La víctima de Neruda: La vergonzosa página de la historia latinoamericana de la que nadie habla lo suficiente.

La víctima de Neruda: La vergonzosa página de la historia latinoamericana de la que nadie habla lo suficiente.
abril 21, 2019 Aglaia Berlutti

Hace unos años, escuché al comediante Jay Leno hacer una broma sobre la credibilidad de las mujeres que me produjo escalofríos. Leno, en medio del escándalo que desató las acusaciones contra el actor Bill Cosby — en las cuales un grupo mujeres aseguraron haber sido violadas por el actor y que de inmediato desató un incómodo debate público sobre la credibilidad de las víctimas — comentó: “No sé por qué es tan difícil creer a las mujeres. En Arabia Saudí hacen falta dos mujeres para testificar contra un hombre. Aquí hacen falta 25”. Una broma que no lo es tanto, una crítica sutil hacia la cultura misógina y sobre todo, reaccionaria a la que se enfrentan las víctimas de un delito disimulado bajo la insistente máscara de la justificación social de la violencia.

Por supuesto, el comediante se refería al hecho que un grupo creciente de mujeres acusaran al actor de haber abusado sexualmente de ellas, sin conseguir otra reacción de la opinión pública norteamericana que la crítica y el ataque. Para el público estadounidense, el prestigio de Bill Cosby — considerado padre modelo del país por más de medio siglo — fue mucho más importante que los insistentes y muy semejantes testimonios de decenas de víctimas femeninas. Mientras tanto, las víctimas, el casi un cuarto de centenar de mujeres que se atrevieron a hacer público un delito aborrecible, fueron señaladas por el ojo público. No obstante, meses después, una sola palabra acabó con la carrera y el pedestal de prestigio que mantuvieron a Cosby a salvo del aluvión de denuncias en su contra. Lo más curioso es que no se trató de la palabra de ninguna de sus víctimas y mucho menos, debido a los hechos de los que se le acusan. Lo que destrozó a Bill Cosby fue pronunciar una sola palabra “Yes”. Lo que no lograron veinticinco mujeres — finalmente el número de agredidas alcanzaría treinta y ocho — fue la admisión del propio Cosby de haber utilizado drogas y calmantes para violar.

Lo hizo, además, en condiciones que no se prestan a inequívocos: en el año 2005, Andrea Constand denunció a Cosby por abusar sexualmente de ella mientras se encontraba drogada por una sustancia que no pudo identificar y que el actor le suministró durante una cena a la que la había invitado. El caso, que no llegó a Juicio gracias a un acuerdo económico extrajudicial, no llegó a rebasar el terreno de la confidencialidad legal hasta que la agencia Associated Press acudió a la justicia para exigir la publicación de las investigaciones — quizás las únicas reales realizadas contra Cosby — realizadas durante el proceso. La justicia norteamericana aceptó la petición y así, los documentos que hasta ahora se habían mantenido en riguroso secreto y anonimato y que protegían a Cosby pasaron a ser la última pieza en un tortuoso camino de acusaciones. Y es que Cosby, siendo Cosby y no la mítica referencia moral de un país obsesionado con el heroísmo, fue el único capaz de destruir su propia leyenda.

Pienso en el caso, cuando leo en la polémica alrededor de Pablo Neruda, premio Nobel de Literatura que confesó en su autobiografía haber violado a una mujer. El mismo hombre cuya poesía narró las largas y violentas lucha de su natal Chile contra la dictadura y se convirtió en un símbolo de libertad, también admitió — y con el mismo tono onírico y levemente parsimonioso de sus poemas — que había atacado sexualmente a una mujer. Un hecho que describe en pocas frases y sin otorgar verdadera importancia, como si se tratara de una anécdota pequeña, perdida en la vida azarosa y compleja de un hombre de su estatura histórica.

Neruda jamás fue ajeno a su importancia dentro del debate político de su país y sabía que su figura, era considerada quizás simbólica dentro de la noción chilena sobre la identidad y el poder. De modo que lo ocurrido con una doncella de Ceilán —  lugar en que ocupó un cargo diplomático en 1929 — es apenas uno de los tantos recuerdos que el autor atesora, con un tono grandilocuente e incluso condescendiente, que resulta inquietante en medio de la idea de una agresión sexual. 

