A la fecha van 103.000 muertes por coronavirus y casi 2 millones de infectados a nivel mundial. Sin duda alguna estamos viviendo una epidemia de altas proporciones por su carácter global y por los efectos negativos que su abordaje genera en el sistema económico y social que compartimos los habitantes de los países afectados.
El virus fue declarado pandemia por la Organización Mundial de la Salud (enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región) y enseguida se tomaron las medidas necesarias para contenerlo y aplanar la curva de infectados, pudiendo al día de hoy pensarse que en algunas ciudades lo peor ya pasó y las que están en plena virulencia, tomando las lecciones aprendidas de aquellas, para disminuir la velocidad de contagio y proporción de muertes.
El machismo, como conjunto de creencias que suponen que el género femenino está por debajo del masculino en capacidades y privilegios, ha matado muchas más mujeres a lo largo de la historia de la humanidad y aun no lo declaran pandemia, a pesar de que afecta a todos los individuos de todos los géneros, países, razas y credos y que es de naturaleza congénita ya que se adquiere desde el momento mismo del nacimiento.
Muertas por machismo
Los femicidios (asesinatos intencionales a una mujer por el hecho de ser mujer) son la expresión extrema del odio, desprecio, discriminación y violencia contra las mujeres. Son la cara visible del sistema machista, de ese inmenso iceberg que oculta muchas veces otras expresiones de dominación y que son difíciles de cuantificar. Si los mismos femicidios tienen complicaciones para ser identificados como lo que son, imagínense un insulto, una descalificación, un rechazo a un puesto laboral por ser mujer, un acoso en la calle, una violación, un golpe y tantas otras muertes simbólicas involucradas en las manifestaciones machistas habituales, que expresan síntomas preexistentes al femicidio.
La recopilación de datos oficiales y firmes sobre casos de femicidio es un reto, sobre todo en nuestros países latinoamericanos, debido a fallas en la codificación de estos casos, a la falta de información de la relación entre la víctima y el asesino o a la falta de entrenamiento necesario de los agentes policiales y judiciales para distinguir muertes por femicidio, terminando por categorizarlas como “violencia doméstica”, “robos”, “drogas”, “venganza o rencilla” o simplemente “motivo desconocido”. Así que nos encontramos de frente con problemas de subregistro crónico para poder establecer una justa dimensión del problema.
¿Cuáles son las cifras?
De acuerdo con la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) los gobiernos comenzaron a cuantificar los casos de feminicidios en los países de América Latina y el Caribe en 2009, “en un contexto en el que este crimen no estaba tipificado en la mayoría de los países de la región”. Es decir, que el conteo es reciente, pero dejamos atrás sin contabilizar años de violencia por razón de género y de casos no reportados o siquiera denunciados.
A pesar de todas estas dificultades, se hacen esfuerzos por contabilizar cifras reales desde ONGs y organismos internacionales y hoy sabemos que los datos sobre la naturaleza y la prevalencia del femicidio están aumentando en todo el mundo y muy preocupantemente en la Región, como revela el Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe (OIG). Sabemos que 14 de los 25 países con más femicidios se ubican en América Latina, que solamente en México se registró un crecimiento del 111% de femicidios en 2019 y que más de 3500 mujeres fueron asesinadas por razones de género en Latinoamérica en 2018, entre otros horrores. Vale la pena revisar el informe de AFP Factual para comprobar como en cada país estas cifras van en aumento, como si de un reporte de guerra se tratase.
Con todo y ello, como aseguró Alicia Bárcena, Secretaria Ejecutiva de la CEPAL, ni la tipificación del femicidio como delito, ni la visibilización estadística del mismo han sido suficientes para detener esta expresión de violencia contra las mujeres.
Conteniendo a una pandemia, fortalecen la otra.
Nos mandan a todos a quedarnos en casa para frenar al Covid-19 y leemos en un informe de la ONU que el lugar más peligroso para una mujer es su hogar: “Es una realidad en todo el mundo, el mayor peligro que pueden enfrentar las mujeres está en sus propios hogares. En 2017, más de la mitad de las mujeres víctimas de homicidio fueron asesinadas por su pareja o parientes cercanos”
Desde Antonio Guterres, Secretario General de la ONU, OCHA y demás organismos que trabajan con emergencia humanitaria y casos de violencia de género, están alertando que la medida del aislamiento social aumenta la violencia y crímenes por femicidio. La periodista argentina Luciana Peker, comenta que en España dispusieron que las víctimas puedan ir a hoteles y que estén protegidas las trabajadoras de los centros de acogida. En México aumentaron un 50% las denuncias de violencia y piden fondos para sostener los refugios. En Paraguay piden que se abran centros para que las mujeres puedan pasar la cuarentena igual que se abrieron hoteles para quienes llegaban de Europa. Demandas que no sabemos si serán acogidas porque las afectadas son las mujeres.
En este sentido, las recientes declaraciones del presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou ante los nuevos casos de femicidio cometidos en cuarentena en su país, son poco menos que ofensivas: “lamentablemente es un efecto colateral muy grave del confinamiento…pero hay que poner en la balanza. El bien tutelado siempre es la vida, lamentablemente la vida no se nos va solo de una manera, se nos va de varias y en ese sentido es que tenemos que ser equilibrados”. Fácil decirlo cuando la vida que se va es la de las mujeres, como si fuésemos un segmento “colateral” de la sociedad y no un 50% que tiene derecho a vivir también.
Todos en este planeta estamos contagiados de la pandemia machista.
Las feministas contamos como casos en recuperación, pero muchas mujeres murieron en el camino, otras miles morirán y ni la vacuna llega, ni el tratamiento cuenta con los recursos suficientes para atender tantos casos. Ojalá se dediquen recursos para cambiar de raíz esta cultura que históricamente nos ha dejado estructural y sistemáticamente por fuera de todos los procesos de formulación de políticas públicas que impactan las vidas de las mayorías.
Urge que se declare al machismo como pandemia para hacer visible una violencia que no cesa y para que la sociedad y los Estados pongan frenos más eficientes de una vez.