Hace unos días, leí el siguiente comentario en mi TimeLine de Twitter «En ocasiones, tengo la sensación que el mundo se enfrenta contra las mujeres en combate desigual». La frase me inquietó por todas esas razones que me preocupa y me desconcierta la violencia, pero, sobre todo, porque resume esa batalla silenciosa y casi invisible que lo femenino libra a diario contra un mundo que lo desconoce. No, no se trata de una visión extrema de la realidad, mucho menos de un análisis radical sobre la cultura en que nací. Hablamos de ese menosprecio habitual, casi normalizado que sufre la mujer en numerosas partes del mundo, de esa interpretación social que asume la herencia histórica de lo femenino como secundario. Un pensamiento que preocupa, no sólo por lo que puede simbolizar como evolución cultural, sino como legado en medio de un mundo en constante reconstrucción.
Lo vemos en todas partes: desde las altísimas tasas de feminicidio en diferentes partes del mundo hasta esas pequeñas sutilezas que colocan a la mujer en esa batalla de género involuntaria y silenciosa en tantos aspectos del complejísimo entramado social moderno. Hablamos de la mínima escolarización de la mujer, del hecho que exista aún una concreta disparidad entre los derechos laborales femenino y sus pares masculinos. Me refiero en concreto al hecho que aún los derechos femeninos se discuten y se debaten en numerosos países del mundo, enfrentándose a un anquilosada mecanismo religioso y político que insiste en que la mujer debe padecer lo que parece ser un olvido universal del que apenas escapa.
Y es que la pregunta necesaria, obligatoria, insistente que surge cada vez que un nuevo desmán contra lo femenino salta del anonimato y se convierte en titular es la evidente ¿Por qué aún los derechos de la mujer no se reconocen en igualdad de condiciones sino en una especie de debate insistente sobre la idoneidad de su existencia? Un cuestionamiento que incluye toda esa visión insistente que mira a la mujer como subsidiaria - y víctima - de un mundo sin rostro, de un análisis social casi elemental sobre su naturaleza. Y es que la mujer, con su rol biológico a cuestas, parece mirarse a sí misma en un reflejo distorsionado de la identidad cultural que aspira obtener.
– Pareciera que describes el medioevo. En Venezuela la mujer disfruta de un tipo de reconocimiento y respeto que en otros países del hemisferio es impensable. Y lo sabes - me reprocha mi amiga P. cuando le comento lo anterior. Para ella, mi preocupación es poco menos que exagerada y más de una vez, me ha recordado que Venezuela es probablemente el país menos machista de un continente muy tradicional. Mi insistente necesidad de analizar lo que ocurre con respecto al derecho de la mujer a la inclusión y la igualdad, le parece una especie de debate sin mucho sentido, en un país donde la crisis social y sobre todo económica ha reducido la lucha a una diatriba política interminable.
– En Venezuela la mitad de las mujeres del país no llegan a la Universidad - insisto.
– Pero más de la mitad de los Estudiantes en Universidades públicas son mujeres - me responde - se trata de mirarlo todo en perspectiva. Sí, Venezuela aún lleva a cuestas una cultura patriarcal, pero admítelo, somos mucho más liberales que Argentina o incluso la culta Colombia.
He escuchado el mismo comentario tantas veces que intento recordar cuando lo escuché por primera vez. En más de una ocasión, muchas mujeres me han insistido que el machismo en Venezuela no puede compararse al que sufre la mujer argentina, minimizada e invisibilizada por una sociedad que asume un rol patriarcal de origen. Y no obstante, en Venezuela, el machismo tiene ese cariz de idea que se asume y se acepte, ese barniz de normalidad que parece restar importancia a sus numerosas aristas e interpretaciones.
