Para las mujeres que cuidan y se extrañan a diario

Para las mujeres que cuidan y se extrañan a diario
octubre 15, 2021 Maria Fernanda Montilla
feminismo

A propósito del día mundial de la salud mental, he leído varios artículos y mensajes que definitivamente piden llamar la atención al panorama desolador que tenemos por delante a consecuencia de la pandemia por Covid-19. El aislamiento para evitar el contagio, el no poder socializar, llevar a los niños y niñas al colegio, el perder seres queridos, el terror al contagio, son apenas las cosas que se me vienen a la mente cuando pienso qué es lo que más ha afectado mi salud mental en este año y medio de encierro.

Un estudio internacional publicado por la revista The Lancet, que utilizó datos principalmente sobre depresión y ansiedad en 203 países del mundo durante el 2020, demostró que hay mayor aumento en la prevalencia de trastornos entre mujeres que entre hombres. El estudio señala que existe «una diferencia de prevalencia entre sexos aún mayor que antes de la pandemia, porque las mujeres tienen más probabilidades de verse afectadas por las consecuencias sociales y económicas de la pandemia».

Ampliando está conclusión, aseguran que «es más probable que recaigan sobre las mujeres las responsabilidades adicionales de cuidadoras y del hogar debido al cierre de escuelas o miembros de la familia que se enferman. Las mujeres tienen más probabilidades de estar en desventaja financiera durante la pandemia debido a salarios más bajos, menos ahorros y un empleo menos seguro que sus  homólogos masculinos. También tienen más probabilidades de ser víctimas de violencia doméstica, cuya prevalencia aumentó durante los períodos de encierro y órdenes de quedarse en casa.»

Trayendo el estudio a casa, nos encontramos con que la Encuesta Nacional de Condiciones de Vivienda (ENCOVI 2021) indica que, del 51% de las personas encuestadas que se encuentra inactiva laboralmente, 15% son mujeres con hijos e hijas, que no pueden buscar trabajo por el ejercicio de la labor de cuidado de éstos.

Mi caso no es exactamente ese. He tenido la suerte de encontrar trabajos remotos; sin embargo, cuando se tiene hijos o hijas pequeñas, el nivel de dedicación y concentración en las actividades laborales es irregular, por decir poco.

Siempre lo he dicho: los cuidados son parte central y fundamental de la vida. Anaís López, socióloga y amiga, me dijo una vez que todas las personas tienen derecho a cuidar, a ser cuidados, a no cuidar y a auto-cuidarse. Ver los cuidados como un derecho, como una labor que merecemos (autocuidado) y que podemos decidir no hacer (como quienes deciden no ser madres, o quienes pueden pagar por cuidados) fue algo que transformó mi vida.

El esfuerzo físico y mental que le ponen las personas -las mujeres, porque recae principalmente sobre nosotras- a esta labor es enorme, gigante y absolutamente valiosa. Me lleno de frustración cada vez que siento minimizado el trabajo no remunerado que hacemos las mujeres que cuidamos.

Las horas de pie cocinando, la hora del baño, los cambios de pañales que pegan en la espalda, el pintar, construir bloques y pegar carreras, el separar peleas y entender qué fue lo que pasó en un segundo, el responder cada pregunta con amor y la paciencia necesaria para nunca hacerles sentir que molestan (porque no lo hacen, quieren simplemente aprender de mí), y cuando pierdo la paciencia pedir disculpas una y otra vez, porque aquí se enseña a ser gente, a pedir perdón cuando es necesario y se trabaja para mejorar, un día a la vez (me digo siempre).

Y esa soy yo, que no atiendo niños con necesidades especiales, o adultos que requieren de mayor fuerza física para ser movilizados y que, probablemente, necesitan personas que de pronto tengan más paciencia para poder entablar conversaciones necesarias para seguir con la mente activa, para sentir que se sigue viviendo.

A las cuidadoras nos toca duro. Muchas nos desprendemos de nuestra esencia de mujer para convertirnos en eso que alguien más necesita y reclama. Nos escapamos minutos para vivir ese poquito de autocuidado que podamos dedicarnos, porque a veces asfixia la falta de silencio mental.

El país también nos duele. Ver la situación de otras mujeres que viven en condiciones absolutamente injustas, en donde los servicios básicos brillan por su ausencia y en donde tienen que ver cómo resuelven para darle de comer a sus criaturas, es un infierno cuando se es madre. Soy de las que piensa que cuando se tiene un hijo, se tienen todos los hijos del mundo; pero también creo que, cuando una madre que ama a sus hijos sufre, todas sufrimos en tribu.

Le pregunté a Marian Pulido, psicóloga y también amiga, quien me salvó en los primeros años de maternidad, que me contara qué ve ella en las mujeres que atiende en consulta, cómo es que podemos describir lo que arrojan las cifras de depresión y ansiedad en las mujeres y qué ocurre cuando no atendemos nuestra salud mental.