En una de las páginas de sus memorias “Confieso que he vivido” (publicadas en España en el año 1974) Neruda explica que una mujer silenciosa y anónima que le atendía en Ceilán, ignoró sus galanteos por lo que Neruda admite le tomó de las muñecas y la llevó a la fuerza a su habitación. “Una mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré cara a cara. No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama. Su delgadísima cintura, sus plenas caderas, las desbordantes copas de sus senos, la hacían igual a las milenarias esculturas del sur de la India. El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia”. Explica y trata de dulcificar el recuerdo con cierto aire romántico que no encaja en medio de la escalofriante descripción de una violación. El autor tenía entonces veinticinco años de edad, un hombre que había normalizado la posibilidad de la violencia contra la mujer tanto como para considerarla un acto poético. 

Las memorias de Neruda fueron publicadas hace casi cuarenta años y el pasaje pasó desapercibido. No obstante, en la actualidad, la descripción — con cierto aire de expiación tardía — resulta no sólo escalofriante, sino que deja muy claro, que la percepción sobre la violencia sexual continúa siendo confusa y sobre todo, lo suficientemente endeble como para que se asimile como un hecho de poca importancia según la talla histórica del agresor. La historia sólo salió a relucir luego que el movimiento feminista chileno, denunciara la admisión de culpa del escritor y sobre todo, la inequívoca demostración que en nuestro continente, la agresión sexual sigue siendo considerada un delito secundario. Robustecido por sus oportunas campañas por los derechos de la mujer sobre su capacidad reproductiva y el movimiento #NiUnaMenos y #MeToo, las feministas chilenas lograron desempolvar lo que, sin duda, es un hecho vergonzoso en medio del brillo de un hombre histórico, cuya memoria parece más allá del bien y del mal. 

Hace unos meses, la decisión de cambiar el nombre del aeropuerto “Arturo Merino Benítez” —  el fundador de la fuerza aérea de Chile — por el del poeta, no sólo avivó la polémica en torno a su figura, sino que llevó a la palestra pública una discusión largamente aplazada sobre la violencia sexual. “Confieso que he violado” (en alusión a las memorias en las que Neruda describe la agresión sexual que cometió), se convirtió en el título predilecto para buena parte de los artículos y reflexiones publicadas acerca de la normalización del abuso sexual en nuestro continente, sino en la forma que Pablo Neruda representa la visión de la cultura latinoamericana sobre la credibilidad femenina.

Neruda violó una mujer, lo admitió de forma expresa pero aún, su legado se considera por encima de cualquier “error e imperfección”, como llegó a insistir la escritora Isabel Allende, interpelada sobre el particular. ¿Pero es así? ¿Es el renombre, legado literario e incluso persistencia de la memoria como elemento cultural del trabajo del poeta más importante que su confesión sobre la violación de una mujer? 

“Es hora de dejar de idolizar a Neruda y hablar sobre el hecho de que fue abusivo”, dijo Karen Vergara Sánchez, activista feminista y que ha encabezado el movimiento para desmitificar la figura de Neruda “El hecho de que sea un artista famoso no lo exime de ser un violador”. Por supuesto, se trata una idea controversial en un país tan conservador como Chile en el que además, la mujer comienza a disfrutar de un recién descubierto protagonismo en lo cultural en lo social y lo político. “No hay una razón clara para cambiar el nombre del aeropuerto, y está sucediendo en un momento en que las mujeres apenas están comenzando a atreverse a denunciar a sus abusadores”, añadió Vergara Sánchez. No obstante, la circunstancia de un ícono cultural que también es un agresor sexual es mucho más compleja que la simple visibilidad de su legado histórico a la luz de sus crímenes. Se trata de un replanteamiento de la historia chilena e incluso, de toda Latinoamérica.

Neruda fue un hombre político, lo que le brinda una importancia específica a su visión artística, sobre todo en un continente que aún debate su percepción sobre el poder desde sus símbolos más extremos. Más de una vez se ha dicho que su militancia política — marcadamente izquierdista y que nunca se ocupó de disimular — transformó el hecho de arte — y la poesía local — en un tipo de esperanza muy concreta para Chile y sin duda, el resto del continente. Su popularidad como escritor pareció también entonces confundirse con la de la figura combativa, con el poder del hombre que intentó no sólo hablar a través de la literatura de ideales y expresiones de pura convicción espiritual, sino en la voz de los anónimos. Un símbolo de la transformación en plena efervescencia política y también, de una visión sobre lo social por completo renovada. De alguna forma y con sus limitaciones, Neruda fue capaz de encarnar todo eso.

