La conciliación es una herramienta para solucionar conflictos que se basa en la comunicación entre las partes y el intercambio de ideas para solucionar una diferencia. Conciliar es «poner de acuerdo o en paz a quienes estaban en desacuerdo o en lucha», según el diccionario de María Moliner. En términos aún más sencillos conciliar es “hacer compatibles dos o más cosas”. Se trata de un proceso voluntario que supone que las partes, guiadas por un tercero que se denomina conciliador, son libres para llegar a acuerdos que les permitan resolver sus disputas.
Con perspectiva feminista, cuando aplicamos el término “conciliar” a la vida personal, laboral y familiar nos referimos a generar condiciones que posibiliten el desarrollo de los diferentes ámbitos que componen la vida de las mujeres y los hombres de forma satisfactoria.
La conciliación personal, familiar y laboral se puede definir como: «La participación equilibrada entre mujeres y hombres en la vida familiar y en el mercado de trabajo, conseguida a través de la reestructuración y reorganización de los sistemas, laboral, educativo y de recursos sociales, con el fin de introducir la igualdad de oportunidades en el empleo, variar los roles y estereotipos tradicionales y cubrir las necesidades de atención y cuidado a personas dependientes». (Palabras para la igualdad, 2018)
No siempre esto es posible lograrlo sin que se generen facciones o conflictos, debido a la manera como nos hemos organizado socialmente. Pero conciliar la vida personal, familiar y laboral es un derecho de la ciudadanía y una condición fundamental para garantizar la igualdad entre mujeres y hombres, básicamente porque este proceso garantiza, entre otras cosas, que los padres y las madres puedan acceder al mercado de trabajo y permanecer en él sin que su situación familiar sea un elemento que afecte negativamente a las posibilidades de acceso al empleo o al acceso a puestos de responsabilidad; que los hijos e hijas puedan ser cuidados y educados por sus progenitores; que las personas dependientes puedan ser atendidas por sus familias cuando ellas así lo deseen y sea posible atenderlas; que cualquier persona trabajadora pueda mantener una carrera profesional plena y a la vez ejercer su derecho al cuidado de su familia, así como el disfrute de su ocio y tiempo libre.
La conciliación y la igualdad entre sexos
Tradicionalmente se piensa que conciliar y redistribuir responsabilidades domésticas, de cuidados y laborales es un proceso que transcurre en el espacio privado, por creer que son temas de interés individual y relacional de los involucrados. Sin embargo, la conciliación es una práctica social, que impacta dinámicas externas al núcleo familiar, y como tal es un asunto de interés público y político.
Tradicionalmente, el sistema patriarcal dividió socialmente a hombres y mujeres, asignando a ellos el rol de productores-proveedores y el espacio de lo público. A ellas se les encargó el rol de cuidadoras-reproductoras biológicas y sociales y se las confinó al espacio de lo privado y doméstico. Esta división sexista del trabajo no se ha modificado aun cuando las mujeres salieron al mercado laboral remunerado de forma masiva en el siglo XX, manteniendo al mismo tiempo la responsabilidad por los cuidados de niños, adultos mayores y hombres, en lo que se ha llamado la doble jornada laboral, pero que no es compensada monetariamente.
La clase social matiza este fenómeno, pudiendo las universitarias profesionales que acceden a puestos medios o altos y con estabilidad laboral, encargar los cuidados a otras mujeres a cambio de un pago, pero la responsabilidad sigue siendo de ellas. Quienes no cuentan con una infraestructura social de apoyo, o bien desertan del mundo laboral o se conforman con empleos precarios, ejercen labor a tiempo parcial o buscan sostenerse desde la informalidad. Este proceso no lo vive la mayoría de los hombres, quienes solo se dedican a labores productivas externas.
Ya sabemos que la productividad es uno de los aspectos que se considera más relevante en el área laboral y que, para las empresas, ese objetivo no es compatible con la maternidad. Sabemos también que los hombres en abrumadora mayoría siguen siendo ajenos al cuidado de niñas y niños. Lamentablemente este modelo tradicional aún persiste en los hogares latinoamericanos, aun cuando ambos padres trabajen en la calle y sean proveedores, como lo demuestran las Encuestas de Uso del Tiempo (EUT) que se han publicado recientemente.
Varios factores son causa y efecto de este “arreglo”, como la falta de guarderías u hogares de cuidado diario accesibles o la brecha salarial entre géneros a favor de los hombres y que son la principal causa para que muchas mujeres abandonen el trabajo remunerado asumiendo el rol de madres a tiempo completo, “como naturalmente debe ser”, dirán algunos.
Con motivo de la pandemia, todas las encuestas de uso del tiempo realizadas por los gobiernos en el último año arrojaron el hecho de que las horas que las mujeres dedican al trabajo del hogar aumentaron, lo que provocó la interrupción de sus estudios, así como la reducción en la entrada y/o permanencia en el mercado laboral. Esto impactó dramáticamente sus ingresos y las privó del acceso a la seguridad social.
Sin embargo y gracias a las luchas feministas, los países han ido incorporando en sus políticas de empleo el objetivo de la conciliación, enmarcado en las medidas de igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres. Muchas de estas medidas que se han aplicado no han sido efectivas porque su ejecución se centra en las propias mujeres sin que se altere la dinámica de base. Por ejemplo, solicitudes de excedencia temporal o reducción de jornada laboral, que terminan desfavoreciendo a las mismas mujeres “porque no son productivas”.