Marian habla como psicóloga pero también como madre y cuidadora, y dice que «aunque se mantengan trabajos estables y se reciban  sueldos fijos, que permitan cubrir ‘necesidades básicas’ como la comida…la estabilidad no solo depende de la cantidad de dinero que podamos obtener, si no del ambiente en general. La situación que atraviesa el país, pone en riesgo a toda la población, en todos los sentidos.»

Las comillas para esas «necesidades básicas» no están de gratis; nos han criado para que entendamos por necesidades básicas solo el conjunto de cosas que nos permitan mantenernos bien físicamente. Pero la salud mental y la inteligencia emocional se dejaba de lado, era subestimada.

Marian comenta que algunos estudios afirman que alrededor del 50% de las enfermedades tiene origen emocional. Y que otras investigaciones aseveran que puede estar incluso por encima del 80%. Ante esto, concluye que «se puede entender que, a mayor tasa de inestabilidad emocional en los padres, por ejemplo, aumenta el riesgo para los hijos, en cuanto a que los segundos se vuelven depósito y eco de las preocupaciones, angustias y conductas agresivas (gritos, insultos, golpes, entre otras) que utilizan los adultos para drenar y darle salida a dicha angustia.»

Marian también nos lista cuáles son las preocupaciones más frecuentes que expresan las madres que atiende:

  • Preocupación por el trauma que pueda generar en sus hijos o hijas, la falta de luz, agua, imposibilidad por una buena alimentación, dificultad para la recreación y distracción.
  • Marcada ansiedad referida al futuro propio y de los hijos o hijas.
  • Necesidad de elegir entre satisfacer las necesidades propias y la de los hijos o hijas. En la que mayormente son elegidos los hijos quedando ellas excluidas de satisfacer sus necesidades y metas.

Esas preocupaciones, cuando no son trabajadas y no buscamos ayuda, hacen mella en los hijos e hijas inevitablemente. Marian describe que la ansiedad, la angustia y la tristeza, en consecuencia, invade a los niños y niñas; siendo manifestadas en las sesiones con referencias como:

  • “Yo quisiera tener mucho dinero para que mi mamá tuviera ropa”
  • “Cuando sea grande voy a trabajar para que la luz nunca se vaya”
  • “Yo no quiero que mi mamá se enferme más de la espalda, porque después siempre está brava”
  • “Tenemos que llegar a casa rápido antes de que se vaya la luz para poder comer porque no hay gas”

Todo indica que el cómo decimos las cosas, afecta al otro y, a veces, de forma permanente. Cuidar a nuestros hijos e hijas es una responsabilidad enorme, que debemos hacer con mucho respeto y paciencia. Quienes creemos en criar personas respetuosas, no violentas, llenos de empatía y comprensión, debemos luchar con nuestros niños y niñas heridas: esos que fueron maltratados durante la infancia por padres que, aunque hicieron lo mejor que pudieron con las herramientas que tenían, no entendían que los niños tienen ritmos distintos de desarrollo y crecimiento; es decir, esperaban de nosotros una conducta y una comprensión que no estaba desarrollada para nuestra nivel de madurez en el momento.

En Venezuela, el estigma que trae consigo aceptar que se tiene alguna patología psicológica es enorme. Sin embargo, algo que es como un rayo de luz en medio de la tormenta, cada vez más las personas nos estamos atreviendo a cuestionar los viejos patrones de crianza, a ver los cuidados como lo que son -un trabajo que debe ser reconocido, bien remunerado y respetado- y a entender que pedir ayuda es necesario.

Muchas veces queremos pedir ayuda, pero el día a día es tan complicado que se nos pasa volando el tiempo, y seguimos ahí, aguantando.

«En la situación en la que vivimos actualmente, los padres se preocupan mucho más por sobrevivir. Que por vivir. Y los hijos también”, dice Marian.

Marian lo describe como un círculo vicioso; en el que, «sí bien cada persona debe buscar el equilibrio y es responsable de encontrar y aplicar las herramientas para lograr la estabilidad emocional, es un hecho que los factores externos influyen en el desarrollo y evolución óptima de cada ser humano». Y volvemos al país, a lo que toca enfrentarse cada quien, con sus muy distintas realidades.

Quisiera que todas las mujeres que cuidan sepan que merecen ayuda, que merecen estar acompañadas, que merecemos que los gobiernos se responsabilicen por la salud mental de todos y todas, sí, y que también entiendan que parte del colapso de las mujeres que cuidamos es que no existen políticas para los cuidados. No hay centros de cuidados especializados, que requieren de estructuras impecables y seguras y de personal calificado y excelentemente remunerado; no hay reconocimiento a las mujeres que ejercen cuidados informales, quienes no tienen jubilación o posibilidad de pertenecer al seguro social; no hay políticas de asistencia psicosocial a las madres y sus hijos o hijas durante los primeros tres años -los más críticos- para que la maternidad nos sea llevadera. Existimos para el discurso, pero en la práctica somos las que aguantamos con mente y cuerpo mientras se invierte en otra cosa.

Hay muchas cosas por hacer para que quienes cuidamos y hacemos que los demás produzcan, podamos estar mejor.

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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