Una guerra silenciosa que se libra a diario: El feminismo y sus enemigos anónimos.

Una guerra silenciosa que se libra a diario: El feminismo y sus enemigos anónimos.
septiembre 28, 2019 Aglaia Berlutti

Hace poco, leí que Belle Staurowsky — profesora de Taekwondo y que enseña defensa personal a mujeres hindúes abusadas — suele decir que la primera gran lección que debe enseñar a sus grupos de alumnas es que dejen de mirar al suelo. Lo insiste, mientras les recuerda que a pesar de sus terribles historias todas tienen aún la capacidad para reconstruir su vida. Que todas son mujeres fuertes, poderosas. Que la violencia las hizo víctimas pero pueden decidir dejar de serlo. A veces les lleva más tiempo que las mujeres a su alrededor la miren al rostro, en otras ocasiones nunca lo logra. “No hay que olvidar que una víctima de abusos siempre piensa que puede volver a ser atacada. Llegan con la mirada baja, con los hombres caídos. Se ven rotas”, explica Staurowsky sobre las niñas y mujeres que se han sufrido agresiones y trabajos forzosos y que llegan a su clase para aprender a recuperar la autoestima. “Pero siempre hay una manera de sanar las heridas”.

Recuerdo el razonamiento — su importancia, su poder, su belleza — mientras converso con un grupo de entusiastas mujeres sobre el feminismo. Todas hemos tenido que enfrentarnos al hecho de ser cuestionadas, insultadas, maltratadas e incluso estigmatizadas, por el mero hecho de militar en favor de la defensa de los derechos de la mujer. Todas hemos encontrado una definitiva resistencia en la idea básica de la equidad. Y ocurre porque en nuestra cultura, la percepción del feminismo es parte de un prejuicio mucho mayor y arraigado. El que menosprecia el poder personal de la mujer, su necesidad de expresión y su individualidad. Esa comprensión distorsionada y muy pobre sobre la dimensión intelectual de la mujer, su valor y su verdadera sustancia.

El feminismo debe enfrentar además, la caricaturización que sufre en redes sociales, en donde cualquier argumento acerca de la defensa de los derechos de la mujer se ha convertido en un gran estigma. Para buena parte de esa gran conversación Universal, el feminismo no es otra cosa que una visión radical y retrógrada sobre el papel cultural y social de la mujer. Un chiste sin gracia que se utiliza para desvirtuar las reivindicaciones, exigencias y necesidades de un movimiento cuyo único fin es la justicia.

Quizás por ese motivo, no me sorprendió en absoluto que hace unos días, alguien escribiera en mi timeline de Twitter lo siguiente: «Todas las feminazis son unas resentidas, feas y gordas que temen los hombres las violen». Lo dijo, luego de ponderar en varios tuits sobre el hecho que «no hace falta que nadie reclame derechos, las mujeres tienen (sic)» y concluir que «una feminista es una tipa insatisfecha». Una colección de prejuicios que he escuchado con enorme frecuencia y que además, apoyan un buen número de mujeres. Leí más de veinte respuesta, la mayoría de ellas celebrando «que finalmente alguien pusiera clara las cosas para esas locas» (refiriéndose, por supuesto a las feministas) y que sin duda «había que insultarlas más a menudo» para que «entendieran su lugar en el mundo».

— ¿Te afectan todavía ese tipo de opiniones? — me preguntó mi amiga G., con quien almuerzo y que me escucha leer en voz cada uno de los tuits. Me encojo de hombros, sin saber que responder a eso.

— La mayoría de las veces no pero… — tomo una bocanada de aire — ¿Cómo es que una mujer se burla de otra que defiende tanto sus derechos como los suyos? ¿Cómo es posible que pueda minimizar el hecho que alguien asuma militancia sobre la inclusión y la igualdad?