De hecho, casi todos los beneficios de ley o políticas particulares de empresas relacionados con los hijos están dirigidos a las madres. Incluso el permiso pre y postnatal remunerado en muchos países se otorga con mayor cantidad de días a las mamás. En el caso venezolano ella recibe 6 meses y ellos 14 días. Lejos de proteger a las mujeres, disposiciones como éstas generan una fuerte discriminación que lleva a los empleadores evitar contratar mujeres en edad de procrear debido al alto costo que ello representa.
Muchos hombres trabajadores, por otro lado, evitan tomar esos días de licencia o pedir permisos asociados a la atención de sus hijos, si con ese acto juzgan que van a ser tachados de inconsecuentes con la empresa o acusados de “varón domado”. La presión social es dura y es real. Todo esto refuerza la idea de que criar es asunto de mujeres.
Por ello, la conciliación laboral familiar sigue siendo un punto pendiente en la agenda pública, donde empresa, Estado y familia deben acordar normas que flexibilicen y revisen un modelo de sostenimiento productivo caduco, basado en la baja responsabilidad de los hombres en los cuidados y la crianza.
Para conciliar en este ámbito es fundamental poner sobre la mesa la conexión de los problemas de las familias en su desempeño productivo y reproductivo, con los estereotipos culturales involucrados en las relaciones de poder y al mismo tiempo reconocer la evolución del concepto e familia, así como los roles de las mujeres y los hombres a lo largo de todos estos años, para no perpetuar las desigualdades.
De allí la importancia de reenfocar la conciliación en términos de corresponsabilidad entre todas las partes, incorporando perspectiva de género en todo el proceso, desde quienes median, desmontando sus propias creencias y estereotipos de género al momento de intervenir, hasta las partes en conflicto, para analizar y erradicar la lógica patriarcal que subyace a esta sobrecarga de trabajo de las mujeres.
Corresponsabilidad
Corresponsabilidad es un concepto imprescindible para repensar la crianza y la estructura social de las familias. Se define como responsabilidad común a dos o más personas que comparten una obligación o compromiso. En el ámbito parental, se refiere a la misma responsabilidad que tanto el padre como la madre tienen en cuanto al desarrollo, educación, bienestar o salud de sus hijos.
Su adopción como eje de trabajo puede cambiar la relación de poder entre géneros como la hemos conocido hasta ahora. No es posible hablar de igualdad si no hay un replanteamiento de los roles históricamente asignados basados en el sexo y que son la base de toda discriminación. Todos deberíamos tener iguales responsabilidades e iguales privilegios en una sociedad democrática y para que ello sea posible, los esquemas de desempeño familiar que fijan los compromisos de los padres y las madres tienen que ser revisados.
¿Quiénes deben participar en la conciliación de la vida personal, familiar y laboral?
Como en todo problema complejo, el abordaje de la corresponsabilidad para la conciliación debe ser sistémico e integral, involucrando a todos sus actores: familias, empresas, gobierno, sindicatos, mujeres y hombres, hijas e hijos.
Debe poder lograrse acuerdos en el reparto equitativo de las responsabilidades domésticas y familiares, cuestionando los roles de género establecidos socialmente en nuestro proceso educativo y esto se logra interpelando a los propios hombres para que asuman de forma comprometida un cambo sustancial en esta materia.
Hablar de la participación de los varones en los cuidados de sus hijos es un tema de modernidad. La naturalización de la división sexual del trabajo no hizo cuestionable el desapego de muchos padres de la atención de su descendencia, más allá de proveer para la casa, convirtiéndola en una tarea delegable mayoritariamente en la madre. Pero en los últimos años se han registrado cambios importantes sobre todo en sectores clase media educada, hombres jóvenes y urbanos. Esto gracias al movimiento feminista, al problematizar la ausencia del padre como un asunto de interés público y no como algo que se atiende al interior de cada hogar.
Desde las empresas el trabajo va por la vía de aplicar políticas de igualdad de su población laboral que incluya medidas de conciliación laboral, personal y familiar y entrenar e informar a su plantilla a llevarlo a cabo eficientemente. La involucración de los sindicatos puede impulsar el desarrollo de este tipo de medidas si además se incluye en los contratos de negociación colectiva.
Desde los gobiernos el diseño de políticas públicas para el fomento de la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres, debe ser un mandato de primer orden y formar parte de las agendas de gobierno, tal y como establecen los convenios firmados por los países en el compromiso por la igualdad de género.
La conciliación corresponsable, por último, no es exclusiva de las personas afectadas, sino de la sociedad en su conjunto, por lo que toda transformación, para que sea real y no remedial, se consigue invirtiendo en educación, cultura y en las organizaciones sociales que coexisten en un mismo espacio, para que cambien sus creencias y haceres desde un modo de pensar excluyente a uno mas inclusivo, rompiendo los roles de género preestablecidos y consigan equilibrar el desarrollo económico y social.
Quizás la clave para que el cambio real se dé, reside en la revalorización del trabajo de los cuidados. Que se entienda al trabajo de crianza como algo bonito, disfrutable y recompensante, pero sobre todo compartible.
Lo cierto es que aun en este siglo, conciliar para procurar justicia, protegiendo los derechos de las personas trabajadoras y de sus hijos e hijas, siendo un desafío pendiente de abordaje, para favorecer con mayor efectividad la promesa de la igualdad.