«A menudo cometo la equivocación de pensar que algo que a mí me resulta obvio es igual de obvio para todo el mundo. Pongamos por caso a mi querido amigo Louis, que es un hombre brillante y progresista. Él y yo conversábamos a veces y él me decía: ‘No entiendo a qué te refieres cuando dices que las cosas son distintas y más difíciles para las mujeres. Tal vez lo fueran en el pasado, pero ahora no. Ahora las mujeres ya lo tienen bien’. Yo no entendía cómo Louis era incapaz de ver algo que parecía tan evidente.” Chimamanda Ngozi Adichie.
Este relato no es aislado y se replica cotidianamente cuando las compañeras feministas se encuentran con estas posiciones androcéntricas y negacionistas de varones que ante las solicitudes, propuestas y medios de protesta imponen su relato. No parece nada extraordinario que en lugar de escuchar, tomar un tiempo para la introspección, problematizar y responsabilizarse, se reaccione e imponga la apreciación propia y privilegiada donde la otra persona se encuentra errada. La masculinidad viril, reaccionaria, propietaria no solo de la mayoría de los recursos económicos sino de la razón y el intelecto, asume la interpelación como una amenaza de la que hay que defenderse.
No es casualidad que estos atributos sean concomitantes a los perfiles de quienes ocupan los lugares de poder y autoridad, varones en su gran mayoría, como citaba Chimamanda a Wangari Maathai “cuanto más arriba llegas, menos mujeres hay”. La dominación masculina se representa por delimitaciones arbitrarias y también por símbolos claves en el desarrollo psicosocial de las personas que, inclusive, son manifiestas por las leyes. Parafraseando a Gala Diaz Langou cuando hablaba de las legislaciones sobre licencias por maternidad y paternidad en Argentina, para ella el mensaje desde arriba (el poder) es claro cuando dan más días de licencia a mujeres que a los varones: las mujeres deben cuidar a sus hijos y los varones cuidar sus trabajos.
El sistema binario de organización tradicional se fundamenta en la verticalidad dominada por el varón fuerte, (re)productivo y proveedor y en ese sentido, el varón dispone y ha dispuesto de mayor cantidad de tiempo (que ha sido asumido por las mujeres en tareas domésticas, cuidados y crianza) y de oportunidades para producir ganancias, adquirir propiedades, ocupar lugares de poder y autoridad en instituciones, cargos políticos, académicos y laborales.
Asimismo, los primeros estudios de la sexualidad femenina fueron llevados a cabo por varones, el androcentrismo científico y las epistemologías binarias del deseo, el placer, el cuerpo y todo lo circundante a las mujeres explicado por varones quienes han presidido durante la historia los conocimientos de las sexualidades. En ese sentido, Bourdieu (2006) señala que “se entiende que hasta el Renacimiento no se disponga de un término anatómico para describir detalladamente el sexo de la mujer, que se representa como compuesto por los mismos órganos que el del hombre, pero organizados de otra manera”.
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Hablar de géneros es hablar de jerarquías sostenidas por los mandatos sociales hegemónicos de lo que significa la feminidad y la masculinidad, que cotidianamente reproducimos en nuestras narrativas, vínculos y prácticas. De hecho, muchas masculinidades suelen ser rechazadas y excluidas por no cumplir con la normatividad. La reproducción de esa masculinidad deviene en varones que no quieren ser excluidos de sus grupos de referencia (pares)por temor a ser humillados, desvalorizados y no reconocidos.
Y por otro lado, entiéndase el feminismo como una vindicación de derechos vulnerados por la masculinidad normativa que oprime desde formas sutiles como los micromachismos, lenguajes sexistas y la invisibilización (discriminatorios) hasta las formas explícitas como el femicidio, abuso sexual y violaciones. Son los feminismos entonces, mediante la interpelación, quienes proponen revisar nuestros vínculos, prácticas y reproducciones de machismos, que no habría que ver como una política de revancha, sino un cambio para que ese proceso de deconstrucción y resignificación de la masculinidad pueda devenir en relaciones más seguras, equitativas, consensuadas y respetuosas, y por tanto, en una disminución de las violencias de género.