¿Cómo puede comprenderse entonces, la estatura del hombre histórico en contraposición al real, capaz de violar y además admitirlo sin culpa alguna? No solo se trata de mirada casi displicente sobre el hecho de la violación — y sus consecuencias — sino que para Neruda — embebido en su poder y relevancia como líder político y escritor — la violencia sexual es un episodio pasajero al que sólo dedica dos párrafos en sus profusas, detalladas y minuciosas memorias. ¿Cómo puede analizarse el hecho de Neruda — conocido por sus poemas, convertidos en parte del imaginario popular sobre el amor, la muerte y la belleza lírica — y también, la naturaleza cruel de los crímenes que cometió?

La violencia sexual que representa Neruda es quizás la más temible e inquietante de todas: es la de mujer sin rostro, sometida al dolor y el miedo, a la humillación bajo el puño del poder. En un país como Chile, en que miles de mujeres sufrieron violencia sexual por parte de una dictadura que utilizó la violación como método de tortura, ¿cómo puede entenderse la permisiva y casi amable connotación que se le brinda a la agresión que Neruda cometió contra una mujer, a la que, además, dulcifica e idealiza en sus memorias? 

Su obra “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” (1924) se ha convertido en la bandera del romanticismo y además de eso, en una metáfora de esa dulzura añeja y casi amarga que el poeta intentó plasmar en toda su obra. Una y otra vez, Neruda no sólo asume al amor — el poético, el trascendental, el profundamente humano — como una metáfora válida para hablar de la realidad, de los pequeños extremos de la espiritualidad y la agonía personal. ¿Es este el mismo hombre que tomó a una mujer de las muñecas, la encerró en su habitación y a la que violó sin sentir la menor culpabilidad? ¿El mismo hombre para quien el episodio es una circunstancia menor en una vida de colosal importancia? ¿Qué sugiere la actitud de Neruda acerca de cómo se comprende la agresión sexual en nuestro continente? ¿Cómo se comprende la retorcida versión de la realidad que sugiere que un hombre histórico de su talla sea “perdonado” por un crimen violento sólo por la salvedad de su talento? 

Neruda no era un romántico ni tampoco un idealista sin remedio. A mitad de camino entre el déspota y el exquisito intelectual de izquierda que representó, sus biógrafos insisten en su dualidad, en su capacidad para ser parte de ese mito insistente sobre el poeta enaltecido por el verso y hombre común. Según Sergio Macías, autor del libro “El Madrid de Pablo Neruda” el escritor era un hombre sorprendentemente contradictorio y quizás esa capacidad para la multiplicidad, del matiz del carácter y el espíritu fue lo que hizo al poeta tan rico en su comprensión del alma humana. De la delicada frontera entre lo ideal y lo real. En palabras de Macías, Neruda era muy enemigo de sus enemigos, rencoroso y dado a la discusión. Pero que también, podía ser generoso, amable y el amigo más leal. ¿Cuál era el verdadero Neruda? Quizás ambos y esa cualidad de luz y sombra, de compleja relación con su propias contradicciones y dolores, lo que hizo su obra especialmente profunda y extraordinaria.

Neruda violó a una mujer y el testimonio que tenemos sobre la agresión es el suyo. Se trata de un pensamiento inquietante que pone en tela de juicio los símbolos de poder en nuestro continente y la forma en que se analiza la violencia contra la mujer en una sociedad machista. Neruda violó a una mujer y lo recordó como un acto pasajero, pasional. Un impulso que “no volvió a repetirse”. Una imprudencia de juventud. No obstante, la violación es mucho más que la idealización de la violencia y la noción de la agresión sexual como una forma de amor erótico. Neruda fue un violador que la historia disculpa y la sociedad redime. ¿Qué expresa sobre Latinoamérica la dimensión dolorosa de una violación oculta y disculpada por la estatura histórica del agresor?

Neruda personifica el amor romántico en países en que la mujer sigue sometida al estereotipo y al silencio del machismo. Una mirada durísima sobre la violencia de género que engloba con temible precisión lo que aún en la actualidad debe soportar una víctima de la sociedad y cultura. La mujer que calla bajo el peso del poder, escondida entre el ataque a su credibilidad e integridad mental. La violencia de Neruda, es quizás el símbolo más evidente de un continente para quién la mujer continúa siendo un personaje secundario en el telón de la historia. Un párrafo perdido en la gran narración histórica de la que todos somos parte. 

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

Comments (0)

Leave a reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*