Ecología humana y feminismo.

Ecología humana y feminismo.
julio 18, 2022 Román Domínguez Antoranz
feminismo

Creo que la construcción semántica que llamamos “humanidad” es, casi por encima de cualquier otra cosa, un conjunto de comportamientos esperados desde los individuos y comunidades de nuestra especie. Por lo tanto, también creo que la condición de humanidad cambia, cambiando esos comportamientos esperados ¿Hasta qué punto ese cambio nos permite reconstruirnos como sociedad? ¿En cuánto tiempo se concretarán algunos de esos cambios, por ejemplo, los que más vinculamos con la igualdad entre hombres y mujeres? ¿Cuánto cambio deseable cabe esperar desde un proceso planificado de largo plazo, por ejemplo, una generación? ¿Cuánto en muy largos plazos, por ejemplo, 100 años o más? ¿Cómo se construyen estos cambios? ¿Hay que acordarlos primero? ¿Con cuáles mecanismos? ¿La política de hoy, la de cada pueblo/territorio y sus interpretaciones? Y esos cambios ¿forman parte de alguna planificación o eso es solo una ilusión intelectual y las transformaciones tienen su propia pauta histórica cargada de azar e indeterminación?

Algunas de estas preguntas llevan a la dicotomía entre estructura y variación, eje y plasticidad, genética y aprendizaje ¿Qué tan biológicamente arraigados están nuestros comportamientos? No estudié psicología, pero el comportamiento parece tener, como el resto de nuestras cosas, una combinación de elementos conformadores entre ambas líneas, que en el pasado se creían separadas, pero que cada vez más parecieran apuntar a cierta fluidez compartida. En ese fluir de estructura y cambio, quizá la genética impulsa sustancialmente algunas dinámicas muy básicas que, desde incluso antes de nacer, nos condicionan, como salivar, comer, orinar, defecar, llorar, reír, activarse sexualmente o dormir.

Por otro lado, la mayor parte de lo que creemos ser, cómo nos vemos, cómo hablamos, cómo recreamos el mundo a nuestro alrededor, qué creemos que es falso o cierto, cómo nos relacionamos con las otras personas, está más condicionado por la imitación y el aprendizaje.

Otras áreas de avances en el conocimiento sobre el comportamiento han permitido teorizar sobre el sistema nervioso central humano, como base neurológica de cualquier comportamiento. Así están los “programas mentales”, como mecanismos adaptativos para generar respuestas repetibles en situaciones conocidas y que se constituyen en sistemas más o menos recurrentes, como “hábitos”, junto a distinciones cada vez más claras entre las interpretaciones típicas de este sistema nervioso y las explicaciones científicas que cuestionan estas interpretaciones, se han venido haciendo más y más evidentes.

Así, hoy, nos reconocemos incapaces de manejar intuitivamente el conocimiento sobre la física cuántica, el tamaño de lo que llamamos Universo o reconocer las fallas típicas que llevan a un cerebro humano a engaño en términos de procesamiento probabilístico, como bien nos ha hecho saber Kahneman en “Pensar rápido y pensar despacio” o nuestra propensión a sesgar y ensuciar lo interpretable que nos muestra este mismo autor junto a Sibony y Sunstein en su obra “Ruido: un fallo en el juicio humano”.

Otra dicotomía importante es si el cambio de comportamiento de las sociedades humanas precede al cambio de tecnología o es un descubrimiento tecnológico azaroso el que altera nuestro comportamiento y estructura social. Algo así como qué es primero, el huevo o la gallina. Porque la historia reciente se estudia a partir de transformaciones políticas, pero la historia a largo plazo se estudia a partir de periodizaciones condicionadas por los cambios tecnológicos, por ejemplo, nuestra manera de extraer del medio físico para luego manipular ciertas piedras como herramientas para fabricar otras, por ejemplo, hachas o puntas de flechas. O el acceso a tecnologías como hornos, ruedas, palancas, poleas… Además, cada vez los períodos históricos se aceleran y resultan más próximas entre sí, por frecuentes, las fronteras tecnológicas importantes, con un antes y un después que condiciona todo el desenvolvimiento de la especie humana.

