blanco burgués es también quien instituye la clasificación de las personas a través de la “raza”, la cual no hace más que posicionar a individuos como superiores o inferiores[27], logrando penetrar sus ideologías en todos los aspectos de la vida, que sorprendentemente permean hasta el día de hoy, donde a pesar de encontrarnos en plena modernidad, se siguen replicando creencias e ideologías coloniales, lo cual no hace más que demostrar la efectividad de la dominación social.

La colonialidad no hace menos que la religión en cuanto a enajenar a las mujeres se refiere, ya que este se vuelve un fenómeno que acapara todo control del acceso sexual, el trabajo y la producción del conocimiento,[28] les roba a las mujeres su individualidad, su identidad, su capacidad de decidir, de mandar sobre sí mismas, y les arrebata la posibilidad de contar con espacios igualitarios y tratos equitativos donde ellas también puedan demostrar su poderío y su gobierno.

Es la colonialidad a la par de la religión que imponen a deidades masculinas, desplazando a las femeninas, envuelven a los colonizados en un discurso de poder patriarcal, y relegan a las mujeres no blancas a espacios inexistentes, y carentes de presencia alguna, son tratadas menos que cosas y adoctrinadas bajo el régimen del miedo y castigo, y comienzan a vivir bajo la opresión y la sumisión sin darse cuenta, replicando los mismos patrones que les hicieron creer, “eran los correctos”.

A las mujeres, por tanto, desde el génesis hasta nuestros días, se les ha quitado la posibilidad de concebirse fuera del espectro de “un ser imperfecto, pecador, subordinado”, que debe respeto y lealtad a su opresor, sin importar que eso implique sacrificar su propia libertad, pues según los adoctrinamientos a los que fueron sometidas, son los hombres los que les que otorgan identidad y sentido de pertenencia, aquellos son quienes conocen los requerimientos necesarios para ellas, creen conocer todo del sexo opuesto, del sexo que ellos mismos han denominado como “débil”, pero la realidad es que no tienen la menor idea de lo que ser mujer ha implicado a lo largo de la historia, y lo que implica aún serlo día a día.

Conclusiones.

Como hemos visto a lo largo de este texto, las mujeres han sido una pieza importante de un juego perverso, donde las figuras patriarcales son impuestas sobre ellas como forma de salvación, “del pecado del que son parte”, pues con el paso de la historia se ha usado el miedo como sistema de opresión, y se han utilizado figuras femeninas como símbolo de sometimiento.

Durante el paso de los años, se han impuesto roles destinados exclusivamente a las mujeres, desde ser la esclava sometida, hasta la madre abnegada, y se les han arrebatado los espacios de los que ellas formaban parte desde los inicios de los tiempos.

La religión y la colonialidad son caras de la misma moneda, ambas utilizadas en nombre de dios, para suprimir e inferiorizar, para restar valor, y castigar, y para imponer a los hombres por encima de las mujeres, las dos fueron y continúan siendo la forma más visible/invisible de invasión, no solo geográfica alrededor del globo, sino también, sobre el cuerpo de las mujeres considerado un territorio más que conquistar.

Es por ello que se debe dar nuevos significados y sentidos a las figuras que representan a las mujeres en cualquier ámbito de la vida, se debe restaurar la fe en deidades femeninas que han sido relegadas al olvido, para poder conectar nuevamente con su propia identidad, se deben de romper aquellas creencias interpuestas, para tener dominio y control sobre su propio cuerpo y sobre sus decisiones, y crear nuevos retratos que inspiren a la lucha en favor de las mujeres, ya que el adoctrinamiento al que han sido sometidas, no se borrara en cuanto todas no sean libres.

Para liberarse de las ideas patriarcales, es necesario ir más allá de la ley, de las políticas públicas, de la doctrina; es necesario crear nuevos mitos, contar nuevas historias, y formar nuevas diosas que reivindiquen el poder femenino, que nunca les debió ser arrebatado, porque, el reino, el poder y la gloria también son de las mujeres.

Referencias.

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***

[1] De los Andes, Universidad, “Oraciones y devociones”, (s.f.), De los Andes, Universidad, Capellanía Universitaria, p.10, https://www.uandes.cl/wp-content/uploads/2020/07/Oraciones-y-devociones.pdf, consultado: 05/2023

[2]    Salazar Mahecha, Stephanie, “La virgen María: tu feminista de confianza”, Volcánicas, 2021, https://volcanicas.com/la-virgen-maria-tu-feminista-de-confianza/, consultado: 05/2023

[3] Ídem.

[4] León Martín, Trinidad, “Pensar y nombrar a Dios en perspectiva feminista”, Proyección: Teología y mundo actual, LVII 2010, p. 25-40, https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3172737, consultado: 05/2023

[5] Tubert, Silvia, “Figuras de la madre”, Universitat de Valéncia, Instituto de la mujer, ed. Cátedra, Navalcarnero, Madrid, 1996

[6] Óp. Cit.

[7] Óp. Cit.

[8] Óp. Cit.

[9] Óp. Cit.

[10] Molpeceres Arnáiz, Sara, “Aspectos femeninos de la divinidad en la literatura mística de las tres culturas”, Universidad de Valladolid, (s.f.), p. 2

[11] Óp. Cit.

[12] Valera Reina, (2009), “La santa biblia, Génesis 3:14–24”, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, Salt Lake City, Utah, EE. UU, p. 6

[13] González López, Arantzazú, “El mito de Lilith evolución iconográfica y conceptual”, Universidad Autónoma del Estado de México, Toluca, Estado de México, México, Revista Legado de Arquitectura y Diseño, núm. 14, 2013, pp. 105-114

[14] Óp.Cit.

[15] Eetessam Párraga, Golrokh, “Lilith en el arte decimonónico. Estudio del mito de la femme fatale”, Universidad Complutense de Madrid, UNED. Revista Signa, 18, 2009, págs. 229-249

[16] Katz de Barylka, Ethel, “Hablando de dios en femenino”, Feminismo/s 20, Jerusalén, Israel, 2012, p. 243

[17] Óp. Cit.

[18] Lugones, María, “colonialidad y género”, Tabula Rasa, Bogotá, Colombia, No.9, 73-101, 2008, p. 73

[19] Óp. Cit.

[20] Óp. Cit.

[21] Óp. Cit.

[22] Óp. Cit.

[23] Lerner, Gerda, “La creación del patriarcado”, Edit. Crítica: Historia y teoría, (s.f.), p. 122

[24] Óp. Cit.

[25] Óp. Cit.

[26] Óp. Cit.

[27] Ibidem, p.79

[28] Óp. Cit.

***

*Arisbeth Ipatzi Paredes

Criminóloga egresada de la Universidad Autónoma de Tlaxcala, defensora de los derechos de las mujeres, ha trabajado en la secretaría parlamentaria del congreso del Estado de Tlaxcala y como docente a nivel preparatoria, escritora de poesía y amante de dibujar, viajar y disfrutar de la naturaleza, actualmente cursa la maestría en Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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