Usualmente en mis talleres de liderazgo planteo una dinámica que consiste en invitar a los participantes a pensar en un líder hombre y en una líder mujer, en cualquier ámbito de desempeño, privado o público, de cualquier edad, religión o raza. Acto seguido les pido que enumeren las razones por las cuales esa persona seleccionada es para ellos un o una líder, con base en sus cualidades y atributos más resaltantes.
Siempre se repite el mismo patrón: los rasgos asociados al liderazgo masculino difieren radicalmente de los rasgos asociados al liderazgo femenino. Al líder hombre se atribuye fuerza, autoridad, inteligencia, orientación a resultados, competitividad, negociación, racionalidad, ambición, dominio. A la líder mujer se le destacan sus competencias emocionales y se la ve apoyadora, esforzada, tenaz, constante, buena escucha, sentimental, afectuosa.
Muchos asignan estas diferencias a características esenciales o innatas que surgen por el hecho de nacer hombre o mujer, como si se tratase de una cualidad fija, universal o natural. Algo como atado a lo biológico e incluso a lo religioso y que es contra-natura o pecado modificar. Obviamente este reduccionismo biologicista nos limita enormemente para hacer lo que nos plazca y más aun para plantear un esquema social distinto al que conocemos.
Pero ya la psicología y la medicina han avanzado lo suficiente como para demostrar que no hay diferencias en capacidades, ambiciones, orientaciones vocacionales y elecciones de vida entre hombres y mujeres. A pesar de ello, este viejo mito dicotómico entre lo masculino y lo femenino persiste como si de opuestos binarios se tratase, constituyéndose en una verdadera barrera cultural para que las mujeres tengan éxito, sobre todo en el mundo empresarial. Y esto ocurre porque lo que asociamos con la variable liderazgo, no se relaciona con las competencias que desarrollamos las mujeres, justamente por estas generalizaciones de género. Las educamos para que no accedan al poder ni lideren con fuerza. Lo que las organizaciones entienden por ser líder, correlaciona básicamente con atributos masculinos.
Son estereotipos de género
Un reporte de la Organización Catalyst en USA presenta evidencias sobre los estereotipos de género que aun encontramos socialmente instalados en la mente de la mayoría de las personas: “Este estereotipo puede tergiversar los verdaderos talentos de las mujeres líderes, potencialmente socavando el liderazgo de las mujeres y planteando serios desafíos para el progreso de su carrera. Los estereotipos de género no solo han impedido que las mujeres accedan a puestos bien pagados de alto nivel, sino que también han hecho que las mujeres duden de sus propias capacidades como líderes”
Estos estereotipos, como toda simplificación perceptual, provienen de patrones culturales y educativos que nos hacen encasillar el rol de hombres y mujeres en conductas esperadas socialmente. Y al mismo tiempo impiden que cruzar la línea sea aprobado o alentado, antes bien, son penalizados. Así, una mujer racional, dura, ambiciosa, puede ser juzgada como masculina y un hombre dedicado a cultivar relaciones con otros con expresión emocional abierta, puede ser percibido como femenino, con el consecuente aislamiento social. Por ello este informe concluye que: “women take care, while men take charge”. (Las mujeres cuidan a otros, mientras que los hombres se hacen cargo).
Contra los esencialismos de género
Evangelina García Prince nos decía que las mujeres seguimos siendo mayoría en los trabajos feminizados donde se perpetúa el rol de la familia patriarcal: enseñanza, enfermería, cuidados del hogar, limpiadoras, peluqueras, modistas, camareras, cocineras y trabajos auxiliares. Nuestra capacidad para influir en las decisiones importantes, sobre todo en lo económico, es irrisoria. En la política estamos, pero nuestra influencia es secundaria. Así ha sido por muchos años, pero me atrevo a decir que esto está cambiando. Paulatinamente, pero va cambiando.
Gracias al desarrollo de novedosas tendencias en el abordaje del ser humano como el coaching o la psicología positiva, las nuevas generaciones están aprendiendo a “enjuiciar sus propios juicios” acerca de las personas, a romper moldes de lo que está bien o no hacer de acuerdo al género y a ver a nuestros líderes con otros ojos, entendiendo que las conductas involucradas en alcanzar objetivos y ser competitivos pueden lograrse de mejor manera si integramos distintos puntos de vista.
Ya Simone de Beauvoir lo dijo desde el siglo pasado: “no se nace mujer, se llega a serlo” . Un hombre puede aprender a desarrollar inteligencia emocional y expresar sus emociones, al mismo tiempo que una mujer puede aprender a manejar cifras y datos duros de los negocios. Un hombre puede dar rienda suelta a su capacidad para proteger y alentar a los miembros de su equipo, y las mujeres a cerrar negocios demostrando firmeza y autoridad. Todo se puede aprender, no compres el cuento del esencialismo de género.