Los historiadores y los antropólogos indagan sobre elementos prehistóricos de nuestro comportamiento social, muchas veces a partir de datos y relaciones muy frágiles, sometidos a reinterpretación a partir de nuevos descubrimientos. Por ejemplo, en mi propia educación básica (hace unos 45 años), los humanos éramos propiamente humanos solo desde hace unos cien mil años, todos surgidos desde grupos africanos subsaharianos de origen cromañón que, en sucesivas migraciones, fueron poblando otros territorios y, durante varias decenas de miles de años de ese lapso, llegamos a compartir (un compartir que incluyó, probablemente, competir por territorios, oportunidades y recursos) con los neandertales, otra especie humana, que, quizá a partir de esa interacción con nosotros, quedó condenada y desapareció sin dejar rastro en nosotros. Hoy sabemos que en el humano moderno hay genes neandertales (también denisovanos, una tercera especie humana reciente, no sería extraño que también de varias otras especies) y que no parecieran llegar solo por mínimas interacciones, es probable que el espacio compartido y fértil fuese más amplio de lo que antes se suponía.

Aún más recientemente que este conocimiento, sabemos que los humanos podrían haber existido como especie desde hace 230 mil años, un período mucho más largo de lo que antes se suponía y, también, que en ese período podría haber habitado áreas mucho más al norte de lo que antes suponíamos, por ejemplo, espacios del actual Marruecos o Argelia.

Humanidad reciente y revolución neolítica

No ha cambiado mucho la concepción histórica de nuestras transformaciones más recientes, las derivadas de la Revolución Neolítica. Las personas domesticaron animales y plantas y gradualmente los excedentes que producían y que resultaban almacenables, les permitieron asentarse en territorios, crecer demográficamente y, con poblaciones reunidas más grandes, moldear comportamientos que, hasta entonces, no habían sido practicados, por ejemplo, la especialización del trabajo para la guerra. Está claro que se dispone de mucha más información de los humanos a partir de estos asentamientos y su evolución cultural, aunque es solo un poco más fluida y uniforme desde la mitad de este período, hace apenas cinco o seis milenios atrás (y durante el 50% de ese período es realmente pobre en comparación con la otra mitad más reciente, es decir, solo en la última cuarta parte más reciente desde la Revolución Neolítica, los últimos tres milenios, la información incluye mucha más información disponible.

Desde el neolítico sabemos mucho mejor como se ha venido comportando la humanidad y, por ello, el contraste con el paleolítico resulta tan importante. Si somos humanos más o menos similares al humano de hoy en día desde hace 100, 200 o incluso 250 mil años, entonces la información que manejamos de nosotros mismos a partir de la Historia (expresiones culturales, destacando aquellas que tienen expresión escrita) es contrastable con la información sobre nosotros hace 10, 15 o 20 mil años, aún dominados por el nomadismo, en grupos pequeños (25-40 individuos), en estrecho contacto con la Naturaleza y, seguramente, con estructuras de poder, mecanismos de especialización del trabajo y mecanismos de comunicación intra e inter grupo, diferentes a los de hoy en día.

Aunque los antropólogos cuentan con una fuente informativo sumamente valiosa en el estudio de comunidades humanas que, aún hoy en día, viven en condiciones aparentemente parecidas a las de miles de años atrás, no es extraño que se idealice un poco esta vida, en sentido romántico y casi siempre ajeno a la ciencia. Sin embargo, también han surgido investigaciones que dan cuenta de nuevas interpretaciones sobre la información disponible, en las que se cuestionan ciertas generalizaciones previas sobre el comportamiento de aquellos humanos primitivos, por ejemplo, aquellas vinculadas a las relaciones de poder entre hombres y mujeres, negando que hubiese mucha diferencia entre ellos o que el hombre ejerciera un rol más próximo a la violencia y el control en detrimento de la mujer.

No tengo experticias para manejar ese tema, pero me confieso escéptico con respecto a cualquier versión de nuestro pasado que no incluya, en buena parte de la vida de aquellos humanos, importantes retos de sobrevivencia que continuaron acumulando socialmente comportamientos que ya venían estructurados durante cientos de miles de años. Entre ellos, los derivados del dimorfismo sexual, con machos más fuertes y capaces de ejercer violencia, probablemente y en la mayor parte de los casos, en defensa del grupo, pero también violencia intra grupo, sobre todo a partir de la interacción con otros machos que se retan el espacio de liderazgo y poder (una característica de casi todos los mamíferos superiores).

