La nueva mujer intelectual: los peligros de una pluma creadora.

La nueva mujer intelectual: los peligros de una pluma creadora.
diciembre 13, 2019 Aglaia Berlutti

Hace poco, alguien me preguntó si escribía sobre mujeres sólo porque lo soy. Antes de eso, uno de mis followers en Twitter me insistió en que evidentemente escribía sobre la generación #NoMo para «justificar» mi postura y debido a «las preguntas incómodas» que debían hacerme. Cuando les aclaré a ambas personas que escribo sobre mujeres y sobre todo lo relacionado a los derechos femeninos sobre su identidad porque merece ser investigado, debatido y profundizado, ambas personas no parecieron comprenderlo bien. Como si cualquier tema referido a lo femenino y la feminidad debiera pasar por el filtro necesario del menosprecio no sólo hacia la idea que se analiza sino a su origen. Una percepción ancestral que menosprecia el posible valor intelectual de la mujer.

Y es verdad: No es sencillo escribir sobre mujeres y para mujeres. Por siglos, lo femenino – en general – ha sido invisibilizado por los hombres. La cultura ha percibido a la mujer intelectual y sobre todo, a la que analiza el mundo que le rodea desde su perspectiva, como una rareza cuando no, una incómoda excepción que no vale la pena asumir como parte de la opinión general. De manera que se le ignora o se le desprecia.  Hasta hace relativamente poco, una mujer que escribía o mejor dicho, que dedicaba su vida a algo más que el matrimonio y la maternidad, era censurada, acusada de antinatural e incluso de egoísta. La percepción se mantuvo lo suficiente como para considerarse parte de ese «deber ser» de lo femenino y perdurar hasta la actualidad como una idea que aunque ya no se considera absoluta y se discute en voz alta, continúa considerándose válida.

Después de todo ¿Cuantas mujeres profesionales no han escuchado una y otra vez que deben priorizar la maternidad frente a  cualquier otra idea sobre si mismas? ¿Cuantas no sufren el menosprecio hacia su capacidad laboral e intelectual en beneficio de ese mandato maternal al parecer imperecedero e inevitable? ¿Cuantas sufren críticas justamente por asumir que sus opciones personales son algo más que las que parece determinar el hecho de haber nacido con un útero? No resulta sencillo enfrentarse a siglos de esa percepción único sobre lo femenino. De ese resquemor por la inteligencia femenina. O lo que es lo mismo pero justo desde la perspectiva contraria: esa idealización que convierte a la mujer en un modelo intocable, que se asume desde las fantasías morales y quizás espirituales sobre lo que lo femenino puede ser. De la Santa a la Puta parece haber un espacio muy corto. O mejor dicho, ambas obsesiones culturales sobre la mujer parecen crear una única visión sobre lo que lo femenino puede ser o como puede interpretarse.

Ocurre tantas veces que pasa desapercibido o entra a la historia con el velo de lo insólito. Como la prolífica carrera de la talentosa Aurora Dupin, que tuvo que ocultarse bajo el rostro de George Sand para publicar y ganarse el derecho a ser leída. O como Cecilia Böhl de Faber, disimulada Fernán Caballero para escribir sus extraordinarios versos. O incluso, la famosa J. K. Rowling, aconsejada en sus inicios a esconder su género en beneficio de las ventas de su futuro universo literario. «Nadie lee a una mujer» cuenta Rowling que le explicó un editor. «Mejor que te crean hombre». La ahora mundialmente famosa escritora continúa lamentando haber obedecido el consejo. Pero lo hizo y el motivo de su decisión fue seguramente la conciencia sobre esa percepción estigmatizada que infravalora a la mujer, que parece empujar su producción intelectual y laboral a un cierto ghetto intelectual del que cuesta mucho salir.

Y es que lo femenino se asume desde el prejuicio o desde un tipo de aclamación no muy realista. No hay medias tintas entre la pecadora y la virgen, entre la devota y la herejía. Como solía insistir Virgina Woolf, se insiste en que una mujer sólo escribe para lamentarse o para aclamar a Dios y al hombre. Y bien que lo sabría la escritora, acusada durante toda su vida de escribir como un «hombre» o en otras palabras, muy lejos de los habituales clichés adjudicados a la mujer.  Woolf no era santa, amable ni mucho menos correcta. Era una mujer de su tiempo, llena de defectos y con pocas virtudes que destacar, a no ser su maravilloso talento. Cínica, obsesiva y sobre todo, profundamente carnal, a Virginia le gustaba fumar tabacos, jugar a los bolos y escribir a máquina. Nada de las largas estelas románticas a lo Bronte y a lo Austen. Virginia se inclinaba sobre la máquina de escribir y tecleaba por horas, un tac tac tac continuo que marcaba como un metrónomo el paso de sus pensamientos. Y es que Virginia era compleja en su humanidad, en su portentoso talento para contar el mundo. Para escribir por deseo, por furia. Por razones oscuras y obscenas que la hacían profunda y demoledora.

“Estudien, estudien ustedes historia, damas y caballeros españoles, antes de acusar de extranjerismo a un feminista”, escribía por el 1917 la escritora y política feminista María Lejárraga, alter ego lúcido de su esposo Gregorio Martínez Sierra. “Háganlo por la supervivencia de su mente y su capacidad para ser únicas” añadía, desde los labios de su esposo, que por décadas la había forzado a escribir ocultando su talento en su beneficio. Pero entonces, Lejárraga, una asombrosa dicotomía que poca gente comprendió en realidad, convirtió al marido explotador en títere y le hizo proclamar no sólo un novedoso pensamiento de reivindicación de género, sino algo más complejo: la libertad de la mujer para construir su propia circunstancia. María, con su excelsa capacidad para asumir la ambigüedad y un cierto hermafroditismo mental, no sólo sentó las bases de la capacidad de la mujer futura para asumirse creadora por derecho propio, sino para evitar que la trampa en que cayó y sufrió la mayor parte de su vida, pudiera atrapar a cualquier otra mujer creadora.

Tal vez por eso aún la mujer intelectual, la que se interesa por sí misma y por lo que le rodea, debe justificarse. Explicar a la cultura por qué decide escribir sobre lo que escribe o mejor dicho, porque lo hace de la manera en que lo hace. No importa que el ámbito de lo femenino sea un terreno inexplorado, que aún necesita ser debatido a fondo para alcanzar una nueva comprensión. Y no obstante, qué necesario es hacerlo. Qué necesario es en una sociedad que aún intenta analizar lo femenino desde lo secundario, una criatura creada a la medida de las fantasías de la cultura, de la moralidad impuesta, de la idea histórica sobre la mujer. Qué imprescindible es enfrentarse intelectualmente a una sociedad en donde existe aún expectativas muy claras sobre lo que la mujer puede hacer — o no — y sobre las exigencias a las que se somete por el sólo hecho que hay un papel histórico que intenta limitar quiénes somos o cómo nos percibimos. De manera que asumo necesario escribir sobre la mujer con respecto a cómo me afecta serlo. Lo que me abruma, lo que me lastima. Lo hago, además, intentando lidiar con los estereotipos, los esquemas, los roles y tópicos. Porque a fin de cuentas, nadie puede definir exactamente que es una mujer — como tampoco que es en realidad un hombre — aunque la sociedad lo intente con enorme frecuencia.

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

Comments (0)

Leave a reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*