Cabe afirmar que cada práctica machista y violenta no es aislada sino que mas bien forma parte de un mismo sistema cimentado por sociedades patriarcales, donde posiblemente muchos de los sujetos no son conscientes de que sus prácticas son opresivas, violentas y desiguales porque en su entorno están naturalizadas y las voces de las compañeras son silenciadas o relativizadas. También, muchos han decidido no ser conscientes del problema, sobre todo cuando las prácticas machistas no son interpeladas ni sancionadas, al contrario, elogiadas y fortalecidas por la complicidad machista.
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Lucho Fabbri, doctor en Ciencias Sociales (UBA) y licenciado en Ciencia Política (UNR) propone que “Aunque no seamos abusadores sexuales ni violadores o femicidas, tenemos mucho para revisar sobre nuestra masculinidad de manera de poder construir vínculos más justos y equitativos”
Habitualmente vemos que muchos varones parecen inertes, aplanados e incapaces de procesar las propuestas y exigencias de las compañeras feministas para automáticamente imponer una serie de explicaciones ad hoc: “que esas propuestas son erróneas”, “que las formas deberían ser otras”, “que no hay nada de qué quejarse”, “que abortar no es un derecho”, “que la opinión de los hombres también cuenta», “que eso era antes y ahora las mujeres no sufren discriminaciones». Un soslayo a lo que nos corresponde atender y hacernos cargo pero que, desde la dominación de la razón y el conocimiento, no puede ser de otra manera que la que mandan los imperativos.
Parece entonces que los varones enfrentan un gran temor a tener que admitir que sus prácticas son perjudiciales y ceder (el privilegio de) la razón a la interpelación. Por eso, es muy común ver a varones aguerridos y dispuestos a lo que sea para que prevalezca su derecho a la dominación simbólica de la palabra. Bien lo definía la filósofa Kate Manne, cuando describía por qué los hombres explicaban cosas a las mujeres sobre los géneros.
Está relacionado con el sentido de la legitimidad, de ser el conocedor y el que da las explicaciones. Ese sentido de derecho epistémico hace que sea muy natural hablar por encima de los demás, y mantener la palabra durante más tiempo del apropiado.
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Actualmente, las mujeres siguen siendo invisibilizadas en el debate público, como expresa Mariana Vahlis, antropóloga (UCV), “la razón más evidente, aunque no se ejerza de forma consciente en algunos casos, es que en muchos espacios las mujeres expertas no se consideran como pares”. Vahlis refiere impecablemente la simbolización de la dominación cuando siguen siendo los varones los convocados al ejercicio del debate público. Los representantes políticos como los presidentes, son en su mayoría varones, los multimillonarios también, los líderes religiosos ni hablar. Las estructuras simbólicas representan al varón en una lógica que se reproduce en las relaciones cotidianas. Quiere decir, que quizás no seamos presidentes de un país, ni multimillonarios, ni líderes religiosos, pero no estamos exentos de relacionarnos de igual manera: verticalmente, con autoridad y superioridad, tomando las decisiones importantes y captando el debate político.
En las conformaciones binarias y delimitadas, varones es a mujer oposición y antagonismo. Como señalaba Pierre Bourdieu en La dominación masculina (2006), el androcentrismo se presenta en estructuras simbólicas de géneros que se oponen homólogamente: arriba/abajo, delante/detrás, claro/oscuro, y en estos clivajes se ejercían las dominaciones del orden social de lo que Bourdieu afirmaba: “funciona como una inmensa máquina simbólica que tiende a ratificar la dominación masculina en la que se apoya: es la división sexual del trabajo, distribución muy estricta de las actividades asignadas a cada uno de los dos sexos, de su espacio, su momento, sus instrumentos; es la estructura del espacio, con la oposición entre el lugar de reunión o el mercado, reservados a los hombres, y la casa, reservada a las mujeres, o, en el interior de ésta, entre la parte masculina, como del hogar, y la parte femenina, como el establo, el agua y los vegetales; es la estructura del tiempo, jornada, año agrario, o ciclo de vida, con los momentos de ruptura, masculinos, y los largos períodos de gestación femeninos”.