Quizá no es así. Quizá el humano encontró nichos suficientemente amplios, en tiempo y espacio, de alimentos abundantes y se fortaleció socialmente, desde hace cientos de miles de años, alejándose de las pautas naturales del resto de los mamíferos, del resto de los monos y primates, para constituir un funcionamiento más armónico de poder entre los individuos de su grupo social, indistintamente de su sexo y la cultura machista y patriarcal pueda ser circunscrita a un lapso reciente de adaptaciones a partir de esos cambios en el Neolítico. Esta idea podría fortalecerse por el simple hecho de su amplia inteligencia social, por lo que algunos antropólogos argumentan que lo esperable, lo razonable, es un comportamiento que supera las limitaciones impuestas por esa estructura biológica.

La evolución cultural post neolítica es mucho más acelerada. Especialmente la que se percibe a partir de los cambios tecnológicos desde una de sus más recientes etapas, la revolución industrial[1] (hace aproximadamente dos siglos y medio, es decir, una quincuagésima parte de este período de 12 mil años definido como revolución reciente) y que han venido impactando positivamente las tasas de sobrevivencia en nuestra especie y, con nuestra ecología, comprometiendo cada vez más claramente todos los ambientes naturales de este planeta en el que nos desenvolvemos.

Evolución y revolución feminista

¿Cómo será la persona humana en 500 o 1000 años? ¿Primará su evolución biológico cultural tal cual se entendió este proceso hasta ahora? ¿O variará para incorporar híbridos de sí mismo a partir de innovaciones tecnológicas que alteran su genoma? ¿Qué implicaciones sociales y culturales tendrían estas variantes? ¿Podrá acelerar los procesos de transformación cultural positiva esperables hoy? ¿Qué impacto tendrá sobre las relaciones desiguales y sus brechas, incluyendo las que persisten entre hombres y mujeres?

Gracias al feminismo sabemos que romper algunas brechas con la inercia actual de cambios podría suponer períodos de espera de más de cien años. La brecha salarial, la de representación política, la de carga no remunerada de cuidados, la de acceso al poder patrimonial y el crédito para la mayoría de las mujeres en el planeta…Son muchas las áreas que requieren mejora y de las que se esperan transformaciones positivas que ayuden a una convivencia más pacífica, equilibrada y justa entre los seres humanos, más allá de su sexo. También entre los seres humanos y el resto de los seres vivos cuya desaparición no hayamos provocado aún.

Mientras, pareciera que también lidiamos con los retos de un diseño de nueva humanidad diferente, más fantástico (en el sentido literario) pero más concreto que nunca, quizá. El diseño de la inteligencia artificial que, asumiendo que aprende ya de manera mucho más efectiva y acelerada que nosotros, incluya como parte del aprendizaje la magia de no discriminarnos por nuestras interpretaciones de la diferencia (eso, dando por asumido que podemos controlar que no aprenda y domine un ejercicio ecológico sostenible para el planeta a partir de la medida de eliminar a los humanos naturales).

Si la política humana actual, con todos sus problemas y circunstancias, con la gran multiplicidad de sociedades, naciones, territorios y actores, consigue consolidar transformaciones que faciliten generalizar la igualdad social, económica, política y cultural entre hombres y mujeres, limitando el alcance de nuestras diferencias a las particularidades de un contexto general para ambos sexos y a las vocaciones o sensibilidades individuales de cada quien, quizá estemos frente a la más profunda revolución política de la Humanidad. Quizá la base tecnológica de esa transformación fueron los excedentes neolíticos y su aceleración a partir de la innovación de la industrialización, pero se construye, día a día, de posicionamientos políticos y culturales de todos los hombres y mujeres en torno a estos cambios. Aceleremos la tarea y construyamos las mejores bases que sirvan de legado desde los últimos humanos naturales.

***

[1] Es mi apreciación que los humanos no hemos salido aún de ese período evolutivo que llamamos Revolución Neolítica y que todos los cambios en nuestros procesos productivos desde que acumulamos excedentes, son parte derivada de aquel proceso.

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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