Mi amiga G. es socióloga y por años hemos conversado sobre temas parecidos. En más de una oportunidad, le he explicado mi frustración por el hecho que la palabra «feminista» se haya convertido en un insulto venial, en la descripción de una mujer «histérica» en una especie de grosería a media voz con la que nadie sabe muy bien cómo lidiar. Y su respuesta siempre es la misma o algo muy parecido:

— Cualquier posición política minoritaria tiende a ser infravalorada, menospreciada y lo que es aún peor, satirizada. Es una reacción natural — me dice de nuevo en tono paciente —. El cambio siempre produce temor y una expresión de ideas políticas que incluye un cambio social, aún más. Cuando un hombre escucha a una mujer ponderar acerca su papel en la cultura y sobre las presiones y límites que sufre, no piensa en empatizar sino que se siente amenazado. Se cuestiona el motivo por el cual debería sentirse responsable sobre ideas sobre las que no tiene control y las cuales heredó sin saber de dónde proviene.
— Pero ¿y las mujeres? ¿Qué pasa con todas las mujeres que se burlan y critican al feminismo?
— Ese «rechazo» también se extiende a las mujeres por motivos muy parecidos. La inclusión no es un tema simple: se trata de comprender hasta qué punto necesitas reivindicar tu lugar en el mundo y qué necesitas para hacerlo.

Sigo sin entender del todo su argumento, aunque por supuesto, sé muy bien sobre qué elementos se sustenta. Nuestra sociedad es una mezcla de cinismo con algo más parecido a una toma de conciencia tardía sobre quienes deseamos ser y cómo lograrlo. Y con respecto a la mujer el trayecto es mucho más escarpado y duro: después de todo, hasta hace menos de un siglo las mujeres ocupaban un papel secundario en la sociedad de cualquier país del mundo. La mayoría no podía votar, ejercer derechos económicos, disfrutar de libertad personal o incluso, decidir sobre su cuerpo.

Las transformaciones sobre la identidad femenina son data reciente y la mayoría de ellas aún atraviesan una etapa de construcción muy temprana: buena parte de las ideas que promulga la tercera oleada del feminismo se encuentran en pleno debate y forman parte de un imaginario más amplio a nivel cultural de lo que podemos sospechar. Pero ¿es suficiente esa justificación para la actitud ambivalente y la mayoría de las veces crítica que un considerable números de mujeres tienen con respecto al feminismo? Mi amiga piensa que sí.

— La mayoría de las mujeres de esta generación disfrutan del trabajo de feministas aunque no lo sepan — me explica —, disfrutan de independencia personal, económica, profesional. Son individuos que pueden aspirar a una serie de reivindicaciones que serían impensables en otras épocas. Pero para las mujeres actuales esa idea es poco menos que brumosa.
— En otras palabras, denigran del feminismo al mismo tiempo que disfrutan sus victorias — protesto. Mi amiga suelta una carcajada amable.

— Suena tramposo pero en realidad se trata de movimientos históricos naturales: todos somos herederos de una serie de reivindicaciones de todo tipo que son fruto de procesos sociales y culturales en los que no participamos y que ahora mismo podríamos criticar. La revolución francesa e industrial, el academicismo… hay una serie de ideas que se construyen sobre los escombros de otras. Y disfrutamos de sus consecuencias.
— ¿Y qué ocurre con el feminismo?
— Se trata que aún hay muchísimos mitos, prejuicios y distorsiones sobre lo que una feminista es… y sobre la mujer en general — me explica — lo que quiere decir que como toda vanguardia histórica de data reciente, aún está en plena construcción. De manera que de vez en cuando hay que aclarar, ordenar y sobre todo, ofrecer ideas concretas sobre lo que el feminismo es y puede ser. Una forma de elaborar planteamientos específicos sobre el tema.