A lo que nos remite Bourdieu es al sistema de significantes en el que nos relacionamos y vinculamos. Fijémonos que de niñes un juguete masculino podía ser una pistola (elemento de poder y dominación), un carro (poder adquisitivo), pelota de fútbol (deporte masculinizado) mientras que un juguete femenino es una bebé (maternidad y crianza), un biberón (alimentación), un coche (cuidados) o una cocina (tareas domésticas). Desde las primeras infancias y adolescencia estos símbolos están enviando mensajes, el padre que sale a trabajar y la madre que se encarga de las tareas domésticas o de otra mujer que viene a hacer el trabajo doméstico para que la madre también salga a trabajar.
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Hace poco me encontraba con un comentario en Twitter que trivializaba el reclamo de las futbolistas que denunciaban la brecha salarial con respecto a los futbolistas varones. Leer esto me remitió a mi infancia y adolescencia. En el colegio donde asistía cada semana veíamos aproximadamente una hora y media de educación física. A veces, les educadores hacían actividades deportivas donde por supuesto las disciplinas eran feminizadas y masculinizadas. Los varones debían jugar fútbol y las mujeres voleibol. Quienes no encajaban en ninguno de los entandares de género y deporte era una minoría.
Las compañeras que sentían interés por el fútbol abandonarían o enfrentarían mayores obstáculos y tendrían que redoblar esfuerzos para jugar fútbol profesionalmente y ganar salarios absurdamente asimétricos en relación al salario de los varones futbolistas. Esto no pasa nada más en el fútbol, pasa en la política, en los altos cargos directivos, de gerencia y liderazgo, espacios donde lo viril determina “las capacidades”, haciendo de este un ambiente patriarcalizado y por ende más hostil para las compañeras. Espacios donde las masculinidades normativas pueden resultar en acosos, comentarios sexistas y misóginos.
La empatía con las solicitudes de las feministas con respecto a las masculinidades se ve interrumpida por los mandatos conservadores del orden social o “natural”. La problemática se exacerba cuando los códigos culturales muestran la prevalencia de varones que toman las decisiones importantes y presiden justamente el debate público. Así es visible que cuando una mujer logra ocupar estos espacios, las formas comunes de confrontarla tienen que ver con su género. Las mujeres suelen ser banalizadas, sexualizadas (cuando se hacen comentarios referente a su cuerpo) y cosificadas (despersonalizándola y considerarla según los estándares de belleza impuestos), que si es “fea”, “gorda”, “malcogida”, responder con misoginia a una actora política es el símbolo patriarcal de: los varones al debate público y las mujeres a agraciarles con su cuerpo, anulando su intelectualidad y delimitándolas. Como si las mujeres fuesen la extensión del deseo del varón.
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Desarmar las vinculaciones asimétricas, verticales y de poder.
La razón por la que muchos varones se sienten en el derecho de decirle a una mujer lo que piensa y desea sobre su cuerpo se debe a la significación de la masculinidad dominante, esa que auto confirma el poder mediante un piropo/halago no solicitado ni consensuado, que está habilitado sin sanción alguna. Se le permite el sistema y nosotros que no lo interpelamos, quizás porque estamos ocupados explicándole a las mujeres que es su culpa por no sentirse halagada sino incómoda y acosada, o relativizándolo porque algunas mujeres también han hecho piropos a varones.
Todo un razonamiento motivado infinito para desviar la discusión central donde habría que asumir que se está equivocado con la idea de que la mujer está esperando que un hombre haga un comentario sobre su cuerpo, y que además, es una de varias formas de acoso. Con esta misma lógica ocurre el abuso sexual, donde el consentimiento parece ser irreversible, donde los varones insisten, coaccionan y una vez deseantes se sienten en el derecho de disponer del cuerpo de la mujer para su satisfacción sexual. O para dar otro ejemplo, en casos mas extremos, cuando un varón decide quitarle la vida a una mujer al ver mermado su control y dominio. Ese sentirse en el derecho es el ejercicio de poder y dominación masculina, mejor dicho, la reafirmación del privilegio.
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Preguntemos, entonces ¿Cómo resignificar las masculinidades? ¿Qué podemos hacer los varones? ¿Y si en lugar de pelearse con las compañeras feministas preguntamos qué podemos hacer y cómo?