– Nuestro gobierno, es quizás el más misógino y prejuicioso que ha existido en décadas - digo - no me refiero a sus avances cosméticos, como crear un Ministerio de la Mujer sin ninguna representatividad o brindar relevancia política a líderes femeninos que, sin embargo, carecen de verdadero peso histórico. Hablamos de un presidente que ofrece una rosa a una periodista, al mismo tiempo que la insulta o que le ofrece a su esposa «darle lo suyo» en público. O que besa a su mujer para demostrar su hombría, de manera muy evidente. La mujer trofeo, la defensa de la mujer como propaganda política barata.
– Es el mismo debate de siempre.
– Entonces, si es el mismo debate de siempre es que no termina de resolverse e incluso empeora.
– Creo que exageras - insiste P., para quien la discusión no parece tener demasiado sentido, como si mi necesidad de analizar el tema fuera innecesaria, incluso superficial - en Venezuela, el machismo es una anécdota, un cuento de camino. ¡Caramba si hablamos de un país de Matriarcado, donde la mujer es la cabeza de hogar de casi el 40% de padre ausente!
¿Eso habla sobre la igualdad? pienso un rato después. ¿Eso demuestra cual es el valor de la mujer en la sociedad del país? Lo pienso, de pie frente al Quiosco de revistas de mi calle, rodeada de portadas donde mujeres extraordinariamente bellas me mira, la mayoría de ellas en diminutos Bikinis. Lo pienso más tarde, mientras leo las estadísticas de agresiones y asesinatos de mujeres en nuestro país, una cifra difusa que me costó obtener en un país donde la violencia es parte de lo cotidiano. Me lo cuestiono con insistencia mientras miro a mi alrededor, en este país de mujeres, en esta sociedad que busca lo femenino pero no lo comprende y que comprende la diferencia como una grieta insalvable, quizás dolorosa pero real. Una visión de la mujer que parece ser parte de una serie de prejuicios que se mezclan entre la identidad cultural y algo más amplio - borroso - sobre nuestra sociedad y sus planteamientos más subjetivos. Una forma de comprenderse sus pequeñas singularidades, donde el prejuicio y el estereotipo se confunden en una idea peligrosa y ambigua sobre el rol social.
La mujer, la Globalización y la opinión cultural sobre lo femenino: El debate interminable.
Cyntoia Brown fue condenada a cadena perpetua por el asesinato de Johnny Allen, un agente inmobiliario que la amenazó y abusó de ella. Por entonces Brown tenía dieciseis años y era obligada a prostituirse. Después de casi una década y media en la cárcel, Cyntoia y con veintinueve años cumplidos, es el mejor ejemplo de una percepción machista de la aplicación de la ley. Al contraste, casos como el de Brock Allen Turner - acusado de violar a una mujer inconsciente y condenado a una pena de seis meses, de la cual cumplió apenas la mitad - demuestran que la noción sobre lo legal tiene un acto ingrediente prejuicioso que resulta no sólo antinatural, sino directamente peligroso. ¿De qué otra forma puede interpretarse el hecho que una mujer abusada y violada sea condenada a la pena máxima sin atenuantes mientras un violador confeso es exculpado por motivos pocos claros? Tanto Cyntoia como Brock, son ejemplos de la misma visión de la ley sometida al peso de la discriminación. Porque mientras Brock fue defendido incluso por el propio juez de la causa - que insistió que la condena no podía dañar el futuro «de un joven que sólo había cometido un error» - Cyntoia parecía condenada incluso por su género, origen étnico y social. Como mujer en un país en que la ley aún se interpreta bajo cierto canon paternalista, la historia de Brown resume los males de una cultura en la que el color del piel y el género son determinantes al momento de aspirar a un tipo de justicia muy específica.