Me preocupó la perspectiva. ¿A casi la tercera década del siglo XXI y todavía es necesario aclarar lo necesario que es un movimiento inclusivo que intente reducir la desigualdad entre géneros? La pregunta tiene cierto tono remilgado e incluso romántico y me molesta formularla en voz alta. Pero aun así, me permite aclarar lo que pienso sobre el tema. Comprender los alcances de esa inquietud que me provoca el rechazo que suscita el feminismo, como concepto y movimiento. Una serie de ideas que se utilizan como ataques solapados al músculo esencial del movimiento y además, su razón de ser.

¿Por qué el feminismo no se llama igualitarismo? ¿Por qué una mujer debe luchar por sus derechos si en la actualidad todos son reconocidos? ¿Por qué una mujer debe tener pensamiento político? ¿Qué logro visible ha obtenido el feminismo tras tantos años de lucha? Una y otra vez, el ciclo de pequeños ataques superficiales demuestra que los endebles argumentos en contra del feminismo parecen concentrarse en la forma y no en el fondo del planteamiento. Como si debiera enfrentar no sólo las críticas a la que todo movimiento político se somete, sino siglos de discriminación evidente.

Eso, a mitad de lo que parece ser un momento álgido para discutir sobre el feminismo: la diatriba está todas partes, por todos los motivos y sobre todo, desde todas las perspectivas. El señalamiento y el ataque constante, también. Asombra además, que la mayoría de los argumentos sean tan blandos como para que no entrar en debate sobre los principios fundacionales del feminismo, su sentido más concreto pero sobre todo su verdadero valor.

Cuestionamientos que menosprecian el valor y el objetivo del feminismo hasta los que directamente atacan el derecho a la existencia de un movimiento de mujeres para mujeres, engloban un tipo de reacción cada vez más frecuente. A nadie parece gustarle demasiado la mujer que opina, señala, debate, exige, se hace líder de los cambios y transformaciones que podrían regir su vida. Nadie parece muy cómodo con el hecho que una mujer no esté dispuesta a soportar se limiten y se minimice el impacto de sus logros y propuestas. Y por supuesto, el feminismo es esencialmente antipático. Por visible, por frontal, por no disimular la molestia y el desagrado hacia un sistema que disminuye y desconoce la identidad de una mujer. De manera que no resulta extraño que el feminismo y las feministas deban luchar con una cultura que asumió que el papel de la mujer es secundario, digno de burla, simplificado, disminuido. Se trata de una insistencia hacia el descrédito y un tipo de discusión estéril que no sólo demuestra que buena parte de quienes atacan el feminismo no conocen sus verdaderos alcances y valor, sino que además, desconocen sus logros y sostén ideológico.

Por ese motivo, quizás el primer gran paso de toda feminista — las que asumen la militancia, las que lo hacen parte de su forma de vida — es levantar los ojos del límite de discriminación que impone la cultura. Comprender que no necesitan ser comprendidas para que la lucha sea fructífera. Que está bien hacerse preguntas en voz alta, contradecir, señalar, batallar. Que está bien colocarse al límite de lo incómodo y lo contestatario. Qué está bien luchar con las armas a su disposición, oponerse a ideas que consideran injustas, comprometer esfuerzos para construir un mundo mucho más justo y equilibrado. Que a pesar del rechazo, los datos de los logros constantes del feminismo hablan por sí solos. Que no obstante la desconfianza, la indiferencia y el escepticismo de una militancia basada en la búsqueda de una sociedad que asuma el valor de la individualidad, la lucha es posible, viable y sobre todo, es necesaria.

Virginia Woolf escribió en su libro “Una habitación propia” que una mujer necesita un espacio privado, una ventana y una suma de dinero que cubra sus necesidades básicas para crear. Esa brillante percepción sobre las capacidades y las posibilidades de la mujer como individuo siguen siendo las mismas: una mujer necesita espacio y poder, una ventana mental hacia la libertad e independencia espiritual para crear. Y esas son estupendas razones para levantar la mirada, para continuar luchando a diario a pesar de la resistencia histórica y cultural. Para triunfar.

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

Comments (0)

Leave a reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*