La resignificación pasa por reconocer las significaciones nodales de las relaciones, sobre todo en las masculinidades que corrigen, explican y se resisten a ceder cuando se le interpelan las prácticas. Lo contrario, entonces, parecería ser desprendernos de este mandato reaccionario y defensivo para empezar a ver a través de los feminismos cuales son las implicaciones y responsabilidades que nos corresponde asumir. Seguramente no es fácil y lo advertía Lucho Fabbri cuando sugería que la aproximación y relación con los feminismos es conflictiva, incómoda y contradictoria.
¿Cuál es el rol de los varones en los cambios que proponen los feminismos?
Un lugar confrontativo y reaccionario es lo que hoy en día sigue invisibilizando a las mujeres y exacerbando las vulnerabilidades. Escuchar, entender y preguntar podrían ser cambios claves para que empiecen a generarse modificaciones significativas. Reconocer las agendas feministas, sus planteamientos y sus reclamos, no para quedarse con la empatía que, por supuesto, es importantísima, sino para seguir siendo agentes activos no perpetradores sino más bien cuestionadores del patriarcado y desarrolladores de prácticas más igualitarias y equitativas. En este aspecto, las masculinidades podrían ser auto opresivas inclusive, quiere decir que no solo las mujeres sufren esta opresión, también pasa con las disidencias que no representan los valores hegemónicos, los varones trans, personas no binarias, varones cis homosexuales, travestis y por qué no, a muchos varones cis heterosexuales que de alguna manera no cumplen con la normatividad. El sentido en el que se dan las opresiones a sí mismos, Lucho Fabbri daba luces.
Si lo pensamos para el caso de varones adolescentes y jóvenes, hay mayor tasa de suicidio de varones, mayor participación en homicidios, en accidentes de tránsito letales, lo que se llaman las causas externas o evitables. Los varones mueren casi el triple que las mujeres por causas evitables durante la adolescencia y la juventud. En el caso de la tasa de suicidio tiene que ver con que esos varones no se permiten dar cuenta de que están deprimidos, que necesitan ayuda, de que son vulnerables, de que están frágiles.
Podríamos pensar el patriarcado entonces como un conjunto de prácticas que nos está perjudicando también a nosotros como varones y que no solo resignificar las masculinidades podría mejorar las expectativas de vida y bienestar de los varones sino que podríamos promover un entorno en donde las masculinidades normativas no perpetúen discriminaciones y violencias de género.
¿Para qué resignificar las masculinidades?
La masculinidad expresada en relaciones de poder y dominación desde las formas más sutiles hasta las más violentas son las causas de las discriminaciones de género y hasta el femicidio. ¿Quiénes son los perpetradores? Los varones. Si, nosotros, quizás no directamente pero seguramente reproduciendo muchas prácticas que potencian las formas más violentas de significación masculina y que de hecho, también las compañeras buscan resignificar las femineidades, empoderarlas y despatriarcalizarlas.
Podría entonces dejar de ser una confrontación y ser un proceso donde los feminismos sean acompañados por nuevas masculinidades. Resignificar para que en lugar de responder a los machismos con complicidad, interpelemos, poder responder a los comentarios sexistas, al acoso y la cosificación, cuestionando, planteando otras formas de lenguaje y vinculaciones. Incluso en nuestro entorno, podemos preguntarnos, ¿están distribuidos equitativamente los tiempos, espacios, el placer sexual? ¿se está ejerciendo algún tipo de violencia psicológica o simbólica?¿son consensuadas, consentidas y recíprocas nuestras relaciones?.
Hablar de resignificación es hablar de un proceso complejo con muchas dificultades y resistencias donde la reflexión, introspección y habilitación del debate en espacios dominados por varones son indispensables para empezar a divisar vínculos mas seguros y equitativos. Una responsabilidad de todes, por supuesto, donde los varones también nos incluimos en esa responsabilidad y empezamos a relacionarnos con los feminismos antes que seguir reforzando posturas antifeministas y opresivas.
Referencias
https://www.lanacion.com.ar/comunidad/luciano-fabbri-a-varones-nos-crian-pensar-nid2427674
https://www.nytimes.com/es/2020/09/18/espanol/cultura/machoexplicacion-mansplaining.html
Bourdieu, Pierre (2000), La dominación masculina. Barcelona: Anagrama (La domination masculine. París: Editions deu Seuil, 1998)