La larga lista de dolores y agresiones sufridas por Cyntoia no son otra cosa que una nota marginal al borde del grueso de las noticias del día. Un pequeño recuadro a la izquierda del titular más llamativo y cuando la leo, solo encuentro información general. ¿Y el contexto? Me pregunto. No es que sea la primera noticia sobre el tema que he leído durante los últimos meses ni mucho menos. El caso de Cyntoia Brown se ha hecho conocido gracias al activismo de celebridades que han defendido públicamente el caso y sobre todo, al documental «Me Facing Life: Cyntoia’s Story» de Dan Birman. Pero aún, el hecho principal sigue siendo que una mujer disparó a un hombre, como si el peso de la historia que rodea la circunstancia no fuera de capital importancia. Una y otra vez, el crimen se describe como otros de los tantos hechos de violencia sexual que llegan a los titulares durante los últimos años. O que han sido publicados y reseñados en todo caso. Pero incluso así, desearía tener un contexto: una explicación sobre el motivo por el cual la justicia norteamericana condena a Brown de manera directa y brutal. De pronto, y mientras paso de noticia en noticia creando para Cyntoia un lugar concreto donde su tragedia sea algo más que una estadística, tengo una especie de revelación. Nada místico, por cierto. Sino simplemente una toma de conciencia: sentada con más de veinte o treinta noticias sobre violencia, acoso, violación contra mujeres alrededor del mundo, comprendo que simplemente el crimen contra la mujer se considera aceptable.
Sí, así de crudo como se escucha. También me pareció un pensamiento exagerado, pero luego, comencé a hacerme preguntas incómodas en voz alta. Esas que pocas veces se hacen por resultar irritantes, dolorosas, punzantes. ¿Por qué las leyes no solo en Norteamérica, sino en casi todos los países del mundo no clasifican la violación como un crimen sin atenuantes? ¿Por qué la mayoría de los países del mundo consideran a la mujer «provocadora» de la violación? Pero vayamos más allá, a un terreno más ambiguo. Si contraes matrimonio con un hombre y este te infringe abuso sexual ¿Cuál es la respuesta legal en la mayoría de los países? Pero seamos incluso más sutiles: ¿Cuáles países del mundo consideran el acoso sexual laboral como un crimen de odio o un delito en pleno derecho? Aún, si somos más específicos, el pensamiento se hace tortuoso ¿La mujer se considera agraviada cuando un desconocido le murmura en plena calle insinuaciones sexuales? ¿Qué piensa la mujer de cualquier parte del mundo cuando un hombre la toquetea en medio de la multitud? ¿Cuántas mujeres del mundo ríen con chistes marcadamente sexistas? ¿Cuántas mujeres alrededor del mundo promocionan la estética como rasante y visión elemental de lo femenino? Más de las que lo admitirán. Muchas más de las que se pueden admitir.
La idea me obsesiona. Sigo investigando, página a página. Noticia tras noticia. Incluso voy más allá: desmenuzo lo que se comenta en mis redes sociales, la manera como se percibe la mujer en esa gran conversación universal. Y me sobresaltan los innumerables mensajes que le recuerdan a la mujer su minusvalía, o lo que se asume como rol tradicional. Mujeres que llaman a otras putas, que critican su aspecto físico. Artículos que te enseñan o te recuerdan como complacer un hombre. Cursillistas textos sobre la lactancia y la maternidad, que insisten en que la mujer debe asumir su rol biológico se sienta preparada o no. Mujeres que señalan, estigmatizan, golpean, disminuyen su identidad sexual en beneficio del estereotipo.
Vuelvo a mi colección de noticias. Las mujeres del mundo levantan pancartas, salen a la calle exigiendo derechos. Las mueve el miedo, se hacen visibles en una lucha ciega contra esa línea que parece encerrarlas dentro de un concepto muy pequeño y estrecho. Me pregunto entonces que ocurre con las otras mujeres, las que no creen que deban luchar, las que se debaten en su invisible lugar en una sociedad que las ignora. ¿Dónde están ellas? ¿Cómo protestas? ¿Cómo expresan toda una serie de ideas que quizás no asumen como abrumadoras y muchos menos restrictivas? Una idea preocupante que incluso allí, al borde de la crítica, no termina de incluir el problema más amplio. Lo aceptable - histórica y culturalmente - de aceptar esa presión, esa visión de la mujer tan fragmentada que resulta irreconocible.