El machismo y la política, una combinación peligrosa.

El machismo y la política, una combinación peligrosa.
enero 3, 2020 Aglaia Berlutti

Hace unos días, alguien en mi Front Page de Facebook compartió una fotografía en la que se podía ver algunas imágenes de la coreografía “El violador eres tú” realizada por activistas feministas en Caracas, realizada el viernes de la semana pasada. No obstante, el motivo principal de la protesta – o así lo describió el asistente – no sólo era denunciar los altísimos índices de violencia sexual en el país y nuestro continente, sino, además, incluía un elemento político. Después, descubriría que la actividad había sido organizada por feministas adeptas al chavismo, un día antes de realizarse un evento semejante, pero sin afiliación partidista alguna.

Por supuesto, la protesta patrocinada por el chavismo intentó incluir postulados ideológicos en medio del debate social y cultural que ha generado la protesta que comenzó en Chile, durante las recientes manifestaciones callejeras que recorrieron el país. La ya famosa canción en la que intenta romper el esquema de normalización de la violencia sexual y el peso de la culpa de la víctima, tuvo que enfrentarse en Venezuela al peso de la discordia política y la polarización artificial que el gobierno promueve en cada oportunidad posible. Se trató además de una nueva  demostración que, en nuestro país, el poder intenta secuestrar las causas legítimas en una manera de validar un discurso político endeble y ambiguo, sin verdadero vínculo con la defensa de grupos vulnerables o sus derechos.

Nadie lo duda: el Gobierno chavista es machista, conservador y además, apunta directamente a utilizar arcaicos postulados de roles de género para crear la noción de la defensa de grandes causas, sin hacer otra cosa que capitalizar la contracultura como una forma de sostén ideológico falso de sus débiles bases ideológicas. Hace unos años, se difundió una fotografía en la que se podía ver a una mujer uniformada que trataba de defenderse de un grupo de enardecidos manifestantes. Se trató una de los cientos de imágenes que retrataban los últimos sucesos ocurridos en las calles del país durante el año 2017.  El funcionario, que llevaba uniforme de la Guardia Nacional, peto y casco, era una mujer y el gobierno, se encargó de usar la incómoda imagen para demostrar lo que llamó “la misoginia” de la “derecha venezolana”. No obstante, aún más preocupante resultó, que la funcionaría fuera enviada de manera intencional para utilizar su género como una forma de manipular el sentido de las protestas y la reacción de los manifestantes.

En su oportunidad, la imagen despertó todo tipo de opiniones: La mayoría señalaba la estrategia del gobierno de enviar miembros femeninos de los cuerpos de seguridad como vanguardia en la represión de manifestaciones y concentraciones, como una forma de evitar se les acusase del uso excesivo de la fuerza. Otros comentaban que “cuando se trata de una funcionaria” todo “es distinto”. Por último, alguien se burló del enfrentamiento entre manifestantes y funcionarios del sexo femenino. “Jamás me metería en una pelea entre mujeres”.

No se trata de la primera vez que el tradicional machismo venezolano forma parte de la visión del poder establecido. Mucho menos, cuando el gobierno maneja un concepto distorsionado y sobre todo violento sobre la igualdad de género. No obstante, resulta desconcertante que cuando la escalada de violencia callejera alcanza un nuevo nivel, las instituciones del estado utilicen la misoginia, el menosprecio a la mujer y sobre todo, la percepción tradicional sobre lo femenino en nuestro país como otra forma de ataque. Más allá de eso, el uso del género como un arma y sobre todo, una excusa para el ataque y la violencia. Se trata de un tipo de peligrosa discriminación que demuestra la confusa percepción que tiene el poder sobre la defensa y promoción de los derechos femeninos y además, la opinión general de nuestro país sobre el rol de la mujer venezolana. Un pensamiento preocupante que muestra las fisuras de la percepción sobre la igualdad de género en nuestro país.

Por supuesto, no se trata de un caso único. Hace unos años, la noticia sobre las declaraciones de Oscar Schémel — presidente de la encuestadora Hinterlaces — describiendo al país como “una mujer desorientada que necesita un hombre fuerte” volvieron a ser parte del debate público sobre el machismo en líderes y voceros políticos del país. No se trata de una noticia nueva: la declaración original data de cuatro años atrás, pero, aun así, continúa causando sorpresa que el tono y la forma de la frase siga siendo parte de la manera como se analiza la figura femenina en nuestra cultura.

La frase es un alegato puro y duro de ese machismo reaccionario y muy evidente que es tan común en Venezuela y que con una lamentable frecuencia, se acepta como normal. Porque Schémel hace una alegoría directa y una comparación básica entre la identidad de la mujer venezolana- o al menos como la concibe —  y lo que es la realidad de un país, que se asume a sí mismo como víctima. Lo doloroso y temible de la percepción de Schémel es que no solamente es una visión única: se trata de noción generalizada sobre la manera como la cultura venezolana asume el rol de la mujer. Una que se transmite de generación en generación, que se hereda como un mal endémico y peligroso que aplasta cualquier intento de comprender la figura de la mujer sin el peso nocivo del estereotipo retrógrado al que la mayoría de las veces se le somete.

Porque afrontémoslo: cuando Schémel se refirió a la cualidad femenina del país, no lo hace en homenaje a su fecundidad, la belleza de sus paisajes inexplorados, su potencial intelectual. Cuando hizo la analogía, la sostuvo sobre esa concepción de la Venezuela deudora del miedo, frágil y torpe. Esa figura a medio reconstruir, que parece resumir una historia de errores, dolores e imprecaciones. La Venezuela a fragmentos, desfigurada e irreconocible luego de años de enfrentamiento dialéctico, de ese debate amargo e interminable que parece extenderse a todos los ámbitos, salpicar incluso las cosas más sencillas. A esa es la personalidad femenina que se refiere Schémel, con seriedad académica. A la mujer golpeada y vituperada. A la personalidad herida de una figura femenina que parece abarcar el gentilicio para justificar los errores y los dolores, y quien sabe, si también las consecuencias.

Los ejemplos se multiplican y de pronto, se hace evidente que esta Venezuela chavista, heredera de veinte años de revolución, es una víctima propiciatoria de una serie de ideas violentas y que tienen a la mujer como principal chivo expiatorio. Porque a pesar de ufanarse e insistir que se trata de un gobierno “feminista”, la casi década y media de la izquierda histórica venezolana, ha mostrado siempre que puede más su misoginia, esa frugalidad del machismo rampante que parece formar parte de la cultura venezolana, de esa reflexión casi tropical de la identidad del venezolano. En este país caribeño, donde se insiste en la sangre caliente y en la sensualidad de la herencia histórica para justificar el desorden, el machismo está en todas partes. Bien oculto bajo capas de disimulo, pero siempre hiriente y certero, siempre evidente.

El poder en Venezuela es machista y el peso de esa idea parece estar en todas partes, aupada por un gobierno con un claro talante autoritario que hace uso manipulador del debate sobre la igualdad de género y la necesidad de la reivindicación de la figura femenina. Durante las casi dos décadas en que la revolución chavista ha permanecido en el poder, la desigualdad, el desconocimiento de los alcances de la lucha por los derechos femeninos es más notable y preocupante que nunca. Eso, a pesar que el presidente Hugo Chávez se autocalificó más de una vez como “feminista” y no dudó en nombrar a un buen número de mujeres en cargos públicos durante su gobierno. Aun así, este mismo hombre que insistió en regalar rosas a periodistas y empoderar a la mujer chavista en diversos campos de lucha política, no tuvo mayores pruritos en menospreciar a la mujer. El catorce de febrero del año 2000, Hugo Chávez celebró la fecha gritando a la que entonces era su esposa, que se “preparara para recibir lo suyo. Una frase que fue celebrada a palmas y carcajadas por la concurrencia. Atrás quedaron las promesas de respeto e igualdad. Poco después, el Presidente hizo alardes de lo que se llamó “su musculatura sexual” “¿Te acuerdas de aquella noche en el Volkswagen?”, le preguntó a su esposa, sonriente y avergonzada. La plana mayor del chavismo le ovacionó públicamente.

Tal vez por ese motivo, el chavismo parece mirarse a sí mismo más allá de cualquier discusión dialéctica y apoyar un machismo retrógrado que no intenta ocultar. La historia reciente de la llamada “revolución del pueblo” parece plagada de una mirada sexista que no oculta y que a medida que el tiempo transcurre, se hace más acusada y manipuladora. Desde los chistes machistas del político y ex alcalde del Municipio Libertador Juan Barreto, la campaña de propaganda gubernamental del por entonces Gobernador de Carabobo Luis Felipe Acosta Carlés insistiendo en “No provoques una violación” — difundida en grandes vallas a lo largo y ancho del estado — hasta el uso de funcionarios femeninos de la fuerza pública para la confrontación selectiva, la visión sexista de la Revolución bolivariana es inocultable. Hay una complacencia histórica sobre ese machismo que se considera no sólo bien visto, sino incluso parte de la identidad nacional. Una idea que resulta tan frecuente como inocultable y que además, parece asumirse como natural.

Para el chavismo, la defensa de los derechos de la mujer parece limitarse a una visibilidad anecdótica que no sostiene un discurso coherente. O al menos, esa es la visión de un Ministerio — llamado de manera rimbombante “para la mujer y la igualdad de Género” — que asume el papel de defensor y luchador de los derechos elementales de la mujer. Pero lo hace con enorme con torpeza, a pesar de que asegura que “el gobierno bolivariano creó una nueva institucionalidad y un cuerpo legal para protegerlas [a las mujeres] de la discriminación, la pobreza y la violencia.” No obstante, es el mismo Ministerio que insiste en ignorar la existencia de la población LGBT y temas como el aborto y la decisión sobre la propia capacidad de concebir. ¿Cuál es la mujer que defiende y protege la institucionalidad del Ministerio en cuestión? ¿Qué tipo de visión se elabora a través de una serie de estereotipos y de requisitos que parecen insistir en una mujer esquemática e irreal? Y la pregunta más preocupante de todas, la que es inevitable hacerse ¿Puede entonces esta nueva interpretación legal, que hace alarde de su justicia y humanismo, ignorar la verdadera identidad de la mujer Venezuela en beneficio de un nuevo tipo de discriminación? ¿Quién es la mujer que defiende esta visión institucional y anquilosada de la historia?

En la Venezuela del socialismo del siglo XXI, en la que se asegura que el idioma ha dejado de ser sexista y que el sistema político asume la inclusión como parte de su entramado social, el machismo está en todas partes. Es parte del discurso político. Aflora y presiona como un elemento recurrente que pocas veces se señala pero que resulta cada vez más evidente. Lo es, en la medida que se utiliza la figura de la mujer como una excusa ideológica sin mayor sustancia. En la forma como menosprecia, humilla, infravalora la figura de la mujer. En la insistencia en usar un discurso discriminador y violento como herramienta política. Aun así, el chavismo continúa vendiendo y con enorme frecuencia, la visión que tiene sobre la mujer, lo femenino y lo que resulta más preocupante, el papel social de la mujer venezolana. Una contradicción cada día más evidente, más dura de comprender.

Un gobierno que se vanagloria de empoderar a la mujer pero que utiliza su figura para el ataque y la agresión, como un medio de utilizar el machismo tradicional como una expresión de lucha válida. El mismo gobierno que insiste en que hay “médicos y médicas”, también “ciudadanas y ciudadanos”, y toda una serie de términos específicamente femeninos y masculinos que intentan demostrar que la revolución chavista fomenta la inclusión, es el mismo que celebra la exclusión como política de confrontación. Así de simple se interpreta a la mujer en una sociedad restrictiva, autocrática y sobre todo, punitiva como la que fomenta el chavismo. Así de esquemática, elemental y primitiva. Una circunstancia que no sólo resulta dolorosa sino preocupante con respecto a lo que deseamos para un país en busca de la equidad y más allá, una idea de la inclusión real. Un país que aún no logra encontrar un sentido real a su propia visión sobre la sociedad que promueve y construye a partir del poder.

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Foto: https://www.elidealgallego